Estaba fregando
con el jabón que quedaba, poco importaba que se hubiese acabado, era nuestro último
día en la casa. Y, en todo caso, podíamos fregar los platos en el mar, usando la arena
como esponja, una cosa maravillosa que arrastra la grasa y me asombró como niña
cuando lo hice. Pacha estaba a mi izquierda, es difícil no advertir su
presencia, habla bastante y pisa de una manera muy particular:
-Ella es
otra hermanita, te la presento -dijo Pacha sonriente.
La otra
hermanita era yo, los otros “hermanitos”, a los cuales era introducida, eran
una pareja de jóvenes que recién llegaba a la casa. En la casa de Pacha todos
somos hermanos.
Escuché sobre
Pacha durante las tres horas que separan La Sabana -un pueblo de pescadores en
el estado Vargas- de Caracas. Al bajar del carro, me puse a observar la fachada
particular de la casa y su hermosa vista al mar. Un acento sureño matizado me
hizo sonreír. Mucho gusto, dije. Extendí mi mano para presentarme y recibí un
apretón fuerte con un beso en la mejilla, así como una sonrisa cálida. A
Braulio le dicen Pacha quién sabe desde cuándo, pero Pacha es más escuchado dentro
de la casa. Al otro lado de la fachada, se escuchan llamados a lo largo del
día:
-¡BRAULIO!
-¡BRAULIO!
-¡BRAULIO!
-¿Está Braulio? -dice bajito un niño
que apenas llega a la ventana-
De día, de
noche, incluso de madrugada, lo llaman. Y de respuesta, se escucha un sereno “Voy”
que precede a un afectuoso saludo. Así como se escucha un sereno “¿Quién vive?”
cuando abres la puerta las pocas veces que está cerrada, porque la mayor parte
del tiempo está abierta de par en par.
La casa de
Pacha está ubicada en la calle Vista al mar, bajando por La Filita, al lado de
la antena, tiene tres niveles. Se entra por el segundo nivel, donde te reciben
sus obras realizadas en cortes de madera que obtiene de las construcciones del lugar.
El estilo de las obras tiene tintes psicodélicos y nacionalistas. Pacha también
hace letreros, por lo que es común ver un par de encargo secándose o los fijos
de Zona protegida, porque parte de su labor en La Sabana es proteger a las
tortugas. En este nivel hay tres cuartos y un corredor vestido con una enredadera
verde que es libre, tan libre que entra a la casa. En el nivel de arriba, la
terraza, hay lugar para colgar hamacas y hay quien acampa en este espacio
cuando no gusta descansar en los cuartos, donde hay "boxes" y colchonetas
desnudas, así como alguna mesita. Si hay algo que define a este espacio es el
libre albedrío. Depende de la cantidad de gente, Pacha nos llama a la
comprensión y la buena actitud: “Ahí nos acomodamos”, remata. En el nivel inferior, está la cocina abierta, un lugar que raras veces está solo.
Hay dos camas, un jardín a sus anchas en el que encuentras orégano orejón,
sábila, un arbusto de Jazmín que perfuma toda la casa cuando está en flor, y
otras plantas. Pacha gusta de las infusiones, por lo que mis amigos le llevaron
Malojillo en cantidad y quedó agradado. Lo que hay sobre la mesa es para todos,
es la filosofía del lugar. Se maneja un sistema propio de separación de
desechos: si es orgánico, sirve de abono a las plantas, ya sea del jardín
interno o para las plantas de un terreno baldío al lado de la casa. Ergo, me
divertí lanzando cáscaras y restos de vegetales hacia las matas de plátano
vecinas. Si el desecho es inorgánico, se clasifica. Lo ideal es que cada quien
se lleve de vuelta la basura inorgánica que produjo. En un pasillo externo, hay una cantidad de recipientes plásticos y empaques de gente que ha dejado su basura, porque nunca falta un desconsiderado. Frente a la mesa hay una
biblioteca, hay de todo tipo de libros y revistas. Al lado de la biblioteca,
los restos de un tinajero.
