Friday, March 27, 2020

Cuarentena. Dia 14. Bitácora.


Por alguna razón se me está olvidando cuándo me lavo el cabello. Así como se me ha descuadrado la rutina de compras. Todo ha cambiado. Y cuando digo todo me refiero al planeta completo.
El silencio de la noche es extraño. No es una noche de primero de enero, cansada, satisfecha, no. Es una noche de toque de queda en incertidumbre. Mañana será el día 15 -17 para algunos- que comenzó la cuarentena en Venezuela por el virus SARS-CoV-2, la nueva cepa corona que produce COVID-19. Esta última línea puede ser leída en off mientras nos vemos en cámara lenta caminando con tapabocas con el Ávila de fondo.
Mientras se acercaba era tan grande que no lo vimos llegar. Las fronteras debieron cerrarse antes, los protocolos debieron ejecutarse antes. Pero somos humanos, precisamente. Y en tres meses el nuevo virus -que quizás sigue mutando- puso en jaque al globo entero. Así, nos queda ser humildes y contribuir en lo que podamos, cada uno, en su trinchera, esperando lo mejor. Tzu lo dice en su Arte de la Guerra: Conoce a tu enemigo. Y por ese lado, vamos perdiendo.
No puedo evitar recordar el apagón general de hace un año. Para mí duró cinco días, para otros se extendió semanas. Recuerdo al quinto día salir a caminar al parque con total resignación. Lloré un poco, pensé mucho, me pregunté cómo estaría una persona y regresé con paso lento a casa, para ver que había electricidad. Siento que fuera ese apagón, pero con servicios, al menos en mi edificio, no así en otras partes de la ciudad y del país. Hace un año sabíamos que lo sucedido era producto de la negligencia, y llevaría rato resolverlo. Ahora también. Hace un año, las informaciones eran inciertas y escasas. Ahora también. Hace un año, a muchos nos agarró casi sin reservas. Ahora también.  Y aquí es donde se puede decir que la estupidez humana es infinita. Por negligencia, por callar, por soberbia, vienen los problemas.
No es precisamente la cuarentena lo que me está tensando los nervios. Desde hace meses vivo como ermitaña, saliendo solo a comprar o hacer diligencias. Hace meses no vitrineo en centros comerciales o socializo, por decisión propia. Por ese lado, voy relajada. Lo que se hace cada vez más pesado es llevar la incertidumbre del verdadero panorama que tenemos. Dicen que solo hay 3 muertos, pero en una semana, en mi cuadra, de ver dos guardias pasaron a seis, y hoy a unos doce. He salido unas cinco veces a no más de tres cuadras de mi residencia y cada vez veo más guardias. La primera vez, sin tapabocas, ahora hasta con patrullas y fusiles. Luego de veinte años viviendo bajo un régimen comunista que nos ha ido apretando el grillete poco a poco, ahora vivimos una pandemia en el peor momento, cuando la mayoría de nuestros médicos con experiencia han dejado el país. Guaidó “advierte” que no estamos preparados para lo que viene, como si no lo supiéramos. Pero sí es válida la advertencia, hay un sector de la población que aún mantiene su apoyo firme al “proceso revolucionario”, y no podrán decir que no se los dijimos. Han detenido periodistas por informar, y no soy muy optimista de su suerte.
El primer día que salí con mi mascarilla casera -porque no compré el respirador en la farmacia porque no me pareció necesario, eso es solo para los enfermos, pensé- me sentí algo ridícula por lo improvisado del asunto. Pero conforme fui caminando y viendo todos los modelos de máscara que había visto en tutoriales por internet, me sentí hasta orgullosa de mis habilidades manuales. Para los chinos supongo que es natural ya usar máscara de cuando en vez y tendrán sus modelos comerciales. Pero para nosotros es extraño, sé que nos miramos las máscaras. Y seguimos hablando, seguimos riendo en las filas que cada vez son más largas. Hoy le brindé antibacterial a la señora que tenía frente a mí en la fila para acceder a la frutería a la que nunca voy, pero esta situación me obliga a llegar. ¿Antibacterial? Dije como quien invita un chicle. Y me lo aceptó muy relajada. Mientras nos frotábamos las manos bajo el sol, su mirada se perdió en la avenida y me soltó un desesperanzado: “Esto va para largo”. Y para largo fue la fila por la desorganización de los fruteros. Llegué a casa cansada, pero solo había pasado poco más de una hora. Más que la respiración forzada por la tela tupida o el peso de mi bolsa, se trata de ver las filas de gente, los guardias armados cada tantos metros, la FAES -el SWAT autóctono- haciendo gala de su autoridad y los precios que ya no aparecen en ninguna cartelera. Todo eso es lo que mella la energía. Por supuesto, los productos se van acabando, y no es que confío mucho en nuestra golpeada red de distribución alimentaria, pero aún se consigue de todo. Aunque el aspecto de los vegetales y las frutas me recuerdan a Anna Frank.
No he hablado con mis vecinas más allá de unas cuantas impresiones y un intercambio de táper. En Caracas no somos como Madrid que aplaude y canta desde sus balcones. En las mañanas, oigo a mis vecinos pelear puntualmente. Ayer se sumó otra pareja. Además de nacer niños de la cuarentena, supongo que se producirán unos cuantos divorcios. Desayuno, hiervo agua, leo redes, lavo, quizás salgo a la calle por provisiones una hora y mi programa vespertino es el portugués cuyo abasto me queda frente a la ventana. Dios sabe porqué he llevado los últimos tiempos sin televisor. Comencé a leer de nuevo, esta vez en digital. Me aparta de esta pantalla un convoy. Una ballena escoltada atraviesa la avenida, seguida de carros militares. Son pasadas las nueve de la noche. Perros ladran. Respiro hasta que escucho de nuevo solo la aguja de mi reloj de pared. Retomando, estos días han circulado gran cantidad de libros digitales. Las editoriales tuvieron el gran detalle de liberar material, se agradece. Me pregunto varias veces al día qué haría en cuarentena si tuviera compañía. La vecina de arriba juega dominó. Sé de unos que han jugado barajas por días. Es una lástima encontrarme sola porque he probado recetas estos días y me han quedado suculentas.
La alimentación en cuarentena es un tema delicado. Los profesionales en nutrición aconsejan comer ligero. Sinceramente, con la ansiedad que genera la pandemia no creo poder medirme más allá del sentido común. Ni hablar de las órdenes de detención que ahora tienen las primeras figuras del régimen por parte del departamento de estado de USA. Como es de esperarse, ya me aconsejaron tener comida de reserva en la despensa. Y es que somos rehenes de un régimen forajido en medio de una pandemia en época de recesión mundial. Y pronto cumpliré 40 años. Mis glándulas suprarrenales sonríen.
Hoy tengo fruta. Doy gracias. En estos días he visto grupos de hombres y niños vagando, con tapabocas, pero sabemos que no son del sector, no están yendo a comprar y están delgados para su contextura. Y siento miedo de muchas cosas. De la posibilidad de saqueos, de la crisis que viene por los que van a perder su empleo y por los que viven el día a día. Por lo que puede suceder a nivel político. Y por lo que nos depara la pandemia en un país donde un jarabe para la tos cuesta más de dos sueldos mensuales. No hay mucho para sonreír siendo realistas.
Sin embargo, sé que todos pensamos en nuestras personas. Esas que queremos ver cuando esto pase. Tomar un café, abrazar. Besar, también, según el caso. Y sonreímos. Es cierto que varios se van a ir con esto, pero los que queden deben honrarlos. Y será cierto que no seremos los mismos. De otra forma, todo esto, todo lo que sucede, sería en vano.

