Sunday, December 15, 2019

15 de diciembre de 2019.


Hoy me siento muy frágil. Es muy desgastante que el ambiente de Venezuela demande tanto de ti para ponerte en pie, para sacar un pie de la cama y abrir la llave, si es que afortunadamente tienes agua, para ver cositas salir del grifo. Cositas vivas, otras no tanto…cositas engloba bien todo lo que sale. Y si afortunadamente tienes comida en casa, porque la mayoría de los venezolanos muchas veces amanecen con la despensa y el refrigerador vacío, quizás se esfuma la electricidad y no la puedes cocinar. El que atraviesa la frontera olvida rápidamente cómo es todo aquí, todo en Venezuela actualmente cuesta el triple de lo que es considerado básico en otra parte del mundo. No tenemos calidad en servicios básicos, cuando los tenemos. Desde tomar un vaso de agua hasta navegar en internet es una victoria cuando logra realizarse. Una pequeña victoria que va mellando el optimismo. Y son años de esto. Y no hay solución a la vista. Una voz me dice frecuentemente: “Ese es su plan”. Se refiere a derrumbarnos psicológicamente. Y yo lo entiendo, pero por más que quiera ser fuerte, el ambiente determina mi respuesta.
Metro de Caracas, estación Teatros. Permanezco de pie unos 40 minutos. No ha pasado un solo tren. Llevo una bolsa pesada, más de 6 kilos. Me da asco que mi bolsa toque el piso. La estación Teatros no tiene 15 años de inaugurada, pero el aspecto arruinado la hace parecer de 30. El piso está inmundo, con pegotes que recuerdo otrora el personal de limpieza, debidamente uniformado, raspaba con una espátula. Ahora, apenas barren los andenes, unas personas sin uniformes ni identificación, reservistas, según. En algunas esquinas hay desechos humanos, y hago la aclaratoria porque no he visto la primera caca de perro, pero sí muchas de hombre. A partir de esto, he evitado recostarme en las paredes. El olor es una combinación misteriosa de sudor añejo con gases industriales, y de otro tipo. Duele, yo como usuaria del sistema Metro de Caracas desde que tengo uso de razón, ver las instalaciones en la ruina. Cada vez hay menos iluminación, menos personal. Y los conductores que una vez usaban corbata y sonreían con su buena presencia, ahora visten franelillas y hablan por celular mientras el tren llega a la estación. Lo siento, por favor, perdóname, te amo, gracias. Estoy haciendo Ho oponopono desde hace unos meses. Cuando siento que algo me abruma, repito las cuatro palabras principales para calmarme, a veces lo consigo. Lo siento, por…un abuelo con un bastón improvisado de tubos y tornillos arrastra los pies por el andén, pide colaboración para comer. Va harapiento. Como muchos otros que no están pidiendo. La ropa del venezolano promedio ya está bastante gastada, rota, opaca. Los jabones están bastante costosos para la mayoría, incluyendo el de tocador y otros cosméticos, lo que no ayuda a la higiene colectiva. Miro para otro lado. Veo un grupo de adolescentes sentados en una de las escaleras, ríen. Y pienso en cómo es la vida del adolescente hoy en día, encerrado, mal alimentado, algo resentido porque un combo de cotufas en el cine cuesta más del sueldo mínimo, sin entradas. Y siento tristeza. Lo siento, por favor, perdóname, te amo, gracias.
Llega el tren, hay un poco de forcejeo en la puerta. Los vendedores ambulantes ya forman parte del sistema. El hombre que vende barriletes tiene una dicción perfecta y voz de locutor, afino la mirada, me pregunto qué historia lleva a cuestas ese hombre. A unos metros de mí hay un hombre maduro embriagado, el olor a grasa rancia con alcohol inunda esa puerta. Los pasajeros bromean preguntándole cosas y disfrutando sus respuestas. Yo nunca aprendí a vacilarme a un borracho. A cada tramo que siento el tren bajar su velocidad, ruego no quedarnos en el túnel. Aunque cargo conmigo una linterna, agua y zapatos resistentes, no deseo caminar por los túneles. Llegar al punto de transferencia es una molestia para mis rodillas, pero estoy más cerca de casa. Bajando las escaleras, casi piso un charco de orines. Aún cuando he encontrado sorpresas en los pasamanos, prefiero agarrarme y enjabonarme tres veces las manos al llegar a casa. A poca distancia del charco, una mujer con el torso desnudo vende algunos caramelos, los anuncia en voz alta. Los empujones son más violentos en este tramo, quedo pegada de la puerta contraria. Un codazo en la costilla, un empujón final cuando cierra la puerta, por aquello del ajuste. Respiro profundo el aire viciado, y llego a mi estación, donde me esperan unos 100 escalones que hacen chirriar mis rodillas.
Salgo de la estación jadeando, pero liberada, por hoy. Desde que desfallecí por una bomba lacrimógena en el metro  y luego tuve un ataque de ansiedad en un andén a reventar, usarlo no fue lo mismo. Desde el apagón nacional que duró días, duermo con una lamparita, cosa que nunca hice de pequeña.
Cada día es una batalla maldita en este campo de concentración. Mi tortura es saber que todo lo que veo en ruinas no debería estar así, que la desidia que el plan de la ventana rota provoca va contaminando todo a mi alrededor. Estoy asqueada. Estoy cansada. La resiliencia tiene un límite, y esa marca la pasamos hace rato en este país. Como perla, dicen que los habitantes de la capital estamos de lujo, porque el interior es un círculo del infierno entre las mafias y los cortes eléctricos. Apartando lo externo, la sensación de incertidumbre es una constante.
“Lloro todos los días”.
Ya no sé cuántas veces he escuchado y dicho esta frase. No sé cuánto se pueda soportar bajo estas circunstancias. Y no me digan que me vaya, porque ya lo intenté.
Ya oscureció en el laberinto.
Quizás el laberinto más desafiante, porque el Minotauro se instaló adentro de nosotros.