Se observa que varios visitantes dejan cosas, como
en todo hostal. Mi agarradero de ollas improvisado era un delantal que dice St.
Tropez. No hay filtro de agua, por lo que hay que llevar el agua necesaria para
tomar y cocinar. A la casa llega agua corriente, pero como todo el país, también hay racionamiento, así que puede sorprenderlos un día sin agua del grifo y tener que ir hasta el río para quitarse la sal del mar. En el pueblo, hay un puñado de lugares donde comprar chucherías
y una que otra bebida, pero dadas las condiciones actuales de electricidad y
disponibilidad de puntos de venta, lo mejor es llevar todo lo que se va a
consumir en la estadía, agua y comida. Así como efectivo en cantidad, porque
casi todo se maneja de esta forma, el pescado en la playa y los tradicionales
helados de teta que venden en las casas del pueblo. La casa lleva tiempo en
reparaciones, no es fácil cuando se depende de otros para los recursos y mano
de obra, pero el espíritu es esperar lo mejor, y resolver mientras se
soluciona. En este momento, hay una ducha operativa y un baño para otras
necesidades, y “ahí nos acomodamos”. Caribe.
La Sabana es
un pueblo pequeño, más o menos, una cuadrícula de 5 calles. El contraste en la
arquitectura es bastante particular. Hay casas en ruinas, abandonadas, casas de
tabla y zinc, casas
bonitas de pueblo, casas muy modernas y un container que sirve
de casa. Lo particular es que La Sabana ha sido cuna de jugadores de béisbol de
grandes ligas, que luego han invertido en su pueblo y generan un paisaje
pintoresco que incluye una casa con ascensor al lado de una micro capilla de la
virgen del Valle, así como una discoteca, el Esco Bar. En mi estadía, vi un
grupo de niños jugar béisbol cada día a orillas de la playa, y unos chiquiticos
jugando frente a sus casas, con un bate de plástico más grande que su humanidad.
De noche, la cancha del pueblo hervía de entusiasmo y energía. Se observa un
espíritu deportivo muy vivo o quizás la ilusión de salir de La Sabana por ese
medio. Las mujeres del pueblo trabajan, ya sea en los locales como la bodega o
haciendo helados y dulces que venden en sus casas, mientras cuidan los niños.
Los hombres se ocupan de construir, trabajar la madera y pescar. Si debo guardar
solo un momento de la gente de La Sabana será una abuela, en bata, con su nieto
de meses en brazos, recibiendo a un bote. La señora se acercó al bote que
descargaba en el puerto, el bebé permanecía sereno, observando todo lo que
sucedía a su alrededor: un grupo de unos diez hombres usando sus recursos a
mano para atracar el bote, y miembros de su familia recibiéndolos para ayudar a
vender la pesca del día, y unos turistas, como yo, a la espera de poder comprar
pescado. La abuela agarró un pescado pequeño, brillante y rosado, se lo
acercaba al pequeño que miraba atentamente. Le decía unas palabras, como
siempre hacen las abuelas. Yo no las escuché, pero la comunión entre ambos
hablaba de algo ancestral, ese contacto con el pescado fresco, el grupo de
hombres poniéndose de acuerdo, entre ellos y las olas, para llevar más adentro
el bote, ese orgullo se lo que se Es. En toda la escena, me llamó la atención
un niño de unos nueve años que limpiaba una parte del bote recién llegado con
mucha energía, me pregunté si en su mente está el afán de ganarse el respeto,
sonreí. Así como fui testigo de esta fiesta, horas antes presencié la llegada
de un bote que no tuvo suerte en la faena, llegando con las cubetas vacías.
