Thursday, March 21, 2019

Una historia de amor




“Vane, tú tienes Whatsapp?
Con ese mensaje comenzó una tormenta.
No podía retomar mi blog sin dedicarle un espacio a estos meses que han cambiado mi vida. A mediados del 2018 tuve una crisis existencial, atrapada en un empleo que ya no me hacía feliz, sintiéndome asfixiada y totalmente frustrada. No sé en qué momento los libros fueron perdiendo su brillo y lo que tanto disfruté se convirtió en una obligación. Me quemé, el burn out que conocí en otra época de mi vida. Cuando no tomas las decisiones a tiempo y no te das tu valía en el campo profesional, suele suceder.
Una noche, leí un mensaje en FB…era una persona del mundo de la literatura venezolana que me preguntaba si tenía Whatsapp. Él, escritor viviendo en Buenos Aires, parte de la diáspora producto de las pésimas condiciones de vida a las que se ha sometido a la población de Venezuela por el gobierno títere de los Castro. Contacto por años en redes, que gozaba de mi estima.  Saltando varias conversaciones, una noche me propuso intentar una vida juntos. De la nada, en medio de mi crisis, un hombre me propone salir de la Venezuela 2018, caótica y convertida en un campo de concentración, para ser su compañera de vida en una ciudad de las artes. Por supuesto, acepté. El combo incluía adoptar un gatito, ¿podría yo resistirme?. Así pues, comencé a tramitar todos mis papeles para sumarme a la diáspora, un camino legal lleno de salas de espera, horas bajo el sol, coimas a gestores y mucha paciencia. Renuncié a mi empleo, vendí mi línea blanca y preparé todo para dejar Venezuela. Sin exageraciones, quedé con una maleta, frente a mi ventanal, esperando un pasaje que nunca llegó, a pesar de que yo hice lo posible porque así fuera, tocando puertas de amigos por dólares, aventones y pernocta en la frontera con Brasil. Sentía paz en mi interior, sin sospechar que la paz no era por él, sino por el rumbo correcto que estaba transitando. Dante pasó por el infierno antes de encontrar a Beatriz. El escritor le puso punto final al cuento fantástico con la frase: “somos adultos, maduros y realistas”. Tan maduros y realistas que poco tiempo luego de decirme eso festejaba su más reciente paternidad. Y les juro que hoy le deseo mucha felicidad, porque me hizo el favor de mi vida.
Con una maleta en la puerta, sin electrodomésticos, ahorros ni empleo, me tocó decidir entre levantarme o quedarme en el foso. Mi gratitud eterna la tienen mis amigos que me acompañaron en el proceso de levantarme, sacudirme la cola y seguir adelante. Nunca podré pagarles toda su atención, apoyo y generosidad. Tengo una barra maravillosa que fue hombro y palmada, alimento y refugio. Soy afortunada. Ustedes saben quiénes son, los amo.
Han sido meses de probar otro empleo, entrevistas, retomar rutinas de casa perdidas, aprendizajes y adaptación a vivir sin ciertos equipos a los que estaba acostumbrada. Han sido meses de introspección, procesando sentimientos de culpa y desmenuzando episodios de mi pasado, esto para entender porqué cree esa realidad que casi me lleva a la indigencia, cuando casi entrego la vivienda que ocupo. Enfrentarte a ti misma, sin culpar al otro, porque culpar y dejar clara la responsabilidad son cosas diferentes. Su responsabilidad fue jugar con sentimientos nobles, mi responsabilidad fue no protegerme y dejarme llevar. Mi nueva responsabilidad es aprender y no dejar que suceda de nuevo.
Es muy fácil ser víctima en una situación como esta, pero decidí simplemente dejarme llevar por el río, y cuando no vi ninguna luz fue cuando apareció un ángel. Una persona que me tomó delicadamente y me ordenó descansar, organizar mis ideas y volver a sonreír. Porque si algo aprendí del último semestre de mi vida es que por muy fuerte que sea la tormenta, a veces es lo que necesitas para estar más cerca de quién eres cuando has perdido el norte.
El último semestre de mi vida fue una historia de amor, con un final feliz. Es la historia de cómo me estoy enamorando de mí. Y mi ángel sonríe por eso. Eso sí es amor.