Thursday, April 18, 2019

Yo soy Caribe



Estaba fregando con el jabón que quedaba, poco importaba que se hubiese acabado, era nuestro último día en la casa. Y, en todo caso, podíamos fregar los platos en el mar, usando la arena como esponja, una cosa maravillosa que arrastra la grasa y me asombró como niña cuando lo hice. Pacha estaba a mi izquierda, es difícil no advertir su presencia, habla bastante y pisa de una manera muy particular:
-Ella es otra hermanita, te la presento -dijo Pacha sonriente.
La otra hermanita era yo, los otros “hermanitos”, a los cuales era introducida, eran una pareja de jóvenes que recién llegaba a la casa. En la casa de Pacha todos somos hermanos.
Escuché sobre Pacha durante las tres horas que separan La Sabana -un pueblo de pescadores en el estado Vargas- de Caracas. Al bajar del carro, me puse a observar la fachada particular de la casa y su hermosa vista al mar. Un acento sureño matizado me hizo sonreír. Mucho gusto, dije. Extendí mi mano para presentarme y recibí un apretón fuerte con un beso en la mejilla, así como una sonrisa cálida. A Braulio le dicen Pacha quién sabe desde cuándo, pero Pacha es más escuchado dentro de la casa. Al otro lado de la fachada, se escuchan llamados a lo largo del día:
-¡BRAULIO!                                        
-¡BRAULIO!                        
-¡BRAULIO!           
-¿Está Braulio? -dice bajito un niño que apenas llega a la ventana-
De día, de noche, incluso de madrugada, lo llaman. Y de respuesta, se escucha un sereno “Voy” que precede a un afectuoso saludo. Así como se escucha un sereno “¿Quién vive?” cuando abres la puerta las pocas veces que está cerrada, porque la mayor parte del tiempo está abierta de par en par.
La casa de Pacha está ubicada en la calle Vista al mar, bajando por La Filita, al lado de la antena, tiene tres niveles. Se entra por el segundo nivel, donde te reciben sus obras realizadas en cortes de madera que obtiene de las construcciones del lugar. El estilo de las obras tiene tintes psicodélicos y nacionalistas. Pacha también hace letreros, por lo que es común ver un par de encargo secándose o los fijos de Zona protegida, porque parte de su labor en La Sabana es proteger a las tortugas. En este nivel hay tres cuartos y un corredor vestido con una enredadera verde que es libre, tan libre que entra a la casa. En el nivel de arriba, la terraza, hay lugar para colgar hamacas y hay quien acampa en este espacio cuando no gusta descansar en los cuartos, donde hay "boxes" y colchonetas desnudas, así como alguna mesita. Si hay algo que define a este espacio es el libre albedrío. Depende de la cantidad de gente, Pacha nos llama a la comprensión y la buena actitud: “Ahí nos acomodamos”, remata. En el nivel inferior, está la cocina abierta, un lugar que raras veces está solo. Hay dos camas, un jardín a sus anchas en el que encuentras orégano orejón, sábila, un arbusto de Jazmín que perfuma toda la casa cuando está en flor, y otras plantas. Pacha gusta de las infusiones, por lo que mis amigos le llevaron Malojillo en cantidad y quedó agradado. Lo que hay sobre la mesa es para todos, es la filosofía del lugar. Se maneja un sistema propio de separación de desechos: si es orgánico, sirve de abono a las plantas, ya sea del jardín interno o para las plantas de un terreno baldío al lado de la casa. Ergo, me divertí lanzando cáscaras y restos de vegetales hacia las matas de plátano vecinas. Si el desecho es inorgánico, se clasifica. Lo ideal es que cada quien se lleve de vuelta la basura inorgánica que produjo. En un pasillo externo, hay una cantidad de recipientes plásticos y empaques de gente que ha dejado su basura, porque nunca falta un desconsiderado. Frente a la mesa hay una biblioteca, hay de todo tipo de libros y revistas. Al lado de la biblioteca, los restos de un tinajero.