Wednesday, May 15, 2019

Pos…(la) verdad, me ofende que te ofendas.


"Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia".
John Donne


Mi niñez transcurrió, en parámetros normales, con tranquilidad. Aunque fui víctima de bullying, para ese momento no había planteamientos muy extendidos sobre el tema, y mis llantos los resolvía mi madre como toda madre venezolana en los años 80:

“¿Tú eres pendeja?”

Más tarde, me encargaría yo de mis complejos. Y sí, a veces era muy pendeja. Lloraba porque atacaban mi físico o porque siempre ganaba la misma niñita en la elección de la reina: La rubia, flaquita, hija del director. Y viví buena parte de mi época escolar muy ofendida, pero el consuelo materno me hizo crear callo, y como la mayoría de mi generación, salí adelante sin dañar mi integridad física.

Quizás por crecer en este contexto venezolano donde el bully está en la propia casa, me resultan muy fuera de lugar ciertas respuestas de las nuevas generaciones a determinadas situaciones. Creo en el feminismo original, como un movimiento necesario para la igualdad de derechos; creo en la defensa de las minorías, precisamente por un sentido de justicia; creo en la libertad de expresión, necesaria para que ninguna voz sea silenciada, pero últimamente, esa soberbia millenial de pensar que solo hay una verdad, la de ellos, me resulta escalofriante. Ningún extremo es sano.

En un mundo más avanzado, con más recursos, y gente cada vez más preparada, tenemos a grupos de mujeres que dicen defender su género mientras protestan denigrando su cuerpo y su condición de mujeres, viéndose como bestias despojadas de la sutileza femenina, no las entiendo. Los hombres ya no pueden galantear sin preguntar con cierto recelo, porque hasta pagar la cuenta puede ofender a ciertas mujeres. Debo decir que soy de la vieja escuela, me gusta un hombre galante, que me haga cumplidos y pague la cuenta, ya el mundo está bastante jodido y hay suficiente oportunidad de enfrentarlo sola demostrando que no somos ningún sexo débil. ¿Por qué resulta tan difícil y ofensivo ser objeto de deseo estos días? ¿En qué momento hirieron tanto a estas ofendidas para mostrarse tan desafiantes?

Todos estamos rotos en este mundo de la posverdad, el reto es retirar el dedo de la llaga con inteligencia. Veo millones de almas que descubrieron el poder de la multitud para dirigir las acciones a su antojo, y ojalá fueran acciones tan importantes como destronar un tirano, pero no, en la geopolítica no hay 4to poder, eso es otra discusión. En mi panorámica, una horda de cada grupo minoritario se da a la tarea de ofenderse por turnos, avanzando cada vez por un planeta que se obliga a ser políticamente correcto en su fachada. Y los ofendidos pueden lograr que despidan un profesor de una universidad, que crucifiquen en redes a una personalidad por un comentario desafortunado, pero mientras no cambien leyes y estructuras, sus progresos serán ladrillos sin cemento.

 Debo decir que el grupo LGBTI es el mejor portado y más elegante, mi único reclamo para los suyos es que la biología lleva más años adelante que los paradigmas. La miss España polémica sigue siendo un hombre modificado para los efectos del caso, y debía competir en un concurso para tales señoritas (nótese que acepto a cabalidad referirme a él como ella, por un respeto que hasta defiendo con ellos) porque de lo contrario, incurre en una injusticia para las otras mujeres nacidas como tal, ¿o no? Aún no estoy lo suficientemente evolucionada para aceptar un género mental y otro biológico. Soy mujer de ciencia y leyes, para estos fines eres hombre o mujer.

Discutir sobre minorías étnicas y religiosas son las aguas más profundas, y no es mi intención que esta publicación sea por entregas. Mi idea es manifestar mi preocupación por la visceralidad in crescendo de las nuevas generaciones, atacando por todos los flancos, haciendo del mundo un lugar más hostil en vez de mejorarlo. No puedo estar contenta por un mundo en el que, dando mi opinión, hasta del tema más ingenuo, ofendo al que difiere de mi punto de vista. Porque nadie es dueño de la verdad, solo tenemos puntos de vista. Pero tenemos una herencia en filosofía, ciencia y leyes a la cual nos debemos porque son los pilares de la civilización. Me preocupa una intención de limpiarse el culo con la herencia griega y romana, basado en movimientos emotivos, que no son más que eso: hígado tóxico.

