Evita dramatizar tu propia vida, aprende a reírte de ti mismo y serás más feliz.
Darío Salas Sommer
Cuando nací el doctor le dijo a mamá que estaba muerta a la
primera. Me dio varias nalgadas sin
obtener respuesta. Dudó un momento y según
me conto mamá, suspiro cuando emití un tímido gemido, apenas perceptible. Esto después
de aplicar fórceps…hoy en día, creo que más bien yo lo que estaba era profundamente
enojada por la manipulación a la que fui sometida.
Desde que recuerdo, llorar ha sido uno de mis métodos de
expresión. He llorado por dolor,
tristeza, rabia, hambre, frio, soledad, alegría…muñecos, abandono, caprichos…ahora
más adulta por hombres, bebes, empleos, injusticias, humillaciones…en fin, lloro
por vivir y estoy viva por llorar.
Aún cuando nuestra naturaleza es emocional, no sé por qué la
sociedad se encarga de enseñarnos a reprender emociones. Observo a mi alrededor padres diciéndoles a
los infantes: “No llores” “No ganas nada llorando” “No grites” “No saltes” Mi
propio padre me dice hoy en día “No te rías” porque mi risa es algo fuerte…
Ciertamente, no podemos andar caídos o mostrando demasiada alegría
por la calle, lo segundo porque nos distraemos y no es bueno andar por allí con
la cabeza en otra parte. Lo primero, porque,
lastimosamente, hay un lado del ser humano a la que le alegra ver a otro
sufriendo. Pero tampoco es saludable
caminar por el mundo con cara de póker.
Unos eligen no creer en nadie, se dicen autosuficientes y terminan
enfermos por renegar de su energía vital.
Otros, terminan con un caparazón tan grande e impenetrable con la que
golpean todo a su paso.
Me veo llorando de peque, sentada, papa me observa y se ríe. Me dice: Lupita. Esto, por la actriz dramática Lupita
Ferrer. Muchas veces escuche
Lupita. Recientemente, he reconocido mi
Lupita interna y le sonrío. Lupita es
muy responsable de lo que escribo, de esos suspiros al ver la luna, de mis
crisis existenciales, de mi risa y mis brincos.
El problema no está en dejar fluir mis emociones. El problema es dejar que Lupita determine mi
voluntad. Cuando veo a Lupita inflarse y
crecer hasta derrumbarme, es allí cuando me preocupo y sé que solo yo puedo con
ella. Lupita debe morir en ese instante. Y es allí, ante su cadáver que me reconozco,
la Vanessa que ha pasado por varios niveles de este mundo. Alli me limpio la
cola y sigo el camino. Lupita…a ella la arrastro
porque no puedo dejarla a un lado del camino, cuando se recupere caminara
conmigo de nuevo.
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