Friday, April 29, 2016

Mi pequeño campo de concentración rico.

Leí el Diario de Ana Frank en mi adolescencia. Recuerdo que dejé de comer papas por unos meses. Recuerdo tratar de imaginarme las condiciones del escondite, el olor, el miedo de hacer ruido. Siempre he sido sensible al tema del holocausto. Siempre he tenido fascinación por esa parte de la historia tan vergonzosa. Lo que nunca imaginé fue vivir algo similar.
Por supuesto, guardo distancia, en la Venezuela 2016 no hay trenes llenos de gente que se dirigen a campos de concentración. Porque hay un solo campo de concentración, uno inmenso, de 916445 Km2. Y no hace falta transportarnos, ni escondernos.
Tenemos medios audiovisuales, prensa, internet –a una velocidad que apesta, pero internet al fin- no estamos sometidos a trabajos forzados ni nos rapan la cabeza. No. En cambio, el partido que se dice socialista compra los medios que no están de su parte, estrangula a la prensa que aún guarda cierto criterio. Despide a la gente crítica en todo ámbito. El venezolano promedio nace en una maternidad infectada, sin recursos, o en una cola. Si logras sobrevivir, tu madre deberá hacer colas de horas una vez a la semana con tu partida de nacimiento para poder alimentarte y ponerte un pañal. En el intermedio, tendrás suerte si no enfermas de gravedad y serás privilegiado si te colocan todas las vacunas. Tus hermanos no van a la escuela porque es muy costoso, porque no tienen uniformes, porque también deben hacer filas en los supermercados o porque sencillamente, es viernes. Sí, el Estado suspendió clases los viernes para ahorrar electricidad. Porque sucede, y esto no lo puede entender otro ciudadano del mundo en el año 2016, que en este país petrolero, en el siglo XXI, no se ha adelantado en energía eólica o solar, a pesar de tener todos los climas en esos 916445 Km2. Entonces, la sequía afecta a un río al sur del país que alimenta una presa que fue construida en el período que la ideología socialista te dice que ha sido el peor en la historia venezolana. No sólo esa presa fue construida en ese período, también las autopistas, universidades, grandes estructuras y todo el caparazón de este país empobrecido.  
Por si fuera poco, por la estampida de inversión extranjera, algún miembro de tu familia se quedó sin trabajo. Las grandes empresas llevaron sus capitales a Colombia, Panamá o Brasil, por el control cambiario, por la inestabilidad política o sencillamente porque se cansaron de que los insultaran en cadena nacional. Además de la sequía, la inestabilidad política, la escasez de comida y el desempleo, vives en un toque de queda permanente inducido por los cabecillas de la delincuencia organizada. Este gran campo de concentración tiene 3 de las capitales más peligrosas del mundo, Top 20. Si no moriste en la maternidad, si no quedas huérfano de madre, o padre, si alguna vez tuviste, porque también vives en un matriarcado dominado por las hormonas y el sexo irresponsable, si logras estudiar la primaria, comer para sobrevivir y escapar del hampa, puede que te enfermes. Y enfermarse es completamente normal, pero en este gran campo de concentración no hay aspirinas, antihistamínicos y mucho menos anticonvulsivos, medicinas para la hipertensión, la diabetes o el cáncer. Ni hablar de la hemofilia y otras afecciones de ese tipo.
Y si tienes una vida medianamente normal, con un trabajo decente, sobrevives con menos de un dólar diario. Eres pobre según el patrón mundial. Estás en la miseria. La hiperinflación que se esconde detrás de los eufemismos y la neolengua no te permite adquirir una vivienda, un carro, y el control cambiario restringe los viajes.
Venezuela 2016 es un holocausto pasivo, donde una sola morgue de la capital recibe más de 400 cadáveres por fin de semana, te mueres por falta de medicina y estás desnutrido en todo el sentido de la palabra porque un kilo de carne, mala carne, de reses mal alimentadas, cuesta un tercio del sueldo promedio. Nos están matando, nos estamos matando, también. Porque cada día estamos más violentos, y te agarra una golpiza en un supermercado, o te dan un tiro por tu celular, o te secuestran y te violan, seas hombre y mujer, para cobrar un dinero que sólo una élite tiene. Si tienes suerte, te dejan tirado en alguna carretera.
Lo más surrealista de este campo de concentración es que aún existe una parte de la población que aún se engaña, que compra sus alimentos en mercado negro, va a Aruba a comprar desodorante y leche de almendras, paga 20 sueldos por una pieza de ropa y hasta 3 sueldos por un plato de comida en un restaurant.
Y aún así seguimos riendo, haciendo cultura en micro escala, amando, haciendo tripas corazón para que la psiquis no estalle. Somos un pueblo muy noble y resiliente. Muchos se han ido porque pudieron, porque ya no quieren saber ni el clima de este rincón del mundo o porque tuvieron miedo. Los que nos quedamos también tenemos miedo, quizás también pudimos irnos, pero no quisimos, quizás tampoco queremos saber ni el clima de esta tierra que respiramos, pero seguimos aquí sin estar.
Hoy me pregunto qué no hicimos para merecer esta prisión sin barrotes, estas condiciones miserables que han arrojado a muchos al suicidio. Unos dicen que no escuchamos, que no prestamos atención a las otros, varias cosas.  Creo que dimos mucho por sentado. Dejamos el volante en automático y hasta huérfano hasta que nos fuimos por el barranco. El golpe avisa. El hambre despertó.