Tuesday, February 25, 2020

A las mujeres nos pasan muchas cosas.


Un hombre que admiro mucho, y al que le tengo un profundo respeto, me comenta con molestia que no entiende el porqué la NASA dirige tan altos honores a la señora Katherine Johnson, recientemente fallecida. Le comento que fue pieza clave para los trabajos de la NASA en ese momento. Y noto indignación. Por supuesto, me indigné también.
Mi nombre era Alejandro. Desde la barriga, me llamaban así. He escrito muchas veces que es mi nombre favorito, quizás porque fue el primer nombre que escuché. Oh, sorpresa, es una niña, y para colmo el doctor dijo que nací muerta, pero esa es otra historia. El asunto presente es que mi madre tuvo que pensar rápido un nombre, porque yo fui por meses Alejandro. Mi ropita era azul, mi coche fue azul. Y bueno, es mi color favorito. Pasado el tiempo fue que empecé a tener cosas rosadas. Hasta el día de hoy, no sé si mi padre sintió decepción al enterarse de mi género. Tampoco tiene importancia a estas alturas.
Siempre me gustaron las muñecas, pero también cosas “de niño”. Recuerdo mi tristeza cuando no me dejaban jugar metras (canicas) y me ponía un buen rato a ver a mis tíos con esa algarabía inocente chocar pelotitas de vidrio. Por eso tuve una colección de pelotas pequeñas, metras, pelotas de hule, plástico y madera. Me fascinaban las pelotas, aunque en deporte nunca fui buena. También quise disfrazarme de Spiderman, El Zorro y Batman, tener carritos, un carro a control remoto para correrlo en el parque y jugar pelotica de goma, pero no pude, por ser niña. Las niñas no hacen eso. Las niñas se disfrazan de bailarina, de Reina, de princesa. Las niñas, las niñas, las niñas.
Al llegar a la universidad, me inscribí en Electrónica, una carrera masculina. No soy de las personas que deja cosas por la mitad, rara vez retrocedo, no es algo que se me dé fácil, abandonar algo porque no resulte. Entonces, a pesar de que no fue fácil, me gradué de Tecnología Electrónica. Pero hubo muchos momentos tensos, llanto, indignación por el machismo circundante. En los primeros trimestres, los profesores nos decían a las dos mujeres del salón que nos podíamos dedicar a una carrera administrativa porque el área industrial no es para mujeres. Repetí materias, era vista con desdén por ciertos compañeros, y como alguien digno de respeto por las compañeras administrativas. Las mujeres que pasamos por esa escuela tuvimos que lidiar con burlas, chistes en los laboratorios, miradas inadecuadas de profesores…y un moderado etcétera. Hace 20 años no existían las feminazis, ni el #MeToo ni las sanciones por acoso con tanto peso como ahora. Sencillamente, te acomodabas, eres mujer y estás irrumpiendo en un mundo de hombres, así que sopórtalo.
Y así pasaron los años y llegué al mundo petrolero, donde soporté bullying de mis compañeros de trabajo, equipos enteros de gabarras, risas en mis ponencias sobre QHSE, y me tocó trabajar con miedo porque un obrero amenazó con violarme en una gabarra. Me recomendaron callar, otro obrero me regaló una navajita y dormí días con ese cuchillo bajo la almohada. En una oportunidad, me quejé de aguantar mucho las ganas de orinar por lo lejos de las instalaciones sanitarias, su poca disponibilidad y su estado de limpieza. El resultado fue sobrellevar el acoso cuando en esa gabarra desembarcaron un baño portátil solo para mi uso. Entraba a mi baño escuchando los gritos de los obreros que reían mientras me decían “la miona”. Pasaron muchas cosas en esos años, también pasaron muchas cosas en los años que trabajé en una librería, hubo hombres que se negaban a hablar con una mujer, aun cuando era yo la que regentaba el lugar. Siempre han pasado muchas cosas.
Pasan cosas hoy en día también, a mis casi 40 años. Vivo sola, me muevo sola. No me ven pareja ni hermanos. Mi padre ya es un anciano. Un padre que cuando me acerqué a los 20 me dio un condón para que lo cargara en la cartera por si me atacaba un violador. Recuerdo su cara y su tono: “Toda mujer debe estar preparada para tener al frente un violador. Ningún violador se va a negar a usar condón, porque de esa manera no deja pruebas. No puedes hacer nada porque seguro tendrá un arma. No intentes defenderte porque será peor. Lo dejas pasar y más nada, un baño y a seguir adelante”. Creo que esas fueron sus palabras exactas. Dicho esto, aunque no nací ni vivo en un país musulmán, no uso burka ni me mutilaron mis genitales, he pasado por cosas que me generaron y siguen generando dolor en mi alma de mujer. Ninguna mujer debería vivir con miedo, pensando en las salidas posibles si transita por una calle oscura al llegar del trabajo, teniendo siempre en mente que un golpe en los cojones deshabilita a un hombre por un momento. Ninguna mujer debería tener en mente que puede ser víctima de violación. Ninguna mujer debería escuchar que si no accede a sexo reprobará una materia o será despedida de su trabajo. Esto último le pasó a cercanas, y es algo que las mujeres hablamos. Las mujeres hablamos de muchas cosas.
A pesar del dolor, no soy feminazi, no sé si me pueda llamar feminista siquiera. Quiero dejar claro que las feminazis tienen mi desprecio, ese no es el camino. Las feministas verdaderas, que no dejan su femineidad y su alma sensible a un lado, que no caen en discusiones de afeitadas y solo buscan igualdad de derechos civiles, las verdaderas feministas, esas tienen mi apoyo. Sin embargo, no puedo decir que iría a la calle con una pancarta por ese motivo. Lo que sí entiendo y apoyo es a toda mujer que se gane un reconocimiento por su labor profesional, porque sé lo que cuesta ganarse el respeto de un equipo masculino.
Ser mujer es duro, nazcas donde nazcas. Por supuesto, hay lugares más difíciles que otros. Afortunadamente, me tocó ser mujer en el ala occidental, no me casaron a los 9 años con un hombre que podría ser mi padre o mi abuelo, entre otras cosas. Pero es duro por otros motivos.  Sin mencionar la presión social cuando no hiciste el camino reglamentario de la mujer. Te ven con cierta lástima, que se te pasó el tren, que nadie te eligió, “algo tendrás”.
Así, por esto y otras cosas que guardo, me hace sonreír que la NASA le rinda honores desde que lo decidieron así a la señora Katherine. Adoro que se haya hecho viral el retorna de una astronauta y la reacción de su perro. Adoro que haya mujeres dejando huella en organizaciones importantes. Porque ser mujer es duro, pero vale el esfuerzo diario, y si alguien lo reconoce, es una victoria de una niña que nunca se rindió.