Esto me hizo reflexionar en el manejo del fracaso, y en la resiliencia propia
del ser humano. Luego de un buen descanso, ya saldrán al mar por otra
oportunidad. La playa más cercana al puerto es La Sabana, luego sigue playa La
Canal -mi favorita estos días-, donde hay un acercamiento al río y, por último,
playa La Boca, también con acceso al río. En La Canal y La Boca no hay sombra,
por lo que conviene llevarse un toldo, y todo el tiempo, buen protector solar. A
las playas de La Sabana llegan tortugas a desovar, pero lamentablemente, son víctimas
de muchos predadores, comenzando por el hombre. Un huevo de tortuga es una
exquisitez y se cotiza en dólares, lo que hace cuesta arriba su resguardo. Hay un
grupo de sabaneros a favor de las tortugas, un nidario donde se trasladan los
huevos que son encontrados en los nidos de la playa, y que luego son liberados
al completar su maduración. Durante la temporada de desove, Pacha hace
recorridos por la playa entrada la noche, en busca de nidos. No es poco
frecuente encontrar que ya fueron saqueados, es una lucha contra los perros y los
vecinos del pueblo. A pesar de ciertas frustraciones, Pacha continúa su labor
de concienciación sobre la conservación del medio ambiente, y en el caso que le
ocupa en este momento: las tortugas. Le brillan los ojos cuando habla de esos
anfibios enormes que han estado sobre la tierra antes que nosotros, y todo lo
que podemos aprender de ellos.
Pacha es
hippie, defiende su posición ante el sistema con fuerza. Tiene dreadlocks hasta
la cadera, ojos aceitunados detrás de unos lentes aéreos, bigote y barba a
desparpajo. Siempre anda en shorts, sin camisa, y descalzo. Le pregunté cuándo asumió este estilo de vida, simplemente me dijo que empezó a salir de su casa, en Uruguay, yendo cada vez más lejos, hasta que no regresó. Una expresión que
me llama la atención el primer día es “Caribe”, palabra que en su acento toma un
ritmo gracioso, y me recuerda al “Suaaaave” de la tortuga de Buscando a Nemo.
Pacha define esa actitud tropical como el soltar ciertas cosas y vivir
improvisadamente, confiando en que se resolverán las situaciones durante el
camino. Caribe es el “como vaya viniendo vamos viendo” de Eudomar Santos, o si
quieren verlo de otra forma, un Hakuna Matata endógeno. “Somos Caribe” afirma
con decisión y nos cuenta que esa actitud desenfadada es lo que lo ha mantenido
tanto tiempo por estos lados. Pues Pacha ha viajado por buena parte del mundo,
conociendo todo tipo de gente y resolviendo en cada lugar. Está consciente que
un día partirá de La Sabana, su hogar es el mundo entero, pues también piensa,
como soñador, que las fronteras no tienen sentido. Pacha forma parte del grupo
que lleva las actividades comunitarias en La Sabana, como idealista por el bien
común del pueblo, está involucrado en todo lo que sea el bienestar de la
comunidad, da clases de pintura y otras actividades culturales para los niños
de La Sabana, por eso siempre le saludan. En su cabeza ronda en estos momentos,
una forma de llevar pescado a precios accesibles a cierta comunidad de Caracas
-porque también está involucrado en actividades de la capital-, esto hablando
con los pescadores y reuniendo esfuerzos para el traslado. Debido a este tipo
de negociaciones, Pacha se pone una camisa manga larga y una gorra distintiva
de su apoyo a la revolución (la gorra verde de corte militar con la bandera de Cuba
y la estrella roja) y lo acompañamos en su movilización hacia Chuspa -el destino
de la mayoría del pescado que se obtiene en estas costas- en horas de la noche,
para hablar con los pescadores. Braulio es coherente con sus ideas y su
discurso, y eso requiere coraje. Se lo digo, y su respuesta es bastante
humilde: Se trata de reconocer su lugar en la lucha por el bien común, y
hacerlo lo mejor posible. Con sus altibajos, se lo “vacila mientras dure”. Ríe.
A pesar de ser un hombre ya en edad madura, tiene un espíritu muy joven, divertido.
Le pregunté si no le dolían los pies, de andar siempre descalzo, sobre todo en
pavimento. Rió, reímos. Me explicó que hay una manera de caminar particular
para ello, y me hizo una mímica jocosa del caminar que me recordó al de los pingüinos.
