Hoy me
siento muy frágil. Es muy desgastante que el ambiente de Venezuela demande tanto
de ti para ponerte en pie, para sacar un pie de la cama y abrir la llave, si es
que afortunadamente tienes agua, para ver cositas salir del grifo. Cositas
vivas, otras no tanto…cositas engloba bien todo lo que sale. Y si afortunadamente
tienes comida en casa, porque la mayoría de los venezolanos muchas veces
amanecen con la despensa y el refrigerador vacío, quizás se esfuma la
electricidad y no la puedes cocinar. El que atraviesa la frontera olvida
rápidamente cómo es todo aquí, todo en Venezuela actualmente cuesta el triple
de lo que es considerado básico en otra parte del mundo. No tenemos calidad en
servicios básicos, cuando los tenemos. Desde tomar un vaso de agua hasta
navegar en internet es una victoria cuando logra realizarse. Una pequeña
victoria que va mellando el optimismo. Y son años de esto. Y no hay solución a
la vista. Una voz me dice frecuentemente: “Ese es su plan”. Se refiere a derrumbarnos
psicológicamente. Y yo lo entiendo, pero por más que quiera ser fuerte, el
ambiente determina mi respuesta.
Metro de
Caracas, estación Teatros. Permanezco de pie unos 40 minutos. No ha pasado un
solo tren. Llevo una bolsa pesada, más de 6 kilos. Me da asco que mi bolsa toque
el piso. La estación Teatros no tiene 15 años de inaugurada, pero el aspecto
arruinado la hace parecer de 30. El piso está inmundo, con pegotes que recuerdo
otrora el personal de limpieza, debidamente uniformado, raspaba con una
espátula. Ahora, apenas barren los andenes, unas personas sin uniformes ni identificación,
reservistas, según. En algunas esquinas hay desechos humanos, y hago la
aclaratoria porque no he visto la primera caca de perro, pero sí muchas de
hombre. A partir de esto, he evitado recostarme en las paredes. El olor es una
combinación misteriosa de sudor añejo con gases industriales, y de otro tipo.
Duele, yo como usuaria del sistema Metro de Caracas desde que tengo uso de
razón, ver las instalaciones en la ruina. Cada vez hay menos iluminación, menos
personal. Y los conductores que una vez usaban corbata y sonreían con su buena
presencia, ahora visten franelillas y hablan por celular mientras el tren llega
a la estación. Lo siento, por favor, perdóname, te amo, gracias. Estoy haciendo
Ho oponopono desde hace unos meses. Cuando siento que algo me abruma, repito
las cuatro palabras principales para calmarme, a veces lo consigo. Lo siento,
por…un abuelo con un bastón improvisado de tubos y tornillos arrastra los pies
por el andén, pide colaboración para comer. Va harapiento. Como muchos otros
que no están pidiendo. La ropa del venezolano promedio ya está bastante
gastada, rota, opaca. Los jabones están bastante costosos para la mayoría,
incluyendo el de tocador y otros cosméticos, lo que no ayuda a la higiene
colectiva. Miro para otro lado. Veo un grupo de adolescentes sentados en una de
las escaleras, ríen. Y pienso en cómo es la vida del adolescente hoy en día,
encerrado, mal alimentado, algo resentido porque un combo de cotufas en el cine
cuesta más del sueldo mínimo, sin entradas. Y siento tristeza. Lo siento, por
favor, perdóname, te amo, gracias.
Llega el
tren, hay un poco de forcejeo en la puerta. Los vendedores ambulantes ya forman
parte del sistema. El hombre que vende barriletes tiene una dicción perfecta y
voz de locutor, afino la mirada, me pregunto qué historia lleva a cuestas ese
hombre. A unos metros de mí hay un hombre maduro embriagado, el olor a grasa
rancia con alcohol inunda esa puerta. Los pasajeros bromean preguntándole cosas
y disfrutando sus respuestas. Yo nunca aprendí a vacilarme a un borracho. A
cada tramo que siento el tren bajar su velocidad, ruego no quedarnos en el
túnel. Aunque cargo conmigo una linterna, agua y zapatos resistentes, no deseo
caminar por los túneles. Llegar al punto de transferencia es una molestia para
mis rodillas, pero estoy más cerca de casa. Bajando las escaleras, casi piso un
charco de orines. Aún cuando he encontrado sorpresas en los pasamanos, prefiero
agarrarme y enjabonarme tres veces las manos al llegar a casa. A poca distancia
del charco, una mujer con el torso desnudo vende algunos caramelos, los anuncia
en voz alta. Los empujones son más violentos en este tramo, quedo pegada de la
puerta contraria. Un codazo en la costilla, un empujón final cuando cierra la
puerta, por aquello del ajuste. Respiro profundo el aire viciado, y llego a mi
estación, donde me esperan unos 100 escalones que hacen chirriar mis rodillas.
Salgo de
la estación jadeando, pero liberada, por hoy. Desde que desfallecí por una
bomba lacrimógena en el metro y luego
tuve un ataque de ansiedad en un andén a reventar, usarlo no fue lo mismo. Desde
el apagón nacional que duró días, duermo con una lamparita, cosa que nunca hice
de pequeña.
Cada día
es una batalla maldita en este campo de concentración. Mi tortura es saber que
todo lo que veo en ruinas no debería estar así, que la desidia que el plan de
la ventana rota provoca va contaminando todo a mi alrededor. Estoy asqueada.
Estoy cansada. La resiliencia tiene un límite, y esa marca la pasamos hace rato
en este país. Como perla, dicen que los habitantes de la capital estamos de
lujo, porque el interior es un círculo del infierno entre las mafias y los
cortes eléctricos. Apartando lo externo, la sensación de incertidumbre es una
constante.
“Lloro
todos los días”.
Ya no sé
cuántas veces he escuchado y dicho esta frase. No sé cuánto se pueda soportar
bajo estas circunstancias. Y no me digan que me vaya, porque ya lo intenté.
Ya oscureció
en el laberinto.
Quizás el
laberinto más desafiante, porque el Minotauro se instaló adentro de nosotros.
Excelente escrito amiga Vanessa, Haces un enfoque de la realidad venezolana basado en tus propias vivencias personales, es la realidad de lo que vive todas las personas a diario en el retroceso que nos han llevado a nuestra hermosa Venezuela, Es la forma tan nefasta como nos han llevado poco a poco al retroceso y deterioro, físico y psicológico de todo nuestro pueblo, jamás nos imaginamos que íbamos a llegar a un punto tan extremo de miseria desolación y penumbra.
ReplyDeletePero a pesar de todo, siempre hay que pensar, habrá una luz en el camino.