Wednesday, February 12, 2020

Disculpe, no tengo una servilleta


Hace un rato, como cada miércoles, me acerqué a una feria de vegetales y frutas que se establece a una cuadra de mi residencia. Hace un rato, como cada miércoles, vi los paquetes de catalinas en el puesto de cobro, pero esta semana decidí llevar un paquete. Esta semana también decidí no cruzar en la esquina del mercadito, sino caminar una cuadra más, para revisar si ha llegado harina a un local que siempre tiene ofertas. Escucho unas bolsas al pasar por una central telefónica. Sé lo que significa ese sonido. Desde hace un tiempo ya no son los perros solamente los que escarban la basura. Volteo. Una figura oscura -de tez y ropa- está inclinado, escarbando. Suspiro y busco las catalinas en mi bolsa de yute. “Y un cambur”, pienso. Una catalina y un cambur en mi mano. Pienso que la catalina debería ir en una bolsita o una servilleta, pero no suelo agarrar muchas bolsas y no podía soltar las otras catalinas sobre los tubérculos…
“-Señor, tome.
[La figura se yergue y voltea. El hombre no llega a 50 años, está delgado, no famélico, delgado. Tiene ojos redondos, ojos de bebé, pienso. Ojos de bebé asustado. Me impresionó su mirada. No me había fijado lo que me impresionaría aún más. Yo lo miro a sus ojos redondos un par de segundos y veo al interior de mi bolsa de yute mientras me excuso.]
-Ay, disculpe, no tengo una bolsita o una servilleta…
[Extiendo el brazo hacia él y él extiende su mano hacia mí. Su mano llena de pequeños gusanos blancos. Esos gusanos que cubren la carne podrida luego de un par de días. Hace un intento de limpiarse en sus pantalones sucios. Sé que hice una expresión. No pude evitarlo. ]
-Dámelo así…Dios te cuide.”
Sí, Dios me cuida. Es cierto. Soy yo la estuve en la posición de ayudar. Pero la impotencia me apretó la garganta. La impotencia y el asco. Tengo fobia a los gusanos, se me aceleró el pulso y calculé mal cruzando la calle. Solo un susto, por la imagen de los gusanos que no deberían estar en las manos de ninguna persona. 
Disculpa, desconocido, no tengo una servilleta. Tampoco tengo un país que vele por tus derechos humanos y tu dignidad. Solo tengo un territorio convertido en un pranato, con una élite militar y un grupo de gente dedicada a lavar dinero comprando todas las mansiones de Valle Arriba y otras zonas que veían con resentimiento cuando su cuenta bancaria estaba en rojo, sin hablar de propiedades en otros países. Solo tengo odio, resentimiento e ignorancia. Solo tengo un país podrido como esa basura que hurgan varios buscando comida, pero los gusanos tienen todos colores, rojos, naranjas, amarillos, verdes y blancos. Solo tengo un poquito de esperanza porque Donald Trump sentenció este régimen en el que corres el peligro de deshumanizarte poco a poco. Ya no nos asombramos por embarazadas comiendo de la basura. Ya no nos asombra ver tiendas totalmente en dólares, cuando Venezuela no está dolarizada legalmente.
Como preludio a este episodio, en un taller al que asisto en la mañana, mis compañeros dijeron con cierto pudor que comían arepa sola, y la profesora habló de la Pira (Amaranto) como opción nutritiva y sin costo: “mientras estos tiempos de carencia pasan”. Hasta hallacas hicieron en diciembre, comenté, con sarcasmo.  Al terminar la clase, entré en una distribuidora totalmente dolarizada en una zona popular, con el asombro de enterarme que aceptan quarters, dimes y monedas de five cents.
Disculpe, desconocido, no tengo una servilleta. Tengo este campo de concentración en este lado de la ciudad mientras, cruzando la cloaca, hay estacionados Ferrari, Audi y Mustangs. Ya no sé en realidad qué tengo, desconocido…solo sé que hoy no fui yo la que tuvo las manos llenas de gusanos. Pero nadie está a salvo de ello mientras esté aquí adentro.


