Tuesday, November 20, 2012

Felicidad venezolana

Mi alrededor se convierte en una fila eterna. Fila para entrar al metro, fila para comprar el boleto, fila para salir del metro, fila para pagar servicios, comida, medicamentos, fila para el banco, clinica, cine, panadería. Y como nos acostumbramos a esperar sin reclamar mayor eficiencia, parece no molestarnos hacer una fila para comprar un pollo.  Veo al pueblo arrodillado ante un sistema que carece de argumentos, es sólo el desvarío de un payaso triste y resentido.  Veo al pueblo mendigando becas y regalías sin trabajar.  Veo lo que somos y hemos sido siempre, ese pueblo al que se refería mi profesor de Geografía Económica de 8vo grado, un pueblo flojo. Si, somos flojos.  Aunque alguien me diga que hay madres que salen a las 4am a trabajar y que el ferrocarril se llena de gente con ojeras que se pelea por un puesto para sus pies cansados. Somos flojos porque la única esperanza de progresar antes que este daño avanzara, fue rechazada. La rechazaron porque esa opción era tener un trabajo.  La rechazaron porque en este país es dificilísimo conseguir un jóven que desee trabajar los fines de semana, porque los fines de semana son sagrados.  Este es un país de gente jóven que prefiere el reggaetón a la buena música, prefiere regodearse con mujeres operadas que andar con mujeres inteligentes, y si, este es un país donde el 55% es una persona mediocre, floja, resentida y cobarde.

Duele que la gente que sea trabajadora, que tenga vision y quiera un porvenir de desarrollo sea la minoría.  Duele pensar que esos niños del 55% que nunca han conocido otro presidente, crezcan pensando que esto es normal, porque el núcleo malformado y corrupto en el que se desenvuelven, no tiene aspiraciones, prefiere hacer una cola al sol por unos realitos antes que ganárselos con el sudor de su frente.  Duele pensar que esos niños criados por esos mediocres son el futuro de esta "Patria Nueva".  El hombre flojo, ordinario, sin cultura, sin aspiraciones, ese es el hombre nuevo.

Y más irónico es que un país que se va por un barranco de desidia y populismo sea uno de los más felices del mundo.  Recuerdo que somos los más felices al salir a la calle con miedo de que me maten, porque asaltarme ya no es suficiente.  Vivo en una tierra de nadie esquivando fanáticos por las calles, ineptos en cargos públicos y asesinos que nunca serán apresados porque los pranes manejan a los líderes a su antojo.

Somos flojos porque ese millón de votantes que se abstuvieron en las zonas de oposición no lo perdono.  Somos flojos porque ese hombre que vendió su voto por miedo, por una nevera, por un carro barato o por un puesto no se atrevió a confiar que sí puede salir adelante por sus capacidades, decidió seguir pegado a una teta que no le proporciona ni certeza.

Duele, duele mucho...pero esa es la felicidad venezolana.