Por alguna
razón se me está olvidando cuándo me lavo el cabello. Así como se me ha descuadrado
la rutina de compras. Todo ha cambiado. Y cuando digo todo me refiero al
planeta completo.
El
silencio de la noche es extraño. No es una noche de primero de enero, cansada, satisfecha,
no. Es una noche de toque de queda en incertidumbre. Mañana será el día 15 -17
para algunos- que comenzó la cuarentena en Venezuela por el virus SARS-CoV-2,
la nueva cepa corona que produce COVID-19. Esta última línea puede ser leída en
off mientras nos vemos en cámara lenta caminando con tapabocas con el Ávila de
fondo.
Mientras
se acercaba era tan grande que no lo vimos llegar. Las fronteras debieron
cerrarse antes, los protocolos debieron ejecutarse antes. Pero somos humanos,
precisamente. Y en tres meses el nuevo virus -que quizás sigue mutando- puso en
jaque al globo entero. Así, nos queda ser humildes y contribuir en lo que
podamos, cada uno, en su trinchera, esperando lo mejor. Tzu lo dice en su Arte
de la Guerra: Conoce a tu enemigo. Y por ese lado, vamos perdiendo.
No puedo
evitar recordar el apagón general de hace un año. Para mí duró cinco días, para
otros se extendió semanas. Recuerdo al quinto día salir a caminar al parque con
total resignación. Lloré un poco, pensé mucho, me pregunté cómo estaría una
persona y regresé con paso lento a casa, para ver que había electricidad.
Siento que fuera ese apagón, pero con servicios, al menos en mi edificio, no
así en otras partes de la ciudad y del país. Hace un año sabíamos que lo
sucedido era producto de la negligencia, y llevaría rato resolverlo. Ahora
también. Hace un año, las informaciones eran inciertas y escasas. Ahora
también. Hace un año, a muchos nos agarró casi sin reservas. Ahora también. Y aquí es donde se puede decir que la
estupidez humana es infinita. Por negligencia, por callar, por soberbia, vienen
los problemas.
No es
precisamente la cuarentena lo que me está tensando los nervios. Desde hace
meses vivo como ermitaña, saliendo solo a comprar o hacer diligencias. Hace
meses no vitrineo en centros comerciales o socializo, por decisión propia. Por
ese lado, voy relajada. Lo que se hace cada vez más pesado es llevar la incertidumbre
del verdadero panorama que tenemos. Dicen que solo hay 3 muertos, pero en una
semana, en mi cuadra, de ver dos guardias pasaron a seis, y hoy a unos doce. He
salido unas cinco veces a no más de tres cuadras de mi residencia y cada vez veo
más guardias. La primera vez, sin tapabocas, ahora hasta con patrullas y
fusiles. Luego de veinte años viviendo bajo un régimen comunista que nos ha ido
apretando el grillete poco a poco, ahora vivimos una pandemia en el peor
momento, cuando la mayoría de nuestros médicos con experiencia han dejado el
país. Guaidó “advierte” que no estamos preparados para lo que viene, como si no
lo supiéramos. Pero sí es válida la advertencia, hay un sector de la población
que aún mantiene su apoyo firme al “proceso revolucionario”, y no podrán decir
que no se los dijimos. Han detenido periodistas por informar, y no soy muy
optimista de su suerte.