Sunday, February 2, 2020

La otra


El cuerno, la amante -esa es la más dramática porque es la que usan las telenovelas-, la susodicha, la zorra, la puta. ¿Conocen otro sustantivo para la mujer no formal de un hombre? Puede haber tantos nombres como hombres en la tierra. Soy hija ilegítima, ese es el sustantivo cuando naces fuera de un matrimonio, y por lo general es porque tu papá no tuvo los cojones de dejar a su esposa cuando tu mamá te tuvo. Recién, 40 años después que mi padre se perdiera cuando mi madre le dijo que estaba embarazada (reflexionó al rato y se hizo cargo, pero esa es otra publicación), se lo dije. “La cagaste (…) no tuviste las bolas para dejarla, aunque no eras feliz”. Ojalá pudiera poner una valla en toda carretera de todo país con la frase: “Ten las bolas de ser feliz con quien amas”. Porque si todos los hombres, o vamos a decir personas, que tuvieran el coraje de enfrentar que se casaron sin pensar, por inercia, conveniencia, por ultimátum de la pareja, en fin…aún casado por amor, pero que ya no sienten eso, que -como dicen en Marriage Story- amanezcan deseando que la otra persona esté muerta, si tuvieran el coraje, el espíritu fuerte de sentarse frente al café y mirar a la otra persona para hablar. Si tan solo tuvieran los cojones de ser felices sin mucha parsimonia, el mundo sería distinto. Si sencillamente, fueran transparentes en su vida, sin duplicados, el mundo sería un lugar más sano. Mi padre no tuvo ese coraje, y eso trastocó a los 7 hijos y las 3 mujeres involucradas a lo largo de 30 años. Recuerdo llamadas “anónimas”, salidas intempestivas de restaurantes y lugares de recreación, recuerdo que me bautizaron a los 6 años porque no tenía el apellido de mi padre. Recuerdo muchas cosas que duelen. Duelen en la dignidad y a mi niña interna. Ha sido un trabajo duro sanar cada raspón, y aún no estoy ni cerca de terminar, pero hago el intento.
La vida quiso, o si me juzgo más severamente, elegí estar en el lugar de mi madre cuando crecí. Consciente e inconscientemente, porque tus memorias te llevan a situaciones que debes sanar. Mucha gente juzga de “puta” o “mujer fácil” a la “susodicha”, es fácil juzgar. Y es lo lógico si tú fuiste una mujer que tiene sus anillos y se casó de blanco ante un cura. Así como es fácil juzgar a los niños de “bastardos”. Por la primera parte, a veces, uno se enamora y no sabe que es la otra hasta que está hasta el cuello. Yo me enteré de que mi ex era casado cuando teníamos 6 meses de relación y un susto de embarazo. Y es que una se venda de ilusiones y a veces no deseas reaccionar cuando no te saca en público o habla bajito por teléfono sin decirte que te ama. Y si estás consciente de tu papel en el triángulo, den la duda de que toda mujer se enamora, que todo hombre también se enamora y que divorciarse es un monstruo peludo de cinco metros que nadie desea enfrentar. Nunca me he divorciado porque nunca me he casado, pero lo veo así porque algo que dé tanto miedo y a lo que le den tanta largas debe ser aterrador y espeluznante. Como niña debo decir que no se tiene la consciencia, ni la responsabilidad. Yo vine al mundo porque mamá quiso o se descuidó, eso nunca me lo contó, pero tampoco es que fui una sorpresa luego de una noche, así que simplemente vine y no lo pedí. Como muchos niños, lidié lo mejor que pude con un padre que nunca durmió en la casa ni nunca fue a las reuniones de padres del colegio.
Creo que tenía 19 años cuando papá llegó a la casa y le mostró un papel firmado y sellado a mamá, de esos que dan en las notarías. La cara de mamá no la olvido, así como ese tono muy particular cuando papá le dijo que se casarían en cuanto él pudiera y ella soltó entrando a la cocina:
“Ya para qué”.
Y papá estuvo años diciéndole que se casaran, hasta que mamá murió cuando yo tenía 29 años. Y lo vi llorar mientras su cuerpo entraba en el crematorio. Y la hija de la que me llamó bastarda años atrás me dijo que nunca lo había visto llorar así, y ella nació 15 años antes de mí y vivió con él, así que le creí. Y yo solo me preguntaba el porqué la gente deja pasar el tiempo, porqué la gente piensa que tiene todo el tiempo del mundo, que la vida va a desenvolverse a su antojo, que la gente no se muere, no enferma. Mucha gente piensa que es dueño del tiempo y lo deja todo para después. Todo, incluso su propia paz.
No sé si la vida me tenga preparado en el futuro ser una Señora De, por años puse apellidos a mi nombre de pila, sonriendo, soñando con eso y una petición de mano en París, porque veía muchas películas rosa pues, aunque algunas se les cumple, en las redes están…quizás, como dice mucha gente, como ya voy a cumplir 40 años, solo quedé para amante. Lo que sí tengo certeza es que entiendo que la vida es sumamente complicada, todos estamos rotos, asustados y acostumbrados. Vivir duele, nadie te lo dice. Pero sí podemos elegir cuánto tiempo sufrimos y esperamos a alguien. Del resto, mientras tu dedo índice apunta al otro, tres te apuntan a ti.

Sunday, December 15, 2019

15 de diciembre de 2019.