Otra de las luchas de Pacha es la legalización de la siembra de la marihuana.
Aclara que una cosa es “la fumada” y otra abogar por la siembra. Explica que la
legalización de la marihuana atentaría contra el mercado textilero mundial (la
marihuana es un cáñamo), así como el farmacéutico, debido a sus propiedades
medicinales. Le atribuye a esta hierba, la cura de su asma infantil, debido a
los efectos broncodilatadores. Y tiene esperanza en que un día se pueda ganar
esta lucha para que mucha gente tenga acceso a una medicina natural que le
brinde salud a bajo costo. Por supuesto, el espacio de Pacha es “420 friendly”,
pero muy respetuoso con los no fumadores. Respeto y tolerancia es la bandera de
su espacio.


Sobre la mesa, unas auyamas inmensas, unas
piñas que huelen diferente a las piñas que puedo encontrar en la frutería de mi
cuadra. Raúl nos explica que esas piñas se dan en la montaña, una extensión del
patio de su casa. Admiramos maravillados su obra, mi amiga fotógrafa pide
hacerle un retrato y él accede un poco tímido pero gustoso, posa en su mesa con
frutas. Su cuarto parece una composición fotográfica, una colección de gorras
enmarca su lecho. Su desorden tiene una armonía traviesa, y lo muestra sonriente.
Raúl tiene un amigo que le provee medicinas para su madre, y las que él no necesita,
llegan a las manos de quien lo requiera a manera de donación, pues su objetivo
es ayudar a otros, así como otros lo ayudan a él. En medio de la conversa se
emociona y se levanta de la mesa, busca una olla y con una cuchara de madera,
raspando el fondo, nos da a probar un nuevo dulce que está perfeccionando, nos
pregunta qué es y se divierte como niño pícaro. Nosotros perdimos, ninguno supo
descifrar la composición del melao, que está delicioso. Con aires de ganador
nos confiesa: confitura de mandarina. Una maravilla, con un toque amargo muy
sutil que acompañaría bien un buen queso para un canapé. En los alrededores del
patio hay un chivo, y un pato que me mira desconfiado, no logro ver más en la
espesura de la noche. Nos acompañan en el espacio interior un par de perritos
que defienden su territorio, pero son muy cariñosos cuando se dan cuenta que
solo llegas a visitar. Además de educado, atento y vivaracho, Raúl nos regala a
las damas, a manera de despedida, unas flores: bastones de Emperador, que en
este momento me acompañan mientras escribo. Agradecida con el gesto y las
atenciones, Raúl me deja reflexionando. Después de todo, Robinson Crusoe no ha
pasado de moda.
Luego de
un día largo, regresamos a la casa. Siempre con el sonido del mar como fondo,
me duermo pensando en el encanto de la vida sencilla, pero que requiere una
valentía enorme y mucha creatividad para enfrentar el día a día.
Al momento
de marcharnos, le extiendo la mano nuevamente a Pacha, le agradezco su hospitalidad
y le prometo enviarle el link a mi publicación sobre estos días en su compañía.
Me da un abrazo sonriente, aún sabiendo que no comparto algunas de sus ideas,
pero de eso se trata lo que profesa: respeto y tolerancia hacia la diversidad.
Y se lo agradezco. Fue toda una experiencia conocerte, Braulio, y espero que te
guste este texto.
NOTA: La
casa y la causa de Pacha está abierta a todo el que desee ayudar sinceramente,
con actividades para La Sabana, esfuerzos para las tortugas y todo lo
relacionado con la lucha por el bien común. Pacha desea exponer su obra, así
que también es bien recibido toda ayuda o compra en este sentido.
Ningún
cangrejo sufrió daños durante las visitas a las playas para la realización de
esta crónica.
Si leyendo el artículo siente un olor a playa, que la brisa le toca la cara y que el sol le calienta la espalda, entonces Vanessa le llegó al Corazón...
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