Cuántas veces hemos pasado de largo ante los signos de la
vida? Quizás una brisa sospechosa, una mirada, un guiño, un roce de manos…un
dibujo. Cuántas oportunidades hemos
dejado de largo por no abrir bien los ojos del alma?
Suelo buscar signos en cualquier lado. Cuando era pequeña,
mamá y yo descansábamos en la grama a ver las nubes en el parque, siempre
discutíamos, pero me enseñó a ver formas y asociar ideas. Concibo las formas
como una creación de tu mundo interno, algo de psicología hay allí en esa
maniobra divertida de hacer trazos en la arena y tratar de delinear vapor de agua. Los signos son lo que tu
sabiduría, poca o mucha, te quiera decir.
No hablo de las flechas de cruce o las marcas de ropa, hablo de esos
pequeños toques de Dios que a veces alejamos nosotros mismos en esta vorágine
cotidiana.
En la fila del supermercado todos miraban su cesta, su
celular, los anaqueles…por lo general, yo observo a la gente. Hace unos días,
un abuelito estaba delante de mi en la fila y noto que miraba fijamente una
bolsa de pan pita que llevaba por antojo. No le pregunté nada por no ser
odiosa, pero el abuelito me preguntó curioso: “eso que es?” Me extrañé, pero recordé que yo conocí el pan
pita hace poco tiempo. Cuando le
respondí que era un pan como cualquiera me soltó un “Ahhh” que me hizo gracia, parecía un niño
pequeño. Cuando salí del supermercado vi
a unos metros al señor andando poco a poco, lo alcancé y le extendí una pieza
de pan. Le vi la cara de asombro como
quien abre un cofre por vez primera y lo agarró de una manera muy especial, no
tuvo reparo en si agarraba el pan sin servilleta, si había tocado dinero unos
segundos antes, me agradeció con una sonrisa y le dio un mordisco.
Tuve la elección de no prestarle atención a un anciano más
en la fila del supermercado. Quizás ya
había preguntado a alguien más…los signos llegan a la persona que deben tocar,
adentro.
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