Un hombre
que admiro mucho, y al que le tengo un profundo respeto, me comenta con
molestia que no entiende el porqué la NASA dirige tan altos honores a la señora
Katherine Johnson, recientemente fallecida. Le comento que fue pieza clave para
los trabajos de la NASA en ese momento. Y noto indignación. Por supuesto, me
indigné también.
Mi nombre
era Alejandro. Desde la barriga, me llamaban así. He escrito muchas veces que
es mi nombre favorito, quizás porque fue el primer nombre que escuché. Oh, sorpresa,
es una niña, y para colmo el doctor dijo que nací muerta, pero esa es otra
historia. El asunto presente es que mi madre tuvo que pensar rápido un nombre,
porque yo fui por meses Alejandro. Mi ropita era azul, mi coche fue azul. Y bueno,
es mi color favorito. Pasado el tiempo fue que empecé a tener cosas rosadas.
Hasta el día de hoy, no sé si mi padre sintió decepción al enterarse de mi
género. Tampoco tiene importancia a estas alturas.
Siempre me
gustaron las muñecas, pero también cosas “de niño”. Recuerdo mi tristeza cuando
no me dejaban jugar metras (canicas) y me ponía un buen rato a ver a mis tíos
con esa algarabía inocente chocar pelotitas de vidrio. Por eso tuve una
colección de pelotas pequeñas, metras, pelotas de hule, plástico y madera. Me
fascinaban las pelotas, aunque en deporte nunca fui buena. También quise
disfrazarme de Spiderman, El Zorro y Batman, tener carritos, un carro a control
remoto para correrlo en el parque y jugar pelotica de goma, pero no pude, por
ser niña. Las niñas no hacen eso. Las niñas se disfrazan de bailarina, de
Reina, de princesa. Las niñas, las niñas, las niñas.
Al llegar
a la universidad, me inscribí en Electrónica, una carrera masculina. No soy de
las personas que deja cosas por la mitad, rara vez retrocedo, no es algo que se
me dé fácil, abandonar algo porque no resulte. Entonces, a pesar de que no fue
fácil, me gradué de Tecnología Electrónica. Pero hubo muchos momentos tensos, llanto,
indignación por el machismo circundante. En los primeros trimestres, los
profesores nos decían a las dos mujeres del salón que nos podíamos dedicar a
una carrera administrativa porque el área industrial no es para mujeres. Repetí
materias, era vista con desdén por ciertos compañeros, y como alguien digno de
respeto por las compañeras administrativas. Las mujeres que pasamos por esa
escuela tuvimos que lidiar con burlas, chistes en los laboratorios, miradas
inadecuadas de profesores…y un moderado etcétera. Hace 20 años no existían las
feminazis, ni el #MeToo ni las sanciones por acoso con tanto peso como ahora.
Sencillamente, te acomodabas, eres mujer y estás irrumpiendo en un mundo de
hombres, así que sopórtalo.
Y así
pasaron los años y llegué al mundo petrolero, donde soporté bullying de mis
compañeros de trabajo, equipos enteros de gabarras, risas en mis ponencias
sobre QHSE, y me tocó trabajar con miedo porque un obrero amenazó con violarme
en una gabarra. Me recomendaron callar, otro obrero me regaló una navajita y
dormí días con ese cuchillo bajo la almohada. En una oportunidad, me quejé de
aguantar mucho las ganas de orinar por lo lejos de las instalaciones
sanitarias, su poca disponibilidad y su estado de limpieza. El resultado fue sobrellevar
el acoso cuando en esa gabarra desembarcaron un baño portátil solo para mi uso.
Entraba a mi baño escuchando los gritos de los obreros que reían mientras me
decían “la miona”. Pasaron muchas cosas en esos años, también pasaron muchas
cosas en los años que trabajé en una librería, hubo hombres que se negaban a
hablar con una mujer, aun cuando era yo la que regentaba el lugar. Siempre han
pasado muchas cosas.
Pasan
cosas hoy en día también, a mis casi 40 años. Vivo sola, me muevo sola. No me
ven pareja ni hermanos. Mi padre ya es un anciano. Un padre que cuando me
acerqué a los 20 me dio un condón para que lo cargara en la cartera por si me
atacaba un violador. Recuerdo su cara y su tono: “Toda mujer debe estar
preparada para tener al frente un violador. Ningún violador se va a negar a
usar condón, porque de esa manera no deja pruebas. No puedes hacer nada porque
seguro tendrá un arma. No intentes defenderte porque será peor. Lo dejas pasar
y más nada, un baño y a seguir adelante”. Creo que esas fueron sus palabras
exactas. Dicho esto, aunque no nací ni vivo en un país musulmán, no uso burka ni
me mutilaron mis genitales, he pasado por cosas que me generaron y siguen
generando dolor en mi alma de mujer. Ninguna mujer debería vivir con miedo, pensando
en las salidas posibles si transita por una calle oscura al llegar del trabajo,
teniendo siempre en mente que un golpe en los cojones deshabilita a un hombre
por un momento. Ninguna mujer debería tener en mente que puede ser víctima de
violación. Ninguna mujer debería escuchar que si no accede a sexo reprobará una
materia o será despedida de su trabajo. Esto último le pasó a cercanas, y es
algo que las mujeres hablamos. Las mujeres hablamos de muchas cosas.
A pesar
del dolor, no soy feminazi, no sé si me pueda llamar feminista siquiera. Quiero
dejar claro que las feminazis tienen mi desprecio, ese no es el camino. Las
feministas verdaderas, que no dejan su femineidad y su alma sensible a un lado,
que no caen en discusiones de afeitadas y solo buscan igualdad de derechos
civiles, las verdaderas feministas, esas tienen mi apoyo. Sin embargo, no puedo
decir que iría a la calle con una pancarta por ese motivo. Lo que sí entiendo y
apoyo es a toda mujer que se gane un reconocimiento por su labor profesional,
porque sé lo que cuesta ganarse el respeto de un equipo masculino.
Ser mujer
es duro, nazcas donde nazcas. Por supuesto, hay lugares más difíciles que
otros. Afortunadamente, me tocó ser mujer en el ala occidental, no me casaron a
los 9 años con un hombre que podría ser mi padre o mi abuelo, entre otras
cosas. Pero es duro por otros motivos. Sin mencionar la presión social cuando no hiciste
el camino reglamentario de la mujer. Te ven con cierta lástima, que se te pasó
el tren, que nadie te eligió, “algo tendrás”.
Así, por
esto y otras cosas que guardo, me hace sonreír que la NASA le rinda honores
desde que lo decidieron así a la señora Katherine. Adoro que se haya hecho
viral el retorna de una astronauta y la reacción de su perro. Adoro que haya
mujeres dejando huella en organizaciones importantes. Porque ser mujer es duro,
pero vale el esfuerzo diario, y si alguien lo reconoce, es una victoria de una
niña que nunca se rindió.