Leí el Diario de Ana Frank en mi adolescencia. Recuerdo que
dejé de comer papas por unos meses. Recuerdo tratar de imaginarme las
condiciones del escondite, el olor, el miedo de hacer ruido. Siempre he sido
sensible al tema del holocausto. Siempre he tenido fascinación por esa parte de
la historia tan vergonzosa. Lo que nunca imaginé fue vivir algo similar.
Por supuesto, guardo distancia, en la Venezuela 2016 no hay
trenes llenos de gente que se dirigen a campos de concentración. Porque hay un
solo campo de concentración, uno inmenso, de 916445 Km2. Y no hace falta
transportarnos, ni escondernos.
Tenemos medios audiovisuales, prensa, internet –a una
velocidad que apesta, pero internet al fin- no estamos sometidos a trabajos
forzados ni nos rapan la cabeza. No. En cambio, el partido que se dice
socialista compra los medios que no están de su parte, estrangula a la prensa
que aún guarda cierto criterio. Despide a la gente crítica en todo ámbito. El
venezolano promedio nace en una maternidad infectada, sin recursos, o en una
cola. Si logras sobrevivir, tu madre deberá hacer colas de horas una vez a la
semana con tu partida de nacimiento para poder alimentarte y ponerte un pañal.
En el intermedio, tendrás suerte si no enfermas de gravedad y serás
privilegiado si te colocan todas las vacunas. Tus hermanos no van a la escuela
porque es muy costoso, porque no tienen uniformes, porque también deben hacer
filas en los supermercados o porque sencillamente, es viernes. Sí, el Estado
suspendió clases los viernes para ahorrar electricidad. Porque sucede, y esto
no lo puede entender otro ciudadano del mundo en el año 2016, que en este país
petrolero, en el siglo XXI, no se ha adelantado en energía eólica o solar, a
pesar de tener todos los climas en esos 916445 Km2. Entonces, la sequía afecta
a un río al sur del país que alimenta una presa que fue construida en el
período que la ideología socialista te dice que ha sido el peor en la historia
venezolana. No sólo esa presa fue construida en ese período, también las
autopistas, universidades, grandes estructuras y todo el caparazón de este país
empobrecido.
Por si fuera poco, por la estampida de inversión extranjera,
algún miembro de tu familia se quedó sin trabajo. Las grandes empresas llevaron
sus capitales a Colombia, Panamá o Brasil, por el control cambiario, por la
inestabilidad política o sencillamente porque se cansaron de que los insultaran
en cadena nacional. Además de la sequía, la inestabilidad política, la escasez
de comida y el desempleo, vives en un toque de queda permanente inducido por
los cabecillas de la delincuencia organizada. Este gran campo de concentración
tiene 3 de las capitales más peligrosas del mundo, Top 20. Si no moriste en la
maternidad, si no quedas huérfano de madre, o padre, si alguna vez tuviste,
porque también vives en un matriarcado dominado por las hormonas y el sexo
irresponsable, si logras estudiar la primaria, comer para sobrevivir y escapar
del hampa, puede que te enfermes. Y enfermarse es completamente normal, pero en
este gran campo de concentración no hay aspirinas, antihistamínicos y mucho
menos anticonvulsivos, medicinas para la hipertensión, la diabetes o el cáncer.
Ni hablar de la hemofilia y otras afecciones de ese tipo.
Y si tienes una vida medianamente normal, con un trabajo
decente, sobrevives con menos de un dólar diario. Eres pobre según el patrón
mundial. Estás en la miseria. La hiperinflación que se esconde detrás de los
eufemismos y la neolengua no te permite adquirir una vivienda, un carro, y el
control cambiario restringe los viajes.
Venezuela 2016 es un holocausto pasivo, donde una sola
morgue de la capital recibe más de 400 cadáveres por fin de semana, te mueres
por falta de medicina y estás desnutrido en todo el sentido de la palabra
porque un kilo de carne, mala carne, de reses mal alimentadas, cuesta un tercio
del sueldo promedio. Nos están matando, nos estamos matando, también. Porque
cada día estamos más violentos, y te agarra una golpiza en un supermercado, o
te dan un tiro por tu celular, o te secuestran y te violan, seas hombre y
mujer, para cobrar un dinero que sólo una élite tiene. Si tienes suerte, te
dejan tirado en alguna carretera.
Lo más surrealista de este campo de concentración es que aún
existe una parte de la población que aún se engaña, que compra sus alimentos en
mercado negro, va a Aruba a comprar desodorante y leche de almendras, paga 20
sueldos por una pieza de ropa y hasta 3 sueldos por un plato de comida en un
restaurant.
Y aún así seguimos riendo, haciendo cultura en micro escala,
amando, haciendo tripas corazón para que la psiquis no estalle. Somos un pueblo
muy noble y resiliente. Muchos se han ido porque pudieron, porque ya no quieren
saber ni el clima de este rincón del mundo o porque tuvieron miedo. Los que nos
quedamos también tenemos miedo, quizás también pudimos irnos, pero no quisimos,
quizás tampoco queremos saber ni el clima de esta tierra que respiramos, pero
seguimos aquí sin estar.
Hoy me pregunto qué no hicimos para merecer esta prisión sin
barrotes, estas condiciones miserables que han arrojado a muchos al suicidio.
Unos dicen que no escuchamos, que no prestamos atención a las otros, varias
cosas. Creo que dimos mucho por sentado.
Dejamos el volante en automático y hasta huérfano hasta que nos fuimos por el
barranco. El golpe avisa. El hambre despertó.
Lo más triste es que siempre hemos sido un pueblo con mala
memoria, sabemos toda la teoría, pero somos pésimos ejerciendo derechos y
haciendo deberes. Todo esto será olvidado, y cuando la ola vuelva a su parte
más baja, otro mesías nos llenará de mentiras. De nuevo, el populismo como un
cáncer hará su trabajo, y crecerán de nuevo los barrotes mentales. El
venezolano es Sísifo, el ritmo sólo lo determina la inconsciencia. Quisiera
alegrarme de los vientos de cambio que deseamos ver en el horizonte, pero el
detalle más desalentador es que mientras haya un solo venezolano con hambre, la
semilla de la debacle permanecerá latente.