Hoy me siento muy frágil. Es muy desgastante que el ambiente de Venezuela demande tanto de ti para ponerte en pie, para sacar un pie de la cama y abrir la llave, si es que afortunadamente tienes agua, para ver cositas salir del grifo. Cositas vivas, otras no tanto…cositas engloba bien todo lo que sale. Y si afortunadamente tienes comida en casa, porque la mayoría de los venezolanos muchas veces amanecen con la despensa y el refrigerador vacío, quizás se esfuma la electricidad y no la puedes cocinar. El que atraviesa la frontera olvida rápidamente cómo es todo aquí, todo en Venezuela actualmente cuesta el triple de lo que es considerado básico en otra parte del mundo. No tenemos calidad en servicios básicos, cuando los tenemos. Desde tomar un vaso de agua hasta navegar en internet es una victoria cuando logra realizarse. Una pequeña victoria que va mellando el optimismo. Y son años de esto. Y no hay solución a la vista. Una voz me dice frecuentemente: “Ese es su plan”. Se refiere a derrumbarnos psicológicamente. Y yo lo entiendo, pero por más que quiera ser fuerte, el ambiente determina mi respuesta.
Metro de Caracas, estación Teatros. Permanezco de pie unos 40 minutos. No ha pasado un solo tren. Llevo una bolsa pesada, más de 6 kilos. Me da asco que mi bolsa toque el piso. La estación Teatros no tiene 15 años de inaugurada, pero el aspecto arruinado la hace parecer de 30. El piso está inmundo, con pegotes que recuerdo otrora el personal de limpieza, debidamente uniformado, raspaba con una espátula. Ahora, apenas barren los andenes, unas personas sin uniformes ni identificación, reservistas, según. En algunas esquinas hay desechos humanos, y hago la aclaratoria porque no he visto la primera caca de perro, pero sí muchas de hombre. A partir de esto, he evitado recostarme en las paredes. El olor es una combinación misteriosa de sudor añejo con gases industriales, y de otro tipo. Duele, yo como usuaria del sistema Metro de Caracas desde que tengo uso de razón, ver las instalaciones en la ruina. Cada vez hay menos iluminación, menos personal. Y los conductores que una vez usaban corbata y sonreían con su buena presencia, ahora visten franelillas y hablan por celular mientras el tren llega a la estación. Lo siento, por favor, perdóname, te amo, gracias. Estoy haciendo Ho oponopono desde hace unos meses. Cuando siento que algo me abruma, repito las cuatro palabras principales para calmarme, a veces lo consigo. Lo siento, por…un abuelo con un bastón improvisado de tubos y tornillos arrastra los pies por el andén, pide colaboración para comer. Va harapiento. Como muchos otros que no están pidiendo. La ropa del venezolano promedio ya está bastante gastada, rota, opaca. Los jabones están bastante costosos para la mayoría, incluyendo el de tocador y otros cosméticos, lo que no ayuda a la higiene colectiva. Miro para otro lado. Veo un grupo de adolescentes sentados en una de las escaleras, ríen. Y pienso en cómo es la vida del adolescente hoy en día, encerrado, mal alimentado, algo resentido porque un combo de cotufas en el cine cuesta más del sueldo mínimo, sin entradas. Y siento tristeza. Lo siento, por favor, perdóname, te amo, gracias.
Llega el tren, hay un poco de forcejeo en la puerta. Los vendedores ambulantes ya forman parte del sistema. El hombre que vende barriletes tiene una dicción perfecta y voz de locutor, afino la mirada, me pregunto qué historia lleva a cuestas ese hombre. A unos metros de mí hay un hombre maduro embriagado, el olor a grasa rancia con alcohol inunda esa puerta. Los pasajeros bromean preguntándole cosas y disfrutando sus respuestas. Yo nunca aprendí a vacilarme a un borracho. A cada tramo que siento el tren bajar su velocidad, ruego no quedarnos en el túnel. Aunque cargo conmigo una linterna, agua y zapatos resistentes, no deseo caminar por los túneles. Llegar al punto de transferencia es una molestia para mis rodillas, pero estoy más cerca de