Pueden pasar otras décadas y la canción bandera de John Lennon seguirá siendo coreada por sujetos intensos que se creen con el derecho y la misión de incendiar una boutique por pertenecer a un mundo que los execra, convirtiéndolos en lo que atacan. Abogo por un mundo más tolerante, de parte y parte, porque las luchas de los diversos grupos oprimidos que han ganado terreno se han hecho en paz, logrando cambiar leyes y, con argumentos, paradigmas. Creo en la lucha inteligente donde la violencia no sea más que el recurso de los disociados, que debemos extinguir con discernimiento. Por supuesto, el mundo y las civilizaciones evolucionan, quizás falta muy poco para que todos tengan un lugar en las leyes y destronen mentes cuadradas, ya ha avanzado mucho el tercer sexo, van bien muchaches…Pero mientras, tolerancia, porque no pueden pedir al mundo algo que ustedes no son capaces de dar. Y a manera de recordatorio: memento mori
Y nadie se muere más que otro. Por dentro, somos iguales...al menos, por otros miles de años.

NOTA: Si te ofendí con esta publicación, hay una X a tu derecha, extremo superior de la pantalla. También tienes recursos de block en las redes sociales. Úsalos, yo uso los míos, porque en este planeta virtual, hay lugar para todos. 

Friday, April 26, 2019

Dolce far niente


Es viernes, escucho los ruidos de la avenida en la que vivo, son ruidos propios de día laborable…también llueve. Me acerco a mi ventanal y veo mi pedacito de calle, las gotas caer, cierro los ojos. Voy a la cocina, veo el invento que tengo en el horno, introduzco un cuchillo, evalúo, apago. Es viernes y no estoy trabajando. Y para el colmo de muchos, estoy tranquila.

Fui criada por un ama de casa que siempre estaba haciendo algo, y un padre que trabaja desde los tres años, según sus propias palabras (Mi padre tiene 82 y no ha dejado de trabajar, vale decir que no tiene una posición envidiable ni nos dejará herencia cuando se vaya, ya entenderán más adelante porqué acoto esto). Recuerdo las peores vacaciones de mi vida, cuando en su afán por hacerme una “mujer de provecho” me ocuparon todos mis días en cursos, natación, mecanografía, dibujo…todo lo que sirviera para no estar ociosa. El ocio fue un terreno desconocido para mí, hasta que sería independiente.

Con esta crianza, y tantos discursos de “parásitos” en mi cabeza, refiriéndose a la gente que apenas labora o vive de manera relajada, me enfrenté al mundo con mi primer trabajo serio en una trasnacional, y me volví una workaholic. Así pasé unos años, trabajando sin saber lo que era un horario convencional, fechas importantes, año nuevo…y cuando salía “libre” -siempre on call- en mi analfabetismo emocional, tapaba mis carencias yendo de shopping y sobre estimulando mis sentidos hasta caer rendida en mi cama, tan vacía pero con más ropas o comida cara en mi ser. La vida suele ajustar las cosas a su manera, y luego estuve un tiempo sin trabajar, pero pendiente de mi madre diabética. Luego, porque debía hacer algo, ante la negativa de las empresas en las que aplicaba, incursioné en otro mundo, y allí estuve casi una década, de nuevo en un horario no convencional, trabajando feriados, fechas importantes, tres de enero…y cuidando un gato que no era mío. Luego de la revolución en mi vida el último año, desesperada por “hacer algo” porque vivo en el país con la hiperinflación más brutal que existe, acepté un empleo que no deseaba hacer, pero me engañé. Me emocioné cuando fui aceptada en una empresa de ventas al detal, pero la verdad es que no tenía más opción. No veía más opciones. Como la vida suele ajustar las cosas a su manera, no me renovaron el contrato. Desesperada de nuevo, comencé a enviar curricula como loca a cualquier vacante por delante, activé contactos…sin éxito.

Una noche, sentada en mi salita, sencillamente me encogí en hombros, miré hacia arriba y murmuré: “¿Qué deseas de mí?”, me acurruqué y me dormí. Al otro día, y muchos que le siguieron, decidí vivir “lo que me tocó” -porque uno en momentos convulsos de su vida se pone muy dramático- al final de esos días se fue despejando una respuesta. Pero como todo descubrimiento, necesita digerirse, y en ese proceso me encuentro. Una de mis historias favoritas es Eat, Pray, Love, la historia real de Elizabeth Gilbert, por ello el título de esta publicación, adoro la parte en la que ella descubrió que estaba bien sencillamente no hacer nada, su Dolce far niente, y aunque cause mucho escozor en la gente abnegada a sus obligaciones laborales, hay mucha sabiduría en el ocio sano.

La vida es muy graciosa, siempre lo digo, y te pone en situaciones que derriban tus esquemas cuando ya los tienes rancios. Me ha tocado hacer mucho trabajo conmigo misma, aceptando que no soy egoísta por tener tiempo para mí, espacio para mí y apoyo para mí. Lamentablemente, la tranquilidad siempre es mal vista por gente que no la ha pasado bien en su vida, y desean que tú estés tan jodido como ellos, para lamentarse juntos. Eso es triste. Me gusta la gente que cree en el bienestar colectivo, y anda pendiente de sus asuntos en vez de ver al jardín del vecino. Toca depurar el patio que me circunda, y ser fiel a mí misma. La reflexión que me ocupa, y por la cual escribo esto es:

¿En realidad vale la pena ir rápido por la vida?

He llegado a esta conclusión: No. Si usted tiene una respuesta diferente, por favor, argumente su respuesta y déjela en los comentarios.