Se observa que varios visitantes dejan cosas, como en todo hostal. Mi agarradero de ollas improvisado era un delantal que dice St. Tropez. No hay filtro de agua, por lo que hay que llevar el agua necesaria para tomar y cocinar. A la casa llega agua corriente, pero como todo el país, también hay racionamiento, así que puede sorprenderlos un día sin agua del grifo y tener que ir hasta el río para quitarse la sal del mar. En el pueblo, hay un puñado de lugares donde comprar chucherías y una que otra bebida, pero dadas las condiciones actuales de electricidad y disponibilidad de puntos de venta, lo mejor es llevar todo lo que se va a consumir en la estadía, agua y comida. Así como efectivo en cantidad, porque casi todo se maneja de esta forma, el pescado en la playa y los tradicionales helados de teta que venden en las casas del pueblo. La casa lleva tiempo en reparaciones, no es fácil cuando se depende de otros para los recursos y mano de obra, pero el espíritu es esperar lo mejor, y resolver mientras se soluciona. En este momento, hay una ducha operativa y un baño para otras necesidades, y “ahí nos acomodamos”. Caribe.
La Sabana es un pueblo pequeño, más o menos, una cuadrícula de 5 calles. El contraste en la arquitectura es bastante particular. Hay casas en ruinas, abandonadas, casas de tabla y zinc, casas

bonitas de pueblo, casas muy modernas y un container que sirve de casa. Lo particular es que La Sabana ha sido cuna de jugadores de béisbol de grandes ligas, que luego han invertido en su pueblo y generan un paisaje pintoresco que incluye una casa con ascensor al lado de una micro capilla de la virgen del Valle, así como una discoteca, el Esco Bar. En mi estadía, vi un grupo de niños jugar béisbol cada día a orillas de la playa, y unos chiquiticos jugando frente a sus casas, con un bate de plástico más grande que su humanidad. De noche, la cancha del pueblo hervía de entusiasmo y energía. Se observa un espíritu deportivo muy vivo o quizás la ilusión de salir de La Sabana por ese medio. Las mujeres del pueblo trabajan, ya sea en los locales como la bodega o haciendo helados y dulces que venden en sus casas, mientras cuidan los niños. Los hombres se ocupan de construir, trabajar la madera y pescar. Si debo guardar solo un momento de la gente de La Sabana será una abuela, en bata, con su nieto de meses en brazos, recibiendo a un bote. La señora se acercó al bote que descargaba en el puerto, el bebé permanecía sereno, observando todo lo que sucedía a su alrededor: un grupo de unos diez hombres usando sus recursos a mano para atracar el bote, y miembros de su familia recibiéndolos para ayudar a vender la pesca del día, y unos turistas, como yo, a la espera de poder comprar pescado. La abuela agarró un pescado pequeño, brillante y rosado, se lo acercaba al pequeño que miraba atentamente. Le decía unas palabras, como siempre hacen las abuelas. Yo no las escuché, pero la comunión entre ambos hablaba de algo ancestral, ese contacto con el pescado fresco, el grupo de hombres poniéndose de acuerdo, entre ellos y las olas, para llevar más adentro el bote, ese orgullo se lo que se Es. En toda la escena, me llamó la atención un niño de unos nueve años que limpiaba una parte del bote recién llegado con mucha energía, me pregunté si en su mente está el afán de ganarse el respeto, sonreí. Así como fui testigo de esta fiesta, horas antes presencié la llegada de un bote que no tuvo suerte en la faena, llegando con las cubetas vacías.

Esto me hizo reflexionar en el manejo del fracaso, y en la resiliencia propia del ser humano. Luego de un buen descanso, ya saldrán al mar por otra oportunidad. La playa más cercana al puerto es La Sabana, luego sigue playa La Canal -mi favorita estos días-, donde hay un acercamiento al río y, por último, playa La Boca, también con acceso al río. En La Canal y La Boca no hay sombra, por lo que conviene llevarse un toldo, y todo el tiempo, buen protector solar. A las playas de La Sabana llegan tortugas a desovar, pero lamentablemente, son víctimas de muchos predadores, comenzando por el hombre. Un huevo de tortuga es una exquisitez y se cotiza en dólares, lo que hace cuesta arriba su resguardo. Hay un grupo de sabaneros a favor de las tortugas, un nidario donde se trasladan los huevos que son encontrados en los nidos de la playa, y que luego son liberados al completar su maduración. Durante la temporada de desove, Pacha hace recorridos por la playa entrada la noche, en busca de nidos. No es poco frecuente encontrar que ya fueron saqueados, es una lucha contra los perros y los vecinos del pueblo. A pesar de ciertas frustraciones, Pacha continúa su labor de concienciación sobre la conservación del medio ambiente, y en el caso que le ocupa en este momento: las tortugas. Le brillan los ojos cuando habla de esos anfibios enormes que han estado sobre la tierra antes que nosotros, y todo lo que podemos aprender de ellos.


