“Bisteck, arroz y ensalada. Pollo arroz y ensalada. Pescado,
arroz y ensalada. Estoy cansada.”
No recuerdo qué edad tenía cuando le hice este reclamo a
mamá, pero sí recuerdo su expresión.
Debía aprender a ser agradecida con los alimentos. De eso se encargó la
vida. Ahora, a mis 37 bendigo y agradezco cada cosa que me llevo a la boca.
Vivo en Venezuela, un país donde –según estadísticas- el 58% de las familias ya
no pone la mesa. Para mí no es necesario ver buitres o gente desfalleciendo en
las calles para decir que estamos en el camino de una hambruna. Es cierto que
podemos ver los restaurantes colmados y gente haciendo mercados totalmente
ilógicos en la situación tan precaria que vivimos. Pero sucede que mi país está
totalmente fracturado, y con abismos por los cuatro costados: Gente que se
gasta tres sueldos en un cubierto y gente que no puede desayunar un pedazo de
pan (porque también, cada vez es más difícil acceder al pan). Gente que tiene
acceso a dólares preferenciales y para la cual la vida en Venezuela es una
ganga, y gente que depende de un sueldo que se hace agua para alimentarse. La
estructura de costos es cada vez más absurda y terrorífica, si dejas una compra
para la próxima semana te das cuenta del remarcaje y la locura que nos están
llevando a una inflación proyectada de 1033%. Muchas empresas del sector
alimentación han sido expropiadas en manos de un estado que se hace llamar
socialista cuando es un vulgar comunismo oxidado, esto no hace más que empeorar
la situación. Desde hace un tiempo, se ven miles de personas registrando las
bolsas de basura en zonas residenciales buscando ya no ropa o enseres sino
comida. Cada vez los venezolanos somos más delgados, más fatigados, más
tristes. En estos días hablaba con un amigo: No se le puede pedir filosofía al
desnudo. Y hoy escuché en radio a una experta en nutrición: son tres
generaciones perdidas por desnutrición, un niño desnutrido no se puede
desarrollar apropiadamente, tendrá un trabajo de sueldo bajo y será padre/madre
de familia pobre que votará por el que le ofrezca una caja CLAP (Una caja con
ciertos productos alimenticios que reparte el gobierno por asociaciones comunales)
y allí se cierra el ciclo del populismo. La experta utilizó la palabra perversidad. He pasado por varios estados del pensamiento
en estos 18 años de mal llamada Revolución y en estos momentos creo firmemente
que toda esta destrucción viene de la maldad, un resentimiento y una ignorancia
con la constancia necesaria para destruir un país que pudo ser desarrollado hoy
en día. Si bien es cierto que el chavismo se gestó desde antes de 1999 también
es cierto que varias personas alertaron del fenómeno social y no les creímos,
no nos importaron los pobres, los desasistidos de los cuales dependemos hoy en
día para ganar una elección y poder ver una luz en este túnel tan largo.
El hambre es una palabra muy incómoda. La gente no quiere
hablar del hambre. Hasta que lo toca. El acceso a la proteína, sea animal o
vegetal se está poniendo cuesta arriba. Si tomo el lado metafísico del asunto,
queriendo ser comeflor, espero que estemos tomando consciencia de la gratitud,
de lo más simple y de la austeridad en el buen sentido para la vida.
Lamentablemente, es muy doloroso el aprendizaje. Crecí en un país que botaba
enseres cada diciembre, aún casi nuevos. No llego a los 40 años y ahora somos
un país donde la basura de unos pocos es el alimento de muchos. He aprendido a
ser vegana a la fuerza, a hacer postres con sólo tres ingredientes no
convencionales y no me va mal. Por supuesto, debo confesar que tengo amigos muy
generosos y también golpes de suerte cada tanto, que me refrescan el camino. La
pregunta que me invade en los momentos de reflexión es: ¿hasta cuándo podremos
seguir así? Hasta cuándo podremos ingeniárnosla con lo poco que llega…no tengo
respuesta, y no he visto al primero que se acerque a una atinada, la verdad. Me
siento perdida y no creo ser la única. Mi empleo no me permite tener un vida
tranquila, aún sencilla. Todo en Venezuela es un sufrimiento, incluso comer.
Sobre todo porque no siempre comer es nutrirse, y nadie mal nutrido puede estar
tranquilo.
El hambre es un tema muy complejo, tiene demasiadas aristas
y toca susceptibilidades. Sólo quiero dejar testimonio que mi esperanza no se
amilana, que seguiré inventando con lo que pueda conseguir, pero también quiero
dejar plasmado en este espacio virtual que mi hambre se acrecienta cada día.
Tengo mucha hambre, cada vez más, y no es tanto un hambre biológica. Tengo
hambre de justicia, hambre de paz, hambre de estabilidad. Los régimenes
totalitarios desnutren el alma, y ese vacío lo llena la dignidad que nos es
arrebatada en cada vejamen que sufrimos. Lo que vivimos los venezolanos que
quedamos en Venezuela es muy fuerte y desolador. No me cabe duda que jamás
seremos los mismos.