La vida no es un trabajo, la vida no se trata de hacer fortuna. En el pasado, cuando pude, ayudé a mucha gente, a veces, muchas, poniéndolas sobre mí, porque tengo la filosofía de que el dinero es para ser y hacer feliz. Hay vidas dedicadas a producir sin descanso, las he visto de cerca, y un día el cuerpo les da un STOP o la vida se les acaba, y ese dinero tiene otro rumbo cuando debió ayudar a la persona a ser más ella y vivir sus sueños. Elijo creer que la vida se trata de ver, sentir, oír, tocar…emplear tus sentidos en descubrir el mundo al cual fuimos arrojados, vivir. Por supuesto, se debe ser un individuo útil a la sociedad y productivo, porque tenemos necesidades y responsabilidades. Tan hippies tampoco…pero,

¿Vale la pena trabajar horas extras buscando un reconocimiento que no te das tú mismo?

¿Vale la pena trabajar sin descanso por el sueño de otro, tu empleador?

¿Vale la pena llegar a casa cuando tus niños están dormidos sin poder dedicarles tiempo?

¿Desde cuando no te tomas tiempo para ti?

¿Desde cuándo no haces lo que realmente deseas hacer?

Mi propio padre me ha humillado porque no he hecho fortuna ya entrando en el cuarto piso. He sido rechazada por amistades y hombres por no tener su mismo status. A pesar de ello, me enorgullezco de la persona que soy, y de lo que he trabajado hacia adentro. No soy una gurú ni una maestra espiritual, pero tengo la consciencia tranquila y me considero una buena mujer, de lo contrario, dudo que la vida habría dispuesto para mí lo que estoy viviendo. Al menos hoy, eso me basta. Por supuesto, como fiel admiradora del capitalismo, necesito cosas materiales y me gustaría pisar otro suelo, cosa que no se hace con buenos deseos, pero ya vendrá ese tiempo. No deseo ocuparme en estos momentos en trabajar en “lo que sea” porque el país me invada. Cada realidad es diferente, y mi realidad me permite ciertas concesiones. No soy eterna, pero estoy aprendiendo a confiar en el camino que la vida me pone, mi camino. Me encantó descubrirme en estos días diciéndome: “Vane, ¿qué deseas hacer hoy?” y estoy agradeciendo cada día de esta nueva aventura en la que la persona más importante soy yo.

Y Gracias, gracias siempre será mi mantra.


Thursday, April 18, 2019

Yo soy Caribe



Estaba fregando con el jabón que quedaba, poco importaba que se hubiese acabado, era nuestro último día en la casa. Y, en todo caso, podíamos fregar los platos en el mar, usando la arena como esponja, una cosa maravillosa que arrastra la grasa y me asombró como niña cuando lo hice. Pacha estaba a mi izquierda, es difícil no advertir su presencia, habla bastante y pisa de una manera muy particular:
-Ella es otra hermanita, te la presento -dijo Pacha sonriente.
La otra hermanita era yo, los otros “hermanitos”, a los cuales era introducida, eran una pareja de jóvenes que recién llegaba a la casa. En la casa de Pacha todos somos hermanos.
Escuché sobre Pacha durante las tres horas que separan La Sabana -un pueblo de pescadores en el estado Vargas- de Caracas. Al bajar del carro, me puse a observar la fachada particular de la casa y su hermosa vista al mar. Un acento sureño matizado me hizo sonreír. Mucho gusto, dije. Extendí mi mano para presentarme y recibí un apretón fuerte con un beso en la mejilla, así como una sonrisa cálida. A Braulio le dicen Pacha quién sabe desde cuándo, pero Pacha es más escuchado dentro de la casa. Al otro lado de la fachada, se escuchan llamados a lo largo del día:
-¡BRAULIO!                                        
-¡BRAULIO!                        
-¡BRAULIO!           
-¿Está Braulio? -dice bajito un niño que apenas llega a la ventana-
De día, de noche, incluso de madrugada, lo llaman. Y de respuesta, se escucha un sereno “Voy” que precede a un afectuoso saludo. Así como se escucha un sereno “¿Quién vive?” cuando abres la puerta las pocas veces que está cerrada, porque la mayor parte del tiempo está abierta de par en par.
La casa de Pacha está ubicada en la calle Vista al mar, bajando por La Filita, al lado de la antena, tiene tres niveles. Se entra por el segundo nivel, donde te reciben sus obras realizadas en cortes de madera que obtiene de las construcciones del lugar. El estilo de las obras tiene tintes psicodélicos y nacionalistas. Pacha también hace letreros, por lo que es común ver un par de encargo secándose o los fijos de Zona protegida, porque parte de su labor en La Sabana es proteger a las tortugas. En este nivel hay tres cuartos y un corredor vestido con una enredadera verde que es libre, tan libre que entra a la casa. En el nivel de arriba, la terraza, hay lugar para colgar hamacas y hay quien acampa en este espacio cuando no gusta descansar en los cuartos, donde hay "boxes" y colchonetas desnudas, así como alguna mesita. Si hay algo que define a este espacio es el libre albedrío. Depende de la cantidad de gente, Pacha nos llama a la comprensión y la buena actitud: “Ahí nos acomodamos”, remata. En el nivel inferior, está la cocina abierta, un lugar que raras veces está solo. Hay dos camas, un jardín a sus anchas en el que encuentras orégano orejón, sábila, un arbusto de Jazmín que perfuma toda la casa cuando está en flor, y otras plantas. Pacha gusta de las infusiones, por lo que mis amigos le llevaron Malojillo en cantidad y quedó agradado. Lo que hay sobre la mesa es para todos, es la filosofía del lugar. Se maneja un sistema propio de separación de desechos: si es orgánico, sirve de abono a las plantas, ya sea del jardín interno o para las plantas de un terreno baldío al lado de la casa. Ergo, me divertí lanzando cáscaras y restos de vegetales hacia las matas de plátano vecinas. Si el desecho es inorgánico, se clasifica. Lo ideal es que cada quien se lleve de vuelta la basura inorgánica que produjo. En un pasillo externo, hay una cantidad de recipientes plásticos y empaques de gente que ha dejado su basura, porque nunca falta un desconsiderado. Frente a la mesa hay una biblioteca, hay de todo tipo de libros y revistas. Al lado de la biblioteca, los restos de un tinajero.

