Es
viernes, escucho los ruidos de la avenida en la que vivo, son ruidos propios de
día laborable…también llueve. Me acerco a mi ventanal y veo mi pedacito de
calle, las gotas caer, cierro los ojos. Voy a la cocina, veo el invento que
tengo en el horno, introduzco un cuchillo, evalúo, apago. Es viernes y no estoy
trabajando. Y para el colmo de muchos, estoy tranquila.
Fui criada
por un ama de casa que siempre estaba haciendo algo, y un padre que trabaja
desde los tres años, según sus propias palabras (Mi padre tiene 82 y no ha
dejado de trabajar, vale decir que no tiene una posición envidiable ni nos
dejará herencia cuando se vaya, ya entenderán más adelante porqué acoto esto).
Recuerdo las peores vacaciones de mi vida, cuando en su afán por hacerme una “mujer
de provecho” me ocuparon todos mis días en cursos, natación, mecanografía,
dibujo…todo lo que sirviera para no estar ociosa. El ocio fue un terreno
desconocido para mí, hasta que sería independiente.
Con esta
crianza, y tantos discursos de “parásitos” en mi cabeza, refiriéndose a la
gente que apenas labora o vive de manera relajada, me enfrenté al mundo con mi
primer trabajo serio en una trasnacional, y me volví una workaholic. Así pasé unos años, trabajando sin saber lo que era un horario
convencional, fechas importantes, año nuevo…y cuando salía “libre” -siempre on call- en mi analfabetismo emocional,
tapaba mis carencias yendo de shopping y sobre estimulando mis sentidos hasta caer
rendida en mi cama, tan vacía pero con más ropas o comida cara en mi ser. La
vida suele ajustar las cosas a su manera, y luego estuve un tiempo sin
trabajar, pero pendiente de mi madre diabética. Luego, porque debía hacer algo,
ante la negativa de las empresas en las que aplicaba, incursioné en otro mundo,
y allí estuve casi una década, de nuevo en un horario no convencional,
trabajando feriados, fechas importantes, tres de enero…y cuidando un gato que
no era mío. Luego de la revolución en mi vida el último año, desesperada por “hacer
algo” porque vivo en el país con la hiperinflación más brutal que existe,
acepté un empleo que no deseaba hacer, pero me engañé. Me emocioné cuando fui
aceptada en una empresa de ventas al detal, pero la verdad es que no tenía más
opción. No veía más opciones. Como la vida suele ajustar las cosas a su manera,
no me renovaron el contrato. Desesperada de nuevo, comencé a enviar curricula
como loca a cualquier vacante por delante, activé contactos…sin éxito.
Una noche,
sentada en mi salita, sencillamente me encogí en hombros, miré hacia arriba y
murmuré: “¿Qué deseas de mí?”, me acurruqué y me dormí. Al otro día, y muchos
que le siguieron, decidí vivir “lo que me tocó” -porque uno en momentos
convulsos de su vida se pone muy dramático- al final de esos días se fue
despejando una respuesta. Pero como todo descubrimiento, necesita digerirse, y
en ese proceso me encuentro. Una de mis historias favoritas es Eat, Pray, Love,
la historia real de Elizabeth Gilbert, por ello el título de esta publicación,
adoro la parte en la que ella descubrió que estaba bien sencillamente no hacer
nada, su Dolce far niente, y aunque
cause mucho escozor en la gente abnegada a sus obligaciones laborales, hay
mucha sabiduría en el ocio sano.
La vida es
muy graciosa, siempre lo digo, y te pone en situaciones que derriban tus
esquemas cuando ya los tienes rancios. Me ha tocado hacer mucho trabajo conmigo
misma, aceptando que no soy egoísta por tener tiempo para mí, espacio para mí y
apoyo para mí. Lamentablemente, la tranquilidad siempre es mal vista por gente
que no la ha pasado bien en su vida, y desean que tú estés tan jodido como
ellos, para lamentarse juntos. Eso es triste. Me gusta la gente que cree en el
bienestar colectivo, y anda pendiente de sus asuntos en vez de ver al jardín
del vecino. Toca depurar el patio que me circunda, y ser fiel a mí misma. La
reflexión que me ocupa, y por la cual escribo esto es:
¿En
realidad vale la pena ir rápido por la vida?
He llegado
a esta conclusión: No. Si usted tiene una respuesta diferente, por favor,
argumente su respuesta y déjela en los comentarios.
La vida no
es un trabajo, la vida no se trata de hacer fortuna. En el pasado, cuando pude,
ayudé a mucha gente, a veces, muchas, poniéndolas sobre mí, porque tengo la
filosofía de que el dinero es para ser y hacer feliz. Hay vidas dedicadas a
producir sin descanso, las he visto de cerca, y un día el cuerpo les da un STOP o la vida se les acaba, y ese
dinero tiene otro rumbo cuando debió ayudar a la persona a ser más ella y vivir
sus sueños. Elijo creer que la vida se trata de ver, sentir, oír, tocar…emplear
tus sentidos en descubrir el mundo al cual fuimos arrojados, vivir. Por
supuesto, se debe ser un individuo útil a la sociedad y productivo, porque
tenemos necesidades y responsabilidades. Tan hippies tampoco…pero,
¿Vale la
pena trabajar horas extras buscando un reconocimiento que no te das tú mismo?
¿Vale la
pena trabajar sin descanso por el sueño de otro, tu empleador?
¿Vale la pena
llegar a casa cuando tus niños están dormidos sin poder dedicarles tiempo?
¿Desde
cuando no te tomas tiempo para ti?
¿Desde
cuándo no haces lo que realmente deseas hacer?
Mi propio
padre me ha humillado porque no he hecho fortuna ya entrando en el cuarto piso.
He sido rechazada por amistades y hombres por no tener su mismo status. A pesar
de ello, me enorgullezco de la persona que soy, y de lo que he trabajado hacia adentro.
No soy una gurú ni una maestra espiritual, pero tengo la consciencia tranquila
y me considero una buena mujer, de lo contrario, dudo que la vida habría
dispuesto para mí lo que estoy viviendo. Al menos hoy, eso me basta. Por
supuesto, como fiel admiradora del capitalismo, necesito cosas materiales y me
gustaría pisar otro suelo, cosa que no se hace con buenos deseos, pero ya
vendrá ese tiempo. No deseo ocuparme en estos momentos en trabajar en “lo que
sea” porque el país me invada. Cada realidad es diferente, y mi realidad me permite
ciertas concesiones. No soy eterna, pero estoy aprendiendo a confiar en el
camino que la vida me pone, mi camino. Me encantó descubrirme en estos días
diciéndome: “Vane, ¿qué deseas hacer hoy?” y estoy agradeciendo cada día de
esta nueva aventura en la que la persona más importante soy yo.
Y Gracias,
gracias siempre será mi mantra.
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