Friday, March 27, 2020

Cuarentena. Dia 14. Bitácora.


Por alguna razón se me está olvidando cuándo me lavo el cabello. Así como se me ha descuadrado la rutina de compras. Todo ha cambiado. Y cuando digo todo me refiero al planeta completo.
El silencio de la noche es extraño. No es una noche de primero de enero, cansada, satisfecha, no. Es una noche de toque de queda en incertidumbre. Mañana será el día 15 -17 para algunos- que comenzó la cuarentena en Venezuela por el virus SARS-CoV-2, la nueva cepa corona que produce COVID-19. Esta última línea puede ser leída en off mientras nos vemos en cámara lenta caminando con tapabocas con el Ávila de fondo.
Mientras se acercaba era tan grande que no lo vimos llegar. Las fronteras debieron cerrarse antes, los protocolos debieron ejecutarse antes. Pero somos humanos, precisamente. Y en tres meses el nuevo virus -que quizás sigue mutando- puso en jaque al globo entero. Así, nos queda ser humildes y contribuir en lo que podamos, cada uno, en su trinchera, esperando lo mejor. Tzu lo dice en su Arte de la Guerra: Conoce a tu enemigo. Y por ese lado, vamos perdiendo.
No puedo evitar recordar el apagón general de hace un año. Para mí duró cinco días, para otros se extendió semanas. Recuerdo al quinto día salir a caminar al parque con total resignación. Lloré un poco, pensé mucho, me pregunté cómo estaría una persona y regresé con paso lento a casa, para ver que había electricidad. Siento que fuera ese apagón, pero con servicios, al menos en mi edificio, no así en otras partes de la ciudad y del país. Hace un año sabíamos que lo sucedido era producto de la negligencia, y llevaría rato resolverlo. Ahora también. Hace un año, las informaciones eran inciertas y escasas. Ahora también. Hace un año, a muchos nos agarró casi sin reservas. Ahora también.  Y aquí es donde se puede decir que la estupidez humana es infinita. Por negligencia, por callar, por soberbia, vienen los problemas.
No es precisamente la cuarentena lo que me está tensando los nervios. Desde hace meses vivo como ermitaña, saliendo solo a comprar o hacer diligencias. Hace meses no vitrineo en centros comerciales o socializo, por decisión propia. Por ese lado, voy relajada. Lo que se hace cada vez más pesado es llevar la incertidumbre del verdadero panorama que tenemos. Dicen que solo hay 3 muertos, pero en una semana, en mi cuadra, de ver dos guardias pasaron a seis, y hoy a unos doce. He salido unas cinco veces a no más de tres cuadras de mi residencia y cada vez veo más guardias. La primera vez, sin tapabocas, ahora hasta con patrullas y fusiles. Luego de veinte años viviendo bajo un régimen comunista que nos ha ido apretando el grillete poco a poco, ahora vivimos una pandemia en el peor momento, cuando la mayoría de nuestros médicos con experiencia han dejado el país. Guaidó “advierte” que no estamos preparados para lo que viene, como si no lo supiéramos. Pero sí es válida la advertencia, hay un sector de la población que aún mantiene su apoyo firme al “proceso revolucionario”, y no podrán decir que no se los dijimos. Han detenido periodistas por informar, y no soy muy optimista de su suerte.
El primer día que salí con mi mascarilla casera -porque no compré el respirador en la farmacia porque no me pareció necesario, eso es solo para los enfermos, pensé- me sentí algo ridícula por lo improvisado del asunto. Pero conforme fui caminando y viendo todos los modelos de máscara que había visto en tutoriales por internet, me sentí hasta orgullosa de mis habilidades manuales. Para los chinos supongo que es natural ya usar máscara de cuando en vez y tendrán sus modelos comerciales. Pero para nosotros es extraño, sé que nos miramos las máscaras. Y seguimos hablando, seguimos riendo en las filas que cada vez son más largas. Hoy le brindé antibacterial a la señora que tenía frente a mí en la fila para acceder a la frutería a la que nunca voy, pero esta situación me obliga a llegar. ¿Antibacterial? Dije como quien invita un chicle. Y me lo aceptó muy relajada. Mientras nos frotábamos las manos bajo el sol, su mirada se perdió en la avenida y me soltó un desesperanzado: “Esto va para largo”. Y para largo fue la fila por la desorganización de los fruteros. Llegué a casa cansada, pero solo había pasado poco más de una hora. Más que la respiración forzada por la tela tupida o el peso de mi bolsa, se trata de ver las filas de gente, los guardias armados cada tantos metros, la FAES -el SWAT autóctono- haciendo gala de su autoridad y los precios que ya no aparecen en ninguna cartelera. Todo eso es lo que mella la energía. Por supuesto, los productos se van acabando, y no es que confío mucho en nuestra golpeada red de distribución alimentaria, pero aún se consigue de todo. Aunque el aspecto de los vegetales y las frutas me recuerdan a Anna Frank.
No he hablado con mis vecinas más allá de unas cuantas impresiones y un intercambio de táper. En Caracas no somos como Madrid que aplaude y canta desde sus balcones. En las mañanas, oigo a mis vecinos pelear puntualmente. Ayer se sumó otra pareja. Además de nacer niños de la cuarentena, supongo que se producirán unos cuantos divorcios. Desayuno, hiervo agua, leo redes, lavo, quizás salgo a la calle por provisiones una hora y mi programa vespertino es el portugués cuyo abasto me queda frente a la ventana. Dios sabe porqué he llevado los últimos tiempos sin televisor. Comencé a leer de nuevo, esta vez en digital. Me aparta de esta pantalla un convoy. Una ballena escoltada atraviesa la avenida, seguida de carros militares. Son pasadas las nueve de la noche. Perros ladran. Respiro hasta que escucho de nuevo solo la aguja de mi reloj de pared. Retomando, estos días han circulado gran cantidad de libros digitales. Las editoriales tuvieron el gran detalle de liberar material, se agradece. Me pregunto varias veces al día qué haría en cuarentena si tuviera compañía. La vecina de arriba juega dominó. Sé de unos que han jugado barajas por días. Es una lástima encontrarme sola porque he probado recetas estos días y me han quedado suculentas.
La alimentación en cuarentena es un tema delicado. Los profesionales en nutrición aconsejan comer ligero. Sinceramente, con la ansiedad que genera la pandemia no creo poder medirme más allá del sentido común. Ni hablar de las órdenes de detención que ahora tienen las primeras figuras del régimen por parte del departamento de estado de USA. Como es de esperarse, ya me aconsejaron tener comida de reserva en la despensa. Y es que somos rehenes de un régimen forajido en medio de una pandemia en época de recesión mundial. Y pronto cumpliré 40 años. Mis glándulas suprarrenales sonríen.
Hoy tengo fruta. Doy gracias. En estos días he visto grupos de hombres y niños vagando, con tapabocas, pero sabemos que no son del sector, no están yendo a comprar y están delgados para su contextura. Y siento miedo de muchas cosas. De la posibilidad de saqueos, de la crisis que viene por los que van a perder su empleo y por los que viven el día a día. Por lo que puede suceder a nivel político. Y por lo que nos depara la pandemia en un país donde un jarabe para la tos cuesta más de dos sueldos mensuales. No hay mucho para sonreír siendo realistas.
Sin embargo, sé que todos pensamos en nuestras personas. Esas que queremos ver cuando esto pase. Tomar un café, abrazar. Besar, también, según el caso. Y sonreímos. Es cierto que varios se van a ir con esto, pero los que queden deben honrarlos. Y será cierto que no seremos los mismos. De otra forma, todo esto, todo lo que sucede, sería en vano.