Se observa que varios visitantes dejan cosas, como en todo hostal. Mi agarradero de ollas improvisado era un delantal que dice St. Tropez. No hay filtro de agua, por lo que hay que llevar el agua necesaria para tomar y cocinar. A la casa llega agua corriente, pero como todo el país, también hay racionamiento, así que puede sorprenderlos un día sin agua del grifo y tener que ir hasta el río para quitarse la sal del mar. En el pueblo, hay un puñado de lugares donde comprar chucherías y una que otra bebida, pero dadas las condiciones actuales de electricidad y disponibilidad de puntos de venta, lo mejor es llevar todo lo que se va a consumir en la estadía, agua y comida. Así como efectivo en cantidad, porque casi todo se maneja de esta forma, el pescado en la playa y los tradicionales helados de teta que venden en las casas del pueblo. La casa lleva tiempo en reparaciones, no es fácil cuando se depende de otros para los recursos y mano de obra, pero el espíritu es esperar lo mejor, y resolver mientras se soluciona. En este momento, hay una ducha operativa y un baño para otras necesidades, y “ahí nos acomodamos”. Caribe.
La Sabana es un pueblo pequeño, más o menos, una cuadrícula de 5 calles. El contraste en la arquitectura es bastante particular. Hay casas en ruinas, abandonadas, casas de tabla y zinc, casas

bonitas de pueblo, casas muy modernas y un container que sirve de casa. Lo particular es que La Sabana ha sido cuna de jugadores de béisbol de grandes ligas, que luego han invertido en su pueblo y generan un paisaje pintoresco que incluye una casa con ascensor al lado de una micro capilla de la virgen del Valle, así como una discoteca, el Esco Bar. En mi estadía, vi un grupo de niños jugar béisbol cada día a orillas de la playa, y unos chiquiticos jugando frente a sus casas, con un bate de plástico más grande que su humanidad. De noche, la cancha del pueblo hervía de entusiasmo y energía. Se observa un espíritu deportivo muy vivo o quizás la ilusión de salir de La Sabana por ese medio. Las mujeres del pueblo trabajan, ya sea en los locales como la bodega o haciendo helados y dulces que venden en sus casas, mientras cuidan los niños. Los hombres se ocupan de construir, trabajar la madera y pescar. Si debo guardar solo un momento de la gente de La Sabana será una abuela, en bata, con su nieto de meses en brazos, recibiendo a un bote. La señora se acercó al bote que descargaba en el puerto, el bebé permanecía sereno, observando todo lo que sucedía a su alrededor: un grupo de unos diez hombres usando sus recursos a mano para atracar el bote, y miembros de su familia recibiéndolos para ayudar a vender la pesca del día, y unos turistas, como yo, a la espera de poder comprar pescado. La abuela agarró un pescado pequeño, brillante y rosado, se lo acercaba al pequeño que miraba atentamente. Le decía unas palabras, como siempre hacen las abuelas. Yo no las escuché, pero la comunión entre ambos hablaba de algo ancestral, ese contacto con el pescado fresco, el grupo de hombres poniéndose de acuerdo, entre ellos y las olas, para llevar más adentro el bote, ese orgullo se lo que se Es. En toda la escena, me llamó la atención un niño de unos nueve años que limpiaba una parte del bote recién llegado con mucha energía, me pregunté si en su mente está el afán de ganarse el respeto, sonreí. Así como fui testigo de esta fiesta, horas antes presencié la llegada de un bote que no tuvo suerte en la faena, llegando con las cubetas vacías.

Esto me hizo reflexionar en el manejo del fracaso, y en la resiliencia propia del ser humano. Luego de un buen descanso, ya saldrán al mar por otra oportunidad. La playa más cercana al puerto es La Sabana, luego sigue playa La Canal -mi favorita estos días-, donde hay un acercamiento al río y, por último, playa La Boca, también con acceso al río. En La Canal y La Boca no hay sombra, por lo que conviene llevarse un toldo, y todo el tiempo, buen protector solar. A las playas de La Sabana llegan tortugas a desovar, pero lamentablemente, son víctimas de muchos predadores, comenzando por el hombre. Un huevo de tortuga es una exquisitez y se cotiza en dólares, lo que hace cuesta arriba su resguardo. Hay un grupo de sabaneros a favor de las tortugas, un nidario donde se trasladan los huevos que son encontrados en los nidos de la playa, y que luego son liberados al completar su maduración. Durante la temporada de desove, Pacha hace recorridos por la playa entrada la noche, en busca de nidos. No es poco frecuente encontrar que ya fueron saqueados, es una lucha contra los perros y los vecinos del pueblo. A pesar de ciertas frustraciones, Pacha continúa su labor de concienciación sobre la conservación del medio ambiente, y en el caso que le ocupa en este momento: las tortugas. Le brillan los ojos cuando habla de esos anfibios enormes que han estado sobre la tierra antes que nosotros, y todo lo que podemos aprender de ellos.


