Madrugada. Una gabarra en lo que se llama Centro Lago. Mi
primer trabajo serio como Second Hand en mediciones de perforación o el pendejo
que se desequilibra el cicardiano mientras el más valioso descansa. Para variar
en aquella época, la única mujer a bordo. Se pueden imaginar lo que hablan los
hombres a solas. Para el equipo, yo era un hombre más, y así aprendí a ser. Me
despojé de todo rastro femenino y capitalino para ser un muchachito cualquiera
con bragas, botas y casco. Muchas cosas que escuché aún no las he revelado. Los
hombres pueden ser muy crueles con las mujeres que los aman.
El caso que me ocupa se refiere a un comentario aquella
madrugada. Ella tenía un par de años más que yo, par de cursos y le costaba
avanzar. Aún recuerdo la mueca divertida que hizo el líder del equipo cuando
confesó que “se lo propuso” y ella aceptó. Meses más tarde, otros compañeros
decían lo mismo. Y con el paso del tiempo, vi como esta muchacha estaba más
cómoda en las operaciones que yo. Ella era muy suelta, demasiado para mi gusto.
Cambiaría con el tiempo, y eso no importaba porque ya estaba bien adelantada en
la empresa.
Por cosas de la vida, del mundo petrolero me agarraron con
una pinza y me colocaron en una librería sin anestesia, sin haber estudiado
letras y sin ningún tipo de experiencia. Con el tiempo, he aprendido cosas,
pero lamento ver los mismos vicios en ambientes totalmente opuestos. Uno de
ellos: la bien conocida Operación Colchón. Esto no es nuevo, quizás si hubiera
estudiado letras, aún estuviera intentando pasar materias. Me tocó derrumbar un
pedestal inmenso con un profesor que iluminó mi adolescencia, al enterarme su
fantabulosa habilidad para “hacer caer” a las estudiantes. Inserte aquí una
imagen de Stalin cayendo. Y así, otros personajes de la muy querida Alma Mater
más famosa del país. Escritores, editores. Todos ofrecen sus favores y
concesiones para aquella muchachita que acepte abrir sus piernas. Me resulta
gracioso que algunos son periodistas muy conocidos, y poco agraciados, por
cierto, que los domingos se pasean con la familia y el perro. A veces, tengo
arcadas cuando escucho ciertos halagos en las redes sociales para estos penes
pensantes que tejen sus redes con palabras ajenas. Por experiencia, si no has
leído mucho, te parecen el ser masculino más sensible e inteligente del
planeta, llegas a suspirar y allí entiendo que las rodillas no opongan mucha
resistencia para separarse. Incluso, algunas no son tan crédulas, guardan los
encuentros como trofeos en su bitácora lectora. Me imagino sus recuerdos
mientras ven su biblioteca, y quizás sonríen al leer la dedicatoria de estos
penes ilustrados.
Hombre es hombre, aunque haya leído toda la biblioteca de
Alejandría. Cuando revisas algo de Borges y uno que otro poeta Nobel, te das
cuenta que muchas veces sólo tienen buena memoria. Forman su gueto en sus
espacios favoritos y juegan a ser los burros de la Granja. Con el perdón de
Orwell por la referencia. Me provoca
repulsión que varios de estos especímenes sean calificados de guías en estos
momentos oscuros, y hasta sean aplaudidos en su participación en asambleas. No
soy beata. Veo pornografía, como todas. Mi aversión a este tipo de hombres es
la doble moral. Nos educan hombres que tratan a la mujer como un trozo de
carne. Tampoco soy feminista, hay días
en los que me provoca que un hombre me mantenga. Pero quiero creer que son más
aquellos hombres que valoran a la mujer pensante, y no se aprovechan de su
cargo o nombre mediático. Quiero creer que a muchos los crió una Reina, no una perra.
No les deseo mal, pero están nutriendo el caldo para que sus
hijas sean las próximas.
Y usen condón.
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