casa. Bajando las escaleras, casi piso un charco de orines. Aún cuando he encontrado sorpresas en los pasamanos, prefiero agarrarme y enjabonarme tres veces las manos al llegar a casa. A poca distancia del charco, una mujer con el torso desnudo vende algunos caramelos, los anuncia en voz alta. Los empujones son más violentos en este tramo, quedo pegada de la puerta contraria. Un codazo en la costilla, un empujón final cuando cierra la puerta, por aquello del ajuste. Respiro profundo el aire viciado, y llego a mi estación, donde me esperan unos 100 escalones que hacen chirriar mis rodillas.
Salgo de la estación jadeando, pero liberada, por hoy. Desde que desfallecí por una bomba lacrimógena en el metro  y luego tuve un ataque de ansiedad en un andén a reventar, usarlo no fue lo mismo. Desde el apagón nacional que duró días, duermo con una lamparita, cosa que nunca hice de pequeña.
Cada día es una batalla maldita en este campo de concentración. Mi tortura es saber que todo lo que veo en ruinas no debería estar así, que la desidia que el plan de la ventana rota provoca va contaminando todo a mi alrededor. Estoy asqueada. Estoy cansada. La resiliencia tiene un límite, y esa marca la pasamos hace rato en este país. Como perla, dicen que los habitantes de la capital estamos de lujo, porque el interior es un círculo del infierno entre las mafias y los cortes eléctricos. Apartando lo externo, la sensación de incertidumbre es una constante.
“Lloro todos los días”.
Ya no sé cuántas veces he escuchado y dicho esta frase. No sé cuánto se pueda soportar bajo estas circunstancias. Y no me digan que me vaya, porque ya lo intenté.
Ya oscureció en el laberinto.
Quizás el laberinto más desafiante, porque el Minotauro se instaló adentro de nosotros.


Wednesday, May 15, 2019

Pos…(la) verdad, me ofende que te ofendas.


"Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia".
John Donne


Mi niñez transcurrió, en parámetros normales, con tranquilidad. Aunque fui víctima de bullying, para ese momento no había planteamientos muy extendidos sobre el tema, y mis llantos los resolvía mi madre como toda madre venezolana en los años 80:

“¿Tú eres pendeja?”

Más tarde, me encargaría yo de mis complejos. Y sí, a veces era muy pendeja. Lloraba porque atacaban mi físico o porque siempre ganaba la misma niñita en la elección de la reina: La rubia, flaquita, hija del director. Y viví buena parte de mi época escolar muy ofendida, pero el consuelo materno me hizo crear callo, y como la mayoría de mi generación, salí adelante sin dañar mi integridad física.

Quizás por crecer en este contexto venezolano donde el bully está en la propia casa, me resultan muy fuera de lugar ciertas respuestas de las nuevas generaciones a determinadas situaciones. Creo en el feminismo original, como un movimiento necesario para la igualdad de derechos; creo en la defensa de las minorías, precisamente por un sentido de justicia; creo en la libertad de expresión, necesaria para que ninguna voz sea silenciada, pero últimamente, esa soberbia millenial de pensar que solo hay una verdad, la de ellos, me resulta escalofriante. Ningún extremo es sano.

En un mundo más avanzado, con más recursos, y gente cada vez más preparada, tenemos a grupos de mujeres que dicen defender su género mientras protestan denigrando su cuerpo y su condición de mujeres, viéndose como bestias despojadas de la sutileza femenina, no las entiendo. Los hombres ya no pueden galantear sin preguntar con cierto recelo, porque hasta pagar la cuenta puede ofender a ciertas mujeres. Debo decir que soy de la vieja escuela, me gusta un hombre galante, que me haga cumplidos y pague la cuenta, ya el mundo está bastante jodido y hay suficiente oportunidad de enfrentarlo sola demostrando que no somos ningún sexo débil. ¿Por qué resulta tan difícil y ofensivo ser objeto de deseo estos días? ¿En qué momento hirieron tanto a estas ofendidas para mostrarse tan desafiantes?