Pacha es hippie, defiende su posición ante el sistema con fuerza. Tiene dreadlocks hasta la cadera, ojos aceitunados detrás de unos lentes aéreos, bigote y barba a desparpajo. Siempre anda en shorts, sin camisa, y descalzo. Le pregunté cuándo asumió este estilo de vida, simplemente me dijo que empezó a salir de su casa, en Uruguay, yendo cada vez más lejos, hasta que no regresó. Una expresión que me llama la atención el primer día es “Caribe”, palabra que en su acento toma un ritmo gracioso, y me recuerda al “Suaaaave” de la tortuga de Buscando a Nemo. Pacha define esa actitud tropical como el soltar ciertas cosas y vivir improvisadamente, confiando en que se resolverán las situaciones durante el camino. Caribe es el “como vaya viniendo vamos viendo” de Eudomar Santos, o si quieren verlo de otra forma, un Hakuna Matata endógeno. “Somos Caribe” afirma con decisión y nos cuenta que esa actitud desenfadada es lo que lo ha mantenido tanto tiempo por estos lados. Pues Pacha ha viajado por buena parte del mundo, conociendo todo tipo de gente y resolviendo en cada lugar. Está consciente que un día partirá de La Sabana, su hogar es el mundo entero, pues también piensa, como soñador, que las fronteras no tienen sentido. Pacha forma parte del grupo que lleva las actividades comunitarias en La Sabana, como idealista por el bien común del pueblo, está involucrado en todo lo que sea el bienestar de la comunidad, da clases de pintura y otras actividades culturales para los niños de La Sabana, por eso siempre le saludan. En su cabeza ronda en estos momentos, una forma de llevar pescado a precios accesibles a cierta comunidad de Caracas -porque también está involucrado en actividades de la capital-, esto hablando con los pescadores y reuniendo esfuerzos para el traslado. Debido a este tipo de negociaciones, Pacha se pone una camisa manga larga y una gorra distintiva de su apoyo a la revolución (la gorra verde de corte militar con la bandera de Cuba y la estrella roja) y lo acompañamos en su movilización hacia Chuspa -el destino de la mayoría del pescado que se obtiene en estas costas- en horas de la noche, para hablar con los pescadores. Braulio es coherente con sus ideas y su discurso, y eso requiere coraje. Se lo digo, y su respuesta es bastante humilde: Se trata de reconocer su lugar en la lucha por el bien común, y hacerlo lo mejor posible. Con sus altibajos, se lo “vacila mientras dure”. Ríe. A pesar de ser un hombre ya en edad madura, tiene un espíritu muy joven, divertido. Le pregunté si no le dolían los pies, de andar siempre descalzo, sobre todo en pavimento. Rió, reímos. Me explicó que hay una manera de caminar particular para ello, y me hizo una mímica jocosa del caminar que me recordó al de los pingüinos. Otra de las luchas de Pacha es la legalización de la siembra de la marihuana. Aclara que una cosa es “la fumada” y otra abogar por la siembra. Explica que la legalización de la marihuana atentaría contra el mercado textilero mundial (la marihuana es un cáñamo), así como el farmacéutico, debido a sus propiedades medicinales. Le atribuye a esta hierba, la cura de su asma infantil, debido a los efectos broncodilatadores. Y tiene esperanza en que un día se pueda ganar esta lucha para que mucha gente tenga acceso a una medicina natural que le brinde salud a bajo costo. Por supuesto, el espacio de Pacha es “420 friendly”, pero muy respetuoso con los no fumadores. Respeto y tolerancia es la bandera de su espacio.
Aprovechando el viaje a Chuspa, Pacha nos quiso presentar a un amigo. A unos minutos de La Sabana, en dirección a Caruao, a orillas del camino hay un arco. Llegamos a la casa de Raúl, quien nos recibió con mucha alegría y disposición. Raúl construyó él toda su casa. Nos cuenta orgulloso que todos los elementos que la componen fueron tomados de la naturaleza o de la calle, material de “deshecho”, que él moldeó y convirtió en objetos utilitarios con una belleza sencilla que cautiva. Así, con madera que desechó la iglesia, hizo unas sillas bastante cómodas donde su señora madre ve la telenovela. Nos muestra la mesa de madera maciza que quizás proviene de una puerta antigua. Hacia un lado, un fogón de piedra. Aún cuando tiene una cocina aparte, el fogón le imprime un sabor característico a los dulces que realiza, nos explica. Me llaman la atención las lámparas, hechas con rejillas y retazos de plástico. Hay camas colgantes de caña. También son de caña brava las paredes y el techo. La cocina está bien equipada, es un ambiente amplio, pues Raúl disfruta mucho cocinar, fue su trabajo durante años, y ahora vende dulces criollos como conserva de coco con piña y torta de pueblo, pues a pesar del estilo austero, también necesita dinero en efectivo, como todos. También siembra y procesa su propio cacao, que vende en bolitas para hacer chocolate caliente o en crema, con leche, que él llama “estilo Nutella”. Raúl vende sus productos en Caruao, y siempre tiene un remanente para la gente que pasa por ahí. Nos contó que la gente del otro lado de la montaña, hacia los lados de Guatire, quiso ver lo que había de ese lado de la montaña, precisamente, y fue como nació La Virginia. Haciendo referencia a “Los Amos del Valle”, libro de Francisco Herrera Luque, nos cuenta cómo entre terratenientes y los intereses del comercio las tierras de la costa fueron vendidas y abandonadas hasta hoy en día, cuando “son los que están”.