Pacha es hippie, defiende su posición ante el sistema con fuerza. Tiene dreadlocks hasta la cadera, ojos aceitunados detrás de unos lentes aéreos, bigote y barba a desparpajo. Siempre anda en shorts, sin camisa, y descalzo. Le pregunté cuándo asumió este estilo de vida, simplemente me dijo que empezó a salir de su casa, en Uruguay, yendo cada vez más lejos, hasta que no regresó. Una expresión que me llama la atención el primer día es “Caribe”, palabra que en su acento toma un ritmo gracioso, y me recuerda al “Suaaaave” de la tortuga de Buscando a Nemo. Pacha define esa actitud tropical como el soltar ciertas cosas y vivir improvisadamente, confiando en que se resolverán las situaciones durante el camino. Caribe es el “como vaya viniendo vamos viendo” de Eudomar Santos, o si quieren verlo de otra forma, un Hakuna Matata endógeno. “Somos Caribe” afirma con decisión y nos cuenta que esa actitud desenfadada es lo que lo ha mantenido tanto tiempo por estos lados. Pues Pacha ha viajado por buena parte del mundo, conociendo todo tipo de gente y resolviendo en cada lugar. Está consciente que un día partirá de La Sabana, su hogar es el mundo entero, pues también piensa, como soñador, que las fronteras no tienen sentido. Pacha forma parte del grupo que lleva las actividades comunitarias en La Sabana, como idealista por el bien común del pueblo, está involucrado en todo lo que sea el bienestar de la comunidad, da clases de pintura y otras actividades culturales para los niños de La Sabana, por eso siempre le saludan. En su cabeza ronda en estos momentos, una forma de llevar pescado a precios accesibles a cierta comunidad de Caracas -porque también está involucrado en actividades de la capital-, esto hablando con los pescadores y reuniendo esfuerzos para el traslado. Debido a este tipo de negociaciones, Pacha se pone una camisa manga larga y una gorra distintiva de su apoyo a la revolución (la gorra verde de corte militar con la bandera de Cuba y la estrella roja) y lo acompañamos en su movilización hacia Chuspa -el destino de la mayoría del pescado que se obtiene en estas costas- en horas de la noche, para hablar con los pescadores. Braulio es coherente con sus ideas y su discurso, y eso requiere coraje. Se lo digo, y su respuesta es bastante humilde: Se trata de reconocer su lugar en la lucha por el bien común, y hacerlo lo mejor posible. Con sus altibajos, se lo “vacila mientras dure”. Ríe. A pesar de ser un hombre ya en edad madura, tiene un espíritu muy joven, divertido. Le pregunté si no le dolían los pies, de andar siempre descalzo, sobre todo en pavimento. Rió, reímos. Me explicó que hay una manera de caminar particular para ello, y me hizo una mímica jocosa del caminar que me recordó al de los pingüinos. Otra de las luchas de Pacha es la legalización de la siembra de la marihuana. Aclara que una cosa es “la fumada” y otra abogar por la siembra. Explica que la legalización de la marihuana atentaría contra el mercado textilero mundial (la marihuana es un cáñamo), así como el farmacéutico, debido a sus propiedades medicinales. Le atribuye a esta hierba, la cura de su asma infantil, debido a los efectos broncodilatadores. Y tiene esperanza en que un día se pueda ganar esta lucha para que mucha gente tenga acceso a una medicina natural que le brinde salud a bajo costo. Por supuesto, el espacio de Pacha es “420 friendly”, pero muy respetuoso con los no fumadores. Respeto y tolerancia es la bandera de su espacio.
Aprovechando el viaje a Chuspa, Pacha nos quiso presentar a un amigo. A unos minutos de La Sabana, en dirección a Caruao, a orillas del camino hay un arco. Llegamos a la casa de Raúl, quien nos recibió con mucha alegría y disposición. Raúl construyó él toda su casa. Nos cuenta orgulloso que todos los elementos que la componen fueron tomados de la naturaleza o de la calle, material de “deshecho”, que él moldeó y convirtió en objetos utilitarios con una belleza sencilla que cautiva. Así, con madera que desechó la iglesia, hizo unas sillas bastante cómodas donde su señora madre ve la telenovela. Nos muestra la mesa de madera maciza que quizás proviene de una puerta antigua. Hacia un lado, un fogón de piedra. Aún cuando tiene una cocina aparte, el fogón le imprime un sabor característico a los dulces que realiza, nos explica. Me llaman la atención las lámparas, hechas con rejillas y retazos de plástico. Hay camas colgantes de caña. También son de caña brava las paredes y el techo. La cocina está bien equipada, es un ambiente amplio, pues Raúl disfruta mucho cocinar, fue su trabajo durante años, y ahora vende dulces criollos como conserva de coco con piña y torta de pueblo, pues a pesar del estilo austero, también necesita dinero en efectivo, como todos. También siembra y procesa su propio cacao, que vende en bolitas para hacer chocolate caliente o en crema, con leche, que él llama “estilo Nutella”. Raúl vende sus productos en Caruao, y siempre tiene un remanente para la gente que pasa por ahí. Nos contó que la gente del otro lado de la montaña, hacia los lados de Guatire, quiso ver lo que había de ese lado de la montaña, precisamente, y fue como nació La Virginia. Haciendo referencia a “Los Amos del Valle”, libro de Francisco Herrera Luque, nos cuenta cómo entre terratenientes y los intereses del comercio las tierras de la costa fueron vendidas y abandonadas hasta hoy en día, cuando “son los que están”.