El primer
día que salí con mi mascarilla casera -porque no compré el respirador en la
farmacia porque no me pareció necesario, eso es solo para los enfermos, pensé-
me sentí algo ridícula por lo improvisado del asunto. Pero conforme fui
caminando y viendo todos los modelos de máscara que había visto en tutoriales
por internet, me sentí hasta orgullosa de mis habilidades manuales. Para los
chinos supongo que es natural ya usar máscara de cuando en vez y tendrán sus
modelos comerciales. Pero para nosotros es extraño, sé que nos miramos las
máscaras. Y seguimos hablando, seguimos riendo en las filas que cada vez son
más largas. Hoy le brindé antibacterial a la señora que tenía frente a mí en la
fila para acceder a la frutería a la que nunca voy, pero esta situación me
obliga a llegar. ¿Antibacterial? Dije como quien invita un chicle. Y me lo
aceptó muy relajada. Mientras nos frotábamos las manos bajo el sol, su mirada
se perdió en la avenida y me soltó un desesperanzado: “Esto va para largo”. Y
para largo fue la fila por la desorganización de los fruteros. Llegué a casa
cansada, pero solo había pasado poco más de una hora. Más que la respiración
forzada por la tela tupida o el peso de mi bolsa, se trata de ver las filas de
gente, los guardias armados cada tantos metros, la FAES -el SWAT autóctono- haciendo
gala de su autoridad y los precios que ya no aparecen en ninguna cartelera.
Todo eso es lo que mella la energía. Por supuesto, los productos se van
acabando, y no es que confío mucho en nuestra golpeada red de distribución
alimentaria, pero aún se consigue de todo. Aunque el aspecto de los vegetales y
las frutas me recuerdan a Anna Frank.
No he
hablado con mis vecinas más allá de unas cuantas impresiones y un intercambio
de táper. En Caracas no somos como Madrid que aplaude y canta desde sus balcones.
En las mañanas, oigo a mis vecinos pelear puntualmente. Ayer se sumó otra
pareja. Además de nacer niños de la cuarentena, supongo que se producirán unos
cuantos divorcios. Desayuno, hiervo agua, leo redes, lavo, quizás salgo a la
calle por provisiones una hora y mi programa vespertino es el portugués cuyo
abasto me queda frente a la ventana. Dios sabe porqué he llevado los últimos
tiempos sin televisor. Comencé a leer de nuevo, esta vez en digital. Me aparta
de esta pantalla un convoy. Una ballena escoltada atraviesa la avenida, seguida
de carros militares. Son pasadas las nueve de la noche. Perros ladran. Respiro
hasta que escucho de nuevo solo la aguja de mi reloj de pared. Retomando, estos
días han circulado gran cantidad de libros digitales. Las editoriales tuvieron
el gran detalle de liberar material, se agradece. Me pregunto varias veces al
día qué haría en cuarentena si tuviera compañía. La vecina de arriba juega
dominó. Sé de unos que han jugado barajas por días. Es una lástima encontrarme
sola porque he probado recetas estos días y me han quedado suculentas.
La
alimentación en cuarentena es un tema delicado. Los profesionales en nutrición
aconsejan comer ligero. Sinceramente, con la ansiedad que genera la pandemia no
creo poder medirme más allá del sentido común. Ni hablar de las órdenes de
detención que ahora tienen las primeras figuras del régimen por parte del
departamento de estado de USA. Como es de esperarse, ya me aconsejaron tener
comida de reserva en la despensa. Y es que somos rehenes de un régimen forajido
en medio de una pandemia en época de recesión mundial. Y pronto cumpliré 40
años. Mis glándulas suprarrenales sonríen.
Hoy tengo
fruta. Doy gracias. En estos días he visto grupos de hombres y niños vagando,
con tapabocas, pero sabemos que no son del sector, no están yendo a comprar y
están delgados para su contextura. Y siento miedo de muchas cosas. De la
posibilidad de saqueos, de la crisis que viene por los que van a perder su
empleo y por los que viven el día a día. Por lo que puede suceder a nivel
político. Y por lo que nos depara la pandemia en un país donde un jarabe para
la tos cuesta más de dos sueldos mensuales. No hay mucho para sonreír siendo
realistas.
Sin
embargo, sé que todos pensamos en nuestras personas. Esas que queremos ver
cuando esto pase. Tomar un café, abrazar. Besar, también, según el caso. Y
sonreímos. Es cierto que varios se van a ir con esto, pero los que queden deben
honrarlos. Y será cierto que no seremos los mismos. De otra forma, todo esto,
todo lo que sucede, sería en vano.