Sobre la mesa, unas auyamas inmensas, unas piñas que huelen diferente a las piñas que puedo encontrar en la frutería de mi cuadra. Raúl nos explica que esas piñas se dan en la montaña, una extensión del patio de su casa. Admiramos maravillados su obra, mi amiga fotógrafa pide hacerle un retrato y él accede un poco tímido pero gustoso, posa en su mesa con frutas. Su cuarto parece una composición fotográfica, una colección de gorras enmarca su lecho. Su desorden tiene una armonía traviesa, y lo muestra sonriente. Raúl tiene un amigo que le provee medicinas para su madre, y las que él no necesita, llegan a las manos de quien lo requiera a manera de donación, pues su objetivo es ayudar a otros, así como otros lo ayudan a él. En medio de la conversa se emociona y se levanta de la mesa, busca una olla y con una cuchara de madera, raspando el fondo, nos da a probar un nuevo dulce que está perfeccionando, nos pregunta qué es y se divierte como niño pícaro. Nosotros perdimos, ninguno supo descifrar la composición del melao, que está delicioso. Con aires de ganador nos confiesa: confitura de mandarina. Una maravilla, con un toque amargo muy sutil que acompañaría bien un buen queso para un canapé. En los alrededores del patio hay un chivo, y un pato que me mira desconfiado, no logro ver más en la espesura de la noche. Nos acompañan en el espacio interior un par de perritos que defienden su territorio, pero son muy cariñosos cuando se dan cuenta que solo llegas a visitar. Además de educado, atento y vivaracho, Raúl nos regala a las damas, a manera de despedida, unas flores: bastones de Emperador, que en este momento me acompañan mientras escribo. Agradecida con el gesto y las atenciones, Raúl me deja reflexionando. Después de todo, Robinson Crusoe no ha pasado de moda.
Luego de un día largo, regresamos a la casa. Siempre con el sonido del mar como fondo, me duermo pensando en el encanto de la vida sencilla, pero que requiere una valentía enorme y mucha creatividad para enfrentar el día a día.
Al momento de marcharnos, le extiendo la mano nuevamente a Pacha, le agradezco su hospitalidad y le prometo enviarle el link a mi publicación sobre estos días en su compañía. Me da un abrazo sonriente, aún sabiendo que no comparto algunas de sus ideas, pero de eso se trata lo que profesa: respeto y tolerancia hacia la diversidad. Y se lo agradezco. Fue toda una experiencia conocerte, Braulio, y espero que te guste este texto.
NOTA: La casa y la causa de Pacha está abierta a todo el que desee ayudar sinceramente, con actividades para La Sabana, esfuerzos para las tortugas y todo lo relacionado con la lucha por el bien común. Pacha desea exponer su obra, así que también es bien recibido toda ayuda o compra en este sentido.
Ningún cangrejo sufrió daños durante las visitas a las playas para la realización de esta crónica.






Thursday, April 4, 2019

Las 4 palabras.


A Saktii, el monje que me regaló esta llave.


“Lo estás haciendo bien” -me dijo, mirándome a los ojos.

Y mi mente hizo cortocircuito. Unas cuantas preguntas me asaltaron la mente:

¿Lo dice para hacerme sentir bien?

¿Lo dice para seguir con el taller?

¿Cómo sabe que sí lo estoy haciendo bien?

¿Y si es una ilusión?

(Y sí, todo es una ilusión, pero eso es otro post).

Ahí estaba yo, unos cuantos años atrás, en un curso de meditación basado en la respiración. Recuerdo esos ojos profundos y redondos, ese rostro con sonrisa serena que me repitió varias veces: “Lo estás haciendo bien”. Y no le creí hasta un buen rato después. No es fácil masticar la información metafísica que no está atada a ninguna religión. Solo fue una mera afirmación filosófica que me sentó de culo. Y me ajustó la vida.

Es una afirmación, no es una teoría, Es. Porque si lo estás haciendo, es porque corresponde. Creo firmemente que nuestra alma programó todo para nuestra evolución. Puedes visualizarnos como fantasmitas mirando hacia la tierra, nuestro patio de juegos, y seleccionando cual introducción de videojuego cuáles serán nuestros padres, nuestro ambiente, nuestra vida, hasta encajar todas las piezas para nuestro gran trayecto: La vida. Luego, me gusta imaginarnos en un corredor donde nos lanzan como paracaidistas y ¡Plof! Olvidamos todo. Porque, ciertamente, no tendría mucho chiste saber cómo va a transcurrir el viaje. Y aquí llegamos, para ir completando cada parche en el uniforme. Los que completan su misión, se van, y puedo decir que hay muertes totalmente estúpidas y en las que dudas por un momento de todo. Pero, ¿qué otra opción le queda a Mario Bros cuando ya tomó todas las monedas y hongos del nivel? Subir. Por eso morimos, ya no hay nada aquí para nosotros, sólo apegos propios de la vida que construimos. Dicho todo esto, créelo, lo estás haciendo bien…porque no tienes otra opción. Aún si piensas que estás en el camino incorrecto, lo estás haciendo bien, porque ya estaba previsto que así fuera. Karma.