Lo más triste es que siempre hemos sido un pueblo con mala memoria, sabemos toda la teoría, pero somos pésimos ejerciendo derechos y haciendo deberes. Todo esto será olvidado, y cuando la ola vuelva a su parte más baja, otro mesías nos llenará de mentiras. De nuevo, el populismo como un cáncer hará su trabajo, y crecerán de nuevo los barrotes mentales. El venezolano es Sísifo, el ritmo sólo lo determina la inconsciencia. Quisiera alegrarme de los vientos de cambio que deseamos ver en el horizonte, pero el detalle más desalentador es que mientras haya un solo venezolano con hambre, la semilla de la debacle permanecerá latente.

Friday, January 15, 2016

Un kilo de algodón y un kilo de plomo

Abro un libro. Quisiera poder decir que celebro cada vez que llega una novedad a una librería. Lamentablemente, no es así. Vivo en Venezuela, un país con fama de “rico” de mujer bella y desbordante de creatividad. Pero, sucede, que nuestra infinita creatividad la utilizamos para la supervivencia. Una grapa para el jean, una guaya que no es la correcta para mantener en funcionamiento una máquina.  Aquí los hombres aprenden electricidad a corrientazos, y así. Y siento tristeza cuando queremos aplicar la grapa o la liga a la literatura. Sí, lo hacemos. Me niego a decir que algo es bueno sólo porque es Hecho en la República Bolivariana de Venezuela. Me niego porque si algo sabemos producir es mierda, de todo tipo.
Vivo en un país donde cualquiera es llamado poeta, cualquiera quiere ser llamado poeta  o escritor. Le tengo respeto a la poesía. He aprendido a querer versos y disfruto en compañía de gente sensible que también siente respeto por las letras.  Vivo en un país donde se piensa que por tener un título de una facultad de humanidades se sabe escribir. El venezolano nace con dos desgracias bajo el brazo: el merecimiento y la soberbia. Tendemos a pensar que por nacer en este país con abundantes recursos naturales Dios nos premió. Hay una especie de neblina que aspiran los que suben mucho la nariz, y sacan el pecho diciendo que tienen talento. Muchos venezolanos tienen talento verdadero, pero no lo dicen ellos mismos, allí el detalle.
Me indigna abrir un poemario y ver que es un cuaderno de quinceañera. Trato de no tener prejuicios, lo intento, pero sucede tan seguido que tengo una campaña en contra de la frase maldita: “ten un hijo, escribe un libro y siembra un árbol” o cualquier orden que tenga semejante estupidez. Veo frases románticas o cursis -que no está mal- sin ningún tipo de imagen poética- que sí está muy mal- cortadas al azar y armadas una debajo de otra en una hoja de papel que pudo usarse para una reimpresión. Y pienso en todo el proceso que tuvo que pasar el manuscrito vacío para llegar a la librería. Las bobinas de papel que son un tesoro en este país, las horas hombre, el dinero que bien puedo emplear yo en comida o ropa y que sirvió para que una nena diga que tiene un libro publicado. Qué irrespeto a la meritocracia, a los pocos recursos para que los verdaderos escritores y poetas estudiosos, con talleres, con sudor y con paciencia puedan publicar.
Cada quien hace con su dinero lo que desea, pero el mundo sería un mejor lugar si empleamos ese dinero sabiamente. No tengo un título de una facultad de humanidades, pero luego de haber leído verdaderos poetas y llorar – o reír- con ellos, en fin, sentir…no hay vuelta atrás. La poesía falta de imagen y sin sentimiento es muda y sin facciones. No dice nada. No se mueve. No resuena. Ni siquiera Es, sólo ocupa un plano en una hoja de papel. 

El dilema eterno entre cantidad y calidad parece estar cada vez más lejos de resolverse.  Mientras, tengo que seguir nadando en algodón y toser de vez en cuando, pescando una pepita de plomo que de esperanza para seguir.