Todos estamos rotos en este mundo de la posverdad, el reto es retirar el dedo de la llaga con inteligencia. Veo millones de almas que descubrieron el poder de la multitud para dirigir las acciones a su antojo, y ojalá fueran acciones tan importantes como destronar un tirano, pero no, en la geopolítica no hay 4to poder, eso es otra discusión. En mi panorámica, una horda de cada grupo minoritario se da a la tarea de ofenderse por turnos, avanzando cada vez por un planeta que se obliga a ser políticamente correcto en su fachada. Y los ofendidos pueden lograr que despidan un profesor de una universidad, que crucifiquen en redes a una personalidad por un comentario desafortunado, pero mientras no cambien leyes y estructuras, sus progresos serán ladrillos sin cemento.

 Debo decir que el grupo LGBTI es el mejor portado y más elegante, mi único reclamo para los suyos es que la biología lleva más años adelante que los paradigmas. La miss España polémica sigue siendo un hombre modificado para los efectos del caso, y debía competir en un concurso para tales señoritas (nótese que acepto a cabalidad referirme a él como ella, por un respeto que hasta defiendo con ellos) porque de lo contrario, incurre en una injusticia para las otras mujeres nacidas como tal, ¿o no? Aún no estoy lo suficientemente evolucionada para aceptar un género mental y otro biológico. Soy mujer de ciencia y leyes, para estos fines eres hombre o mujer.

Discutir sobre minorías étnicas y religiosas son las aguas más profundas, y no es mi intención que esta publicación sea por entregas. Mi idea es manifestar mi preocupación por la visceralidad in crescendo de las nuevas generaciones, atacando por todos los flancos, haciendo del mundo un lugar más hostil en vez de mejorarlo. No puedo estar contenta por un mundo en el que, dando mi opinión, hasta del tema más ingenuo, ofendo al que difiere de mi punto de vista. Porque nadie es dueño de la verdad, solo tenemos puntos de vista. Pero tenemos una herencia en filosofía, ciencia y leyes a la cual nos debemos porque son los pilares de la civilización. Me preocupa una intención de limpiarse el culo con la herencia griega y romana, basado en movimientos emotivos, que no son más que eso: hígado tóxico.

Pueden pasar otras décadas y la canción bandera de John Lennon seguirá siendo coreada por sujetos intensos que se creen con el derecho y la misión de incendiar una boutique por pertenecer a un mundo que los execra, convirtiéndolos en lo que atacan. Abogo por un mundo más tolerante, de parte y parte, porque las luchas de los diversos grupos oprimidos que han ganado terreno se han hecho en paz, logrando cambiar leyes y, con argumentos, paradigmas. Creo en la lucha inteligente donde la violencia no sea más que el recurso de los disociados, que debemos extinguir con discernimiento. Por supuesto, el mundo y las civilizaciones evolucionan, quizás falta muy poco para que todos tengan un lugar en las leyes y destronen mentes cuadradas, ya ha avanzado mucho el tercer sexo, van bien muchaches…Pero mientras, tolerancia, porque no pueden pedir al mundo algo que ustedes no son capaces de dar. Y a manera de recordatorio: memento mori
Y nadie se muere más que otro. Por dentro, somos iguales...al menos, por otros miles de años.

NOTA: Si te ofendí con esta publicación, hay una X a tu derecha, extremo superior de la pantalla. También tienes recursos de block en las redes sociales. Úsalos, yo uso los míos, porque en este planeta virtual, hay lugar para todos. 

Friday, April 26, 2019

Dolce far niente


Es viernes, escucho los ruidos de la avenida en la que vivo, son ruidos propios de día laborable…también llueve. Me acerco a mi ventanal y veo mi pedacito de calle, las gotas caer, cierro los ojos. Voy a la cocina, veo el invento que tengo en el horno, introduzco un cuchillo, evalúo, apago. Es viernes y no estoy trabajando. Y para el colmo de muchos, estoy tranquila.

Fui criada por un ama de casa que siempre estaba haciendo algo, y un padre que trabaja desde los tres años, según sus propias palabras (Mi padre tiene 82 y no ha dejado de trabajar, vale decir que no tiene una posición envidiable ni nos dejará herencia cuando se vaya, ya entenderán más adelante porqué acoto esto). Recuerdo las peores vacaciones de mi vida, cuando en su afán por hacerme una “mujer de provecho” me ocuparon todos mis días en cursos, natación, mecanografía, dibujo…todo lo que sirviera para no estar ociosa. El ocio fue un terreno desconocido para mí, hasta que sería independiente.