Una vez que procesas esta información, puedes ir a la siguiente pregunta:

¿Qué debo aprender de esto?

Y aquí viene el siguiente asunto complejo: Algunas veces, te darás cuenta, y otras no, puede que nunca lo averigües. Simplemente, camina. Lo estás haciendo bien, entonces, avanza. Ama, respira, trabaja, experimenta, juega, prueba, intenta…avanza. Porque tienes un camino que recorrer. Doy fe que adoptando esta filosofía, siempre se tendrá lo que se necesite. Lo que no quiere decir que sea lo que desees, lo que te provoque. Todo irá de acuerdo al plan, y quizás el plan no te guste…volvemos a la palabra: Karma.

Me gusta pertenecer al grupo de gente que suma en vez de restar, y una forma de aportar es tranquilizar al prójimo en situaciones de angustia. La realidad fácilmente te envuelve y te aleja de ti, por lo que es bueno que alguien te recuerde que lo estás haciendo bien. En medio de la angustia, de este mundo miserablemente jodido, lo estás haciendo bien.

Ya lo dije, tu trabajo interno es creértelo. 
(Y si no te crees lo suficiente bueno para estar haciéndolo bien, tu trabajo es doble).



Thursday, March 21, 2019

Una historia de amor




“Vane, tú tienes Whatsapp?
Con ese mensaje comenzó una tormenta.
No podía retomar mi blog sin dedicarle un espacio a estos meses que han cambiado mi vida. A mediados del 2018 tuve una crisis existencial, atrapada en un empleo que ya no me hacía feliz, sintiéndome asfixiada y totalmente frustrada. No sé en qué momento los libros fueron perdiendo su brillo y lo que tanto disfruté se convirtió en una obligación. Me quemé, el burn out que conocí en otra época de mi vida. Cuando no tomas las decisiones a tiempo y no te das tu valía en el campo profesional, suele suceder.
Una noche, leí un mensaje en FB…era una persona del mundo de la literatura venezolana que me preguntaba si tenía Whatsapp. Él, escritor viviendo en Buenos Aires, parte de la diáspora producto de las pésimas condiciones de vida a las que se ha sometido a la población de Venezuela por el gobierno títere de los Castro. Contacto por años en redes, que gozaba de mi estima.  Saltando varias conversaciones, una noche me propuso intentar una vida juntos. De la nada, en medio de mi crisis, un hombre me propone salir de la Venezuela 2018, caótica y convertida en un campo de concentración, para ser su compañera de vida en una ciudad de las artes. Por supuesto, acepté. El combo incluía adoptar un gatito, ¿podría yo resistirme?. Así pues, comencé a tramitar todos mis papeles para sumarme a la diáspora, un camino legal lleno de salas de espera, horas bajo el sol, coimas a gestores y mucha paciencia. Renuncié a mi empleo, vendí mi línea blanca y preparé todo para dejar Venezuela. Sin exageraciones, quedé con una maleta, frente a mi ventanal, esperando un pasaje que nunca llegó, a pesar de que yo hice lo posible porque así fuera, tocando puertas de amigos por dólares, aventones y pernocta en la frontera con Brasil. Sentía paz en mi interior, sin sospechar que la paz no era por él, sino por el rumbo correcto que estaba transitando. Dante pasó por el infierno antes de encontrar a Beatriz. El escritor le puso punto final al cuento fantástico con la frase: “somos adultos, maduros y realistas”. Tan maduros y realistas que poco tiempo luego de decirme eso festejaba su más reciente paternidad. Y les juro que hoy le deseo mucha felicidad, porque me hizo el favor de mi vida.
Con una maleta en la puerta, sin electrodomésticos, ahorros ni empleo, me tocó decidir entre levantarme o quedarme en el foso. Mi gratitud eterna la tienen mis amigos que me acompañaron en el proceso de levantarme, sacudirme la cola y seguir adelante. Nunca podré pagarles toda su atención, apoyo y generosidad. Tengo una barra maravillosa que fue hombro y palmada, alimento y refugio. Soy afortunada. Ustedes saben quiénes son, los amo.
Han sido meses de probar otro empleo, entrevistas, retomar rutinas de casa perdidas, aprendizajes y adaptación a vivir sin ciertos equipos a los que estaba acostumbrada. Han sido meses de introspección, procesando sentimientos de culpa y desmenuzando episodios de mi pasado, esto para entender porqué cree esa realidad que casi me lleva a la indigencia, cuando casi entrego la vivienda que ocupo. Enfrentarte a ti misma, sin culpar al otro, porque culpar y dejar clara la responsabilidad son cosas diferentes. Su responsabilidad fue jugar con sentimientos nobles, mi responsabilidad fue no protegerme y dejarme llevar. Mi nueva responsabilidad es aprender y no dejar que suceda de nuevo.
Es muy fácil ser víctima en una situación como esta, pero decidí simplemente dejarme llevar por el río, y cuando no vi ninguna luz fue cuando apareció un ángel. Una persona que me tomó delicadamente y me ordenó descansar, organizar mis ideas y volver a sonreír. Porque si algo aprendí del último semestre de mi vida es que por muy fuerte que sea la tormenta, a veces es lo que necesitas para estar más cerca de quién eres cuando has perdido el norte.
El último semestre de mi vida fue una historia de amor, con un final feliz. Es la historia de cómo me estoy enamorando de mí. Y mi ángel sonríe por eso. Eso sí es amor.