Vivo en un país petrolero con déficit de papel higiénico.
Los habitantes de esta tierra explotada estamos con nuestros instintos más
básicos despiertos. A veces, siento que mi cerebro reptil me domina. No
vivimos, sobrevivimos. Cazamos alimentos corriendo de local en local, y hemos
llegado a las imágenes más vergonzosas por un pollo o un kg de harina de maíz
precocida. Los venezolanos nos estamos volviendo más básicos, burdos y
violentos cada día.
En esta tierra no basta luchar con el mal humor por los
propios problemas de cada quien. Ya no
basta la carga emocional de la soledad, las ausencias, las carencias, ya no.
Ahora, hasta algo tan básico como descargar los intestinos con dignidad se hace
cuesta arriba. Ultimamente, mis partes
se han resentido con la aspereza de una servilleta.
Más allá de la situación jocosa con el papel sanitario, el
país se está paralizando poco a poco. Cada semana, la inflación nos golpea, se
expropia, se van las empresas y se es un poco más pobre, aún más. Y uno piensa que hemos tocado fondo, que no
se puede llegar más allá, y es entonces cuando veo a una persona profesional
expresar por las redes sociales su apoyo a toda esta debacle político-económica
en manos de incompetentes con labia, y allí es cuando me doy cuenta que el
problema somos nosotros. Nosotros como
sociedad, esa sociedad ahuecada que se cocinó a fuego lento, con madres solteras
que tuvieron que salir a trabajar y dejar a sus pequeños solos. Esos pequeños
se formaron con lo que pudieron, comieron lo que encontraron y terminaron
siendo lo básico, sin ver más allá de sus narices. Unos huérfanos morales que
se multiplicaron con las crisis propias de los tiempos modernos y terminaron
siendo la gran masa de pendejos que caminan como borregos hacia el precipicio.
Vivo en un país petrolero, desgraciadamente. Dónde los
huérfanos morales no desarrollaron la autoestima suficiente para creer que
podían alcanzar algo por ellos. Los veo
cada día en largas colas para comprar alimentos, recibir pensiones y hasta
acceder a línea blanca, que luego venderán por el doble, y gastar ese dinero en
un teléfono inteligente que les da status, un pantalla plana, o un aire
acondicionado. Un país donde cuesta mirar el futuro, porque no tienes asegurado
el presente. Un “como vaya viniendo” en el que llevamos 14 años y sin ánimos de
cambio. Un juego de resistencia con diversos obstáculos que me hacen pensar en
30 millones de Sísifos cargando con nuestros errores colectivos.
Vivo en un país petrolero, y mientras haya petróleo, habrá
dinero. Y mientras haya dinero, el precipicio puede crecer.
No comments:
Post a Comment