Ya no recuerdo el motivo por el que llegué tan tarde ese día
a la estación. Mi madre me crió de una
manera desenfadada y me decía siempre que si pensaba cosas desagradables, pues
estas sucederían, por eso debía siempre caminar tranquila y sin estar mirando
para todos lados con miedo. Pero esa
noche, por alguna razón, tenía miedo.
Cerraron la puerta de la estación de metro a mis espaldas, mire
alrededor y, salvo algunas personas que salieron conmigo, no había otra señal
de vida. Supongo que en ese momento
invoqué a los ángeles, como me enseñaron, porque de algún lado salió un
perrito.
Era un perro mediano, algo flaco, pero fuerte. Su pelaje estaba enredado, pero limpio. Lo miré y le sonreí, él (o ella, no miré
abajo) hizo lo mismo y se dio la vuelta caminando adelante. Pensé que iba a salir por otra calle al ver
que no le ofrecía nada, pero me sorprendió que iba caminando delante de mí y se
paraba en los cruces, miraba hacia atrás y me esperaba para cruzar. Recuerdo que pasamos por un grupo de hombres
embriagados, un indigente y otro grupo sospechoso, yo seguía observando si el
perrito se desviaba en alguna parte.
Me di cuenta que lo que sucedía no era normal cuando el
perrito se detuvo en la reja del edificio donde vivo. Mi expresión no era normal, pero a esas horas
sólo deseaba llegar a casa y comer algo.
Como humana que soy, con mis reservas, le dije al perrito que le
agradecía su compañía, pero no podía dejarlo entrar. Le dije que me esperara, porque lo que si podía
hacer era bajarle algo de comer. Subí
corriendo las escaleras y baje algo de comida, pero ese angelito se había
ido. Abrí la reja para mirar por la
cuadra, pero estaba desierto.
Me enseñaron a creer en ángeles, sobre todo en aquellos que
no son tan notables. Muchas veces los
ángeles no son preciosos, ostentosos o se acercan a ti con bondad. Muchas veces, debes ver mas allá. Alguien me dijo una vez que todo aquello que
rompe con la normalidad es un milagro.
Que un perrito me haya escoltado hasta la puerta de mi casa esa noche,
fue un milagro.
No pude dejar de pensar en aquellos días cual sería su
suerte, su origen también. Quizás una
familia que tuvo que dejarlo en el camino, una perrita que parió en la calle,
un desalmado que dejo abandonado los cachorros…Pero veo con alegría que en
estos tiempos de egoísmo y agresividad unos con otros, hay gente trabajando por
estos animalitos. Los llaman,
callejeritos o mestizos, porque su raza no es pura. Me pregunto cómo me llamarían a mí que tengo
raza negra, india y caucásica si el mundo fuera al revés, si al más puro estilo
del Planeta de los simios, este fuera el planeta de los perros. Si un perrito llamado Cesar dejara a un lado
su bondad porque su dueño lo maltrato y se diera cuenta que muchas veces, los
perros son más inteligentes que los humanos.
Y si Cesar nos mandara a las humaneras, una analogía de perreras, y nos
expusieran como carnes en un supermercado.
A mí me tuvieran que sacrificar porque soy gordita, ojos cafés y cabello
rebelde. Nadie me querría por lo que
ven, y no tuvieran la oportunidad de quererme porque no podría abrazarlos a través
de las rejas. Quizás mi única oportunidad
fuera mi mirada. Quizás solo unos buenos perros observaran mas allá de mis ojos
y se dieran cuenta que puedo ser buena compañía.
No he podido tener un perrito, pero sonrío cuando veo a los
vecinos pasear sus mestizos, y ellos mueven la cola…los ángeles también mueven la cola.
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