Con esta crianza, y tantos discursos de “parásitos” en mi cabeza, refiriéndose a la gente que apenas labora o vive de manera relajada, me enfrenté al mundo con mi primer trabajo serio en una trasnacional, y me volví una workaholic. Así pasé unos años, trabajando sin saber lo que era un horario convencional, fechas importantes, año nuevo…y cuando salía “libre” -siempre on call- en mi analfabetismo emocional, tapaba mis carencias yendo de shopping y sobre estimulando mis sentidos hasta caer rendida en mi cama, tan vacía pero con más ropas o comida cara en mi ser. La vida suele ajustar las cosas a su manera, y luego estuve un tiempo sin trabajar, pero pendiente de mi madre diabética. Luego, porque debía hacer algo, ante la negativa de las empresas en las que aplicaba, incursioné en otro mundo, y allí estuve casi una década, de nuevo en un horario no convencional, trabajando feriados, fechas importantes, tres de enero…y cuidando un gato que no era mío. Luego de la revolución en mi vida el último año, desesperada por “hacer algo” porque vivo en el país con la hiperinflación más brutal que existe, acepté un empleo que no deseaba hacer, pero me engañé. Me emocioné cuando fui aceptada en una empresa de ventas al detal, pero la verdad es que no tenía más opción. No veía más opciones. Como la vida suele ajustar las cosas a su manera, no me renovaron el contrato. Desesperada de nuevo, comencé a enviar curricula como loca a cualquier vacante por delante, activé contactos…sin éxito.

Una noche, sentada en mi salita, sencillamente me encogí en hombros, miré hacia arriba y murmuré: “¿Qué deseas de mí?”, me acurruqué y me dormí. Al otro día, y muchos que le siguieron, decidí vivir “lo que me tocó” -porque uno en momentos convulsos de su vida se pone muy dramático- al final de esos días se fue despejando una respuesta. Pero como todo descubrimiento, necesita digerirse, y en ese proceso me encuentro. Una de mis historias favoritas es Eat, Pray, Love, la historia real de Elizabeth Gilbert, por ello el título de esta publicación, adoro la parte en la que ella descubrió que estaba bien sencillamente no hacer nada, su Dolce far niente, y aunque cause mucho escozor en la gente abnegada a sus obligaciones laborales, hay mucha sabiduría en el ocio sano.

La vida es muy graciosa, siempre lo digo, y te pone en situaciones que derriban tus esquemas cuando ya los tienes rancios. Me ha tocado hacer mucho trabajo conmigo misma, aceptando que no soy egoísta por tener tiempo para mí, espacio para mí y apoyo para mí. Lamentablemente, la tranquilidad siempre es mal vista por gente que no la ha pasado bien en su vida, y desean que tú estés tan jodido como ellos, para lamentarse juntos. Eso es triste. Me gusta la gente que cree en el bienestar colectivo, y anda pendiente de sus asuntos en vez de ver al jardín del vecino. Toca depurar el patio que me circunda, y ser fiel a mí misma. La reflexión que me ocupa, y por la cual escribo esto es:

¿En realidad vale la pena ir rápido por la vida?

He llegado a esta conclusión: No. Si usted tiene una respuesta diferente, por favor, argumente su respuesta y déjela en los comentarios.

La vida no es un trabajo, la vida no se trata de hacer fortuna. En el pasado, cuando pude, ayudé a mucha gente, a veces, muchas, poniéndolas sobre mí, porque tengo la filosofía de que el dinero es para ser y hacer feliz. Hay vidas dedicadas a producir sin descanso, las he visto de cerca, y un día el cuerpo les da un STOP o la vida se les acaba, y ese dinero tiene otro rumbo cuando debió ayudar a la persona a ser más ella y vivir sus sueños. Elijo creer que la vida se trata de ver, sentir, oír, tocar…emplear tus sentidos en descubrir el mundo al cual fuimos arrojados, vivir. Por supuesto, se debe ser un individuo útil a la sociedad y productivo, porque tenemos necesidades y responsabilidades. Tan hippies tampoco…pero,

¿Vale la pena trabajar horas extras buscando un reconocimiento que no te das tú mismo?

¿Vale la pena trabajar sin descanso por el sueño de otro, tu empleador?

¿Vale la pena llegar a casa cuando tus niños están dormidos sin poder dedicarles tiempo?

¿Desde cuando no te tomas tiempo para ti?

¿Desde cuándo no haces lo que realmente deseas hacer?

Mi propio padre me ha humillado porque no he hecho fortuna ya entrando en el cuarto piso. He sido rechazada por amistades y hombres por no tener su mismo status. A pesar de ello, me enorgullezco de la persona que soy, y de lo que he trabajado hacia adentro. No soy una gurú ni una maestra espiritual, pero tengo la consciencia tranquila y me considero una buena mujer, de lo contrario, dudo que la vida habría dispuesto para mí lo que estoy viviendo. Al menos hoy, eso me basta. Por supuesto, como fiel admiradora del capitalismo, necesito cosas materiales y me gustaría pisar otro suelo, cosa que no se hace con buenos deseos, pero ya vendrá ese tiempo. No deseo ocuparme en estos momentos en trabajar en “lo que sea” porque el país me invada. Cada realidad es diferente, y mi realidad me permite ciertas concesiones. No soy eterna, pero estoy aprendiendo a confiar en el camino que la vida me pone, mi camino. Me encantó descubrirme en estos días diciéndome: “Vane, ¿qué deseas hacer hoy?” y estoy agradeciendo cada día de esta nueva aventura en la que la persona más importante soy yo.

Y Gracias, gracias siempre será mi mantra.