Sobre la mesa, unas auyamas inmensas, unas piñas que huelen diferente a las piñas que puedo encontrar en la frutería de mi cuadra. Raúl nos explica que esas piñas se dan en la montaña, una extensión del patio de su casa. Admiramos maravillados su obra, mi amiga fotógrafa pide hacerle un retrato y él accede un poco tímido pero gustoso, posa en su mesa con frutas. Su cuarto parece una composición fotográfica, una colección de gorras enmarca su lecho. Su desorden tiene una armonía traviesa, y lo muestra sonriente. Raúl tiene un amigo que le provee medicinas para su madre, y las que él no necesita, llegan a las manos de quien lo requiera a manera de donación, pues su objetivo es ayudar a otros, así como otros lo ayudan a él. En medio de la conversa se emociona y se levanta de la mesa, busca una olla y con una cuchara de madera, raspando el fondo, nos da a probar un nuevo dulce que está perfeccionando, nos pregunta qué es y se divierte como niño pícaro. Nosotros perdimos, ninguno supo descifrar la composición del melao, que está delicioso. Con aires de ganador nos confiesa: confitura de mandarina. Una maravilla, con un toque amargo muy sutil que acompañaría bien un buen queso para un canapé. En los alrededores del patio hay un chivo, y un pato que me mira desconfiado, no logro ver más en la espesura de la noche. Nos acompañan en el espacio interior un par de perritos que defienden su territorio, pero son muy cariñosos cuando se dan cuenta que solo llegas a visitar. Además de educado, atento y vivaracho, Raúl nos regala a las damas, a manera de despedida, unas flores: bastones de Emperador, que en este momento me acompañan mientras escribo. Agradecida con el gesto y las atenciones, Raúl me deja reflexionando. Después de todo, Robinson Crusoe no ha pasado de moda.
Luego de un día largo, regresamos a la casa. Siempre con el sonido del mar como fondo, me duermo pensando en el encanto de la vida sencilla, pero que requiere una valentía enorme y mucha creatividad para enfrentar el día a día.
Al momento de marcharnos, le extiendo la mano nuevamente a Pacha, le agradezco su hospitalidad y le prometo enviarle el link a mi publicación sobre estos días en su compañía. Me da un abrazo sonriente, aún sabiendo que no comparto algunas de sus ideas, pero de eso se trata lo que profesa: respeto y tolerancia hacia la diversidad. Y se lo agradezco. Fue toda una experiencia conocerte, Braulio, y espero que te guste este texto.
NOTA: La casa y la causa de Pacha está abierta a todo el que desee ayudar sinceramente, con actividades para La Sabana, esfuerzos para las tortugas y todo lo relacionado con la lucha por el bien común. Pacha desea exponer su obra, así que también es bien recibido toda ayuda o compra en este sentido.
Ningún cangrejo sufrió daños durante las visitas a las playas para la realización de esta crónica.






1 comment:

  1. Si leyendo el artículo siente un olor a playa, que la brisa le toca la cara y que el sol le calienta la espalda, entonces Vanessa le llegó al Corazón...

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