Tuesday, February 25, 2020

A las mujeres nos pasan muchas cosas.


Un hombre que admiro mucho, y al que le tengo un profundo respeto, me comenta con molestia que no entiende el porqué la NASA dirige tan altos honores a la señora Katherine Johnson, recientemente fallecida. Le comento que fue pieza clave para los trabajos de la NASA en ese momento. Y noto indignación. Por supuesto, me indigné también.
Mi nombre era Alejandro. Desde la barriga, me llamaban así. He escrito muchas veces que es mi nombre favorito, quizás porque fue el primer nombre que escuché. Oh, sorpresa, es una niña, y para colmo el doctor dijo que nací muerta, pero esa es otra historia. El asunto presente es que mi madre tuvo que pensar rápido un nombre, porque yo fui por meses Alejandro. Mi ropita era azul, mi coche fue azul. Y bueno, es mi color favorito. Pasado el tiempo fue que empecé a tener cosas rosadas. Hasta el día de hoy, no sé si mi padre sintió decepción al enterarse de mi género. Tampoco tiene importancia a estas alturas.
Siempre me gustaron las muñecas, pero también cosas “de niño”. Recuerdo mi tristeza cuando no me dejaban jugar metras (canicas) y me ponía un buen rato a ver a mis tíos con esa algarabía inocente chocar pelotitas de vidrio. Por eso tuve una colección de pelotas pequeñas, metras, pelotas de hule, plástico y madera. Me fascinaban las pelotas, aunque en deporte nunca fui buena. También quise disfrazarme de Spiderman, El Zorro y Batman, tener carritos, un carro a control remoto para correrlo en el parque y jugar pelotica de goma, pero no pude, por ser niña. Las niñas no hacen eso. Las niñas se disfrazan de bailarina, de Reina, de princesa. Las niñas, las niñas, las niñas.
Al llegar a la universidad, me inscribí en Electrónica, una carrera masculina. No soy de las personas que deja cosas por la mitad, rara vez retrocedo, no es algo que se me dé fácil, abandonar algo porque no resulte. Entonces, a pesar de que no fue fácil, me gradué de Tecnología Electrónica. Pero hubo muchos momentos tensos, llanto, indignación por el machismo circundante. En los primeros trimestres, los profesores nos decían a las dos mujeres del salón que nos podíamos dedicar a una carrera administrativa porque el área industrial no es para mujeres. Repetí materias, era vista con desdén por ciertos compañeros, y como alguien digno de respeto por las compañeras administrativas. Las mujeres que pasamos por esa escuela tuvimos que lidiar con burlas, chistes en los laboratorios, miradas inadecuadas de profesores…y un moderado etcétera. Hace 20 años no existían las feminazis, ni el #MeToo ni las sanciones por acoso con tanto peso como ahora. Sencillamente, te acomodabas, eres mujer y estás irrumpiendo en un mundo de hombres, así que sopórtalo.
Y así pasaron los años y llegué al mundo petrolero, donde soporté bullying de mis compañeros de trabajo, equipos enteros de gabarras, risas en mis ponencias sobre QHSE, y me tocó trabajar con miedo porque un obrero amenazó con violarme en una gabarra. Me recomendaron callar, otro obrero me regaló una navajita y dormí días con ese cuchillo bajo la almohada. En una oportunidad, me quejé de aguantar mucho las ganas de orinar por lo lejos de las instalaciones sanitarias, su poca disponibilidad y su estado de limpieza. El resultado fue sobrellevar el acoso cuando en esa gabarra desembarcaron un baño portátil solo para mi uso. Entraba a mi baño escuchando los gritos de los obreros que reían mientras me decían “la miona”. Pasaron muchas cosas en esos años, también pasaron muchas cosas en los años que trabajé en una librería, hubo hombres que se negaban a hablar con una mujer, aun cuando era yo la que regentaba el lugar. Siempre han pasado muchas cosas.
Pasan cosas hoy en día también, a mis casi 40 años. Vivo sola, me muevo sola. No me ven pareja ni hermanos. Mi padre ya es un anciano. Un padre que cuando me acerqué a los 20 me dio un condón para que lo cargara en la cartera por si me atacaba un violador. Recuerdo su cara y su tono: “Toda mujer debe estar preparada para tener al frente un violador. Ningún violador se va a negar a usar condón, porque de esa manera no deja pruebas. No puedes hacer nada porque seguro tendrá un arma. No intentes defenderte porque será peor. Lo dejas pasar y más nada, un baño y a seguir adelante”. Creo que esas fueron sus palabras exactas. Dicho esto, aunque no nací ni vivo en un país musulmán, no uso burka ni me mutilaron mis genitales, he pasado por cosas que me generaron y siguen generando dolor en mi alma de mujer. Ninguna mujer debería vivir con miedo, pensando en las salidas posibles si transita por una calle oscura al llegar del trabajo, teniendo siempre en mente que un golpe en los cojones deshabilita a un hombre por un momento. Ninguna mujer debería tener en mente que puede ser víctima de violación. Ninguna mujer debería escuchar que si no accede a sexo reprobará una materia o será despedida de su trabajo. Esto último le pasó a cercanas, y es algo que las mujeres hablamos. Las mujeres hablamos de muchas cosas.
A pesar del dolor, no soy feminazi, no sé si me pueda llamar feminista siquiera. Quiero dejar claro que las feminazis tienen mi desprecio, ese no es el camino. Las feministas verdaderas, que no dejan su femineidad y su alma sensible a un lado, que no caen en discusiones de afeitadas y solo buscan igualdad de derechos civiles, las verdaderas feministas, esas tienen mi apoyo. Sin embargo, no puedo decir que iría a la calle con una pancarta por ese motivo. Lo que sí entiendo y apoyo es a toda mujer que se gane un reconocimiento por su labor profesional, porque sé lo que cuesta ganarse el respeto de un equipo masculino.
Ser mujer es duro, nazcas donde nazcas. Por supuesto, hay lugares más difíciles que otros. Afortunadamente, me tocó ser mujer en el ala occidental, no me casaron a los 9 años con un hombre que podría ser mi padre o mi abuelo, entre otras cosas. Pero es duro por otros motivos.  Sin mencionar la presión social cuando no hiciste el camino reglamentario de la mujer. Te ven con cierta lástima, que se te pasó el tren, que nadie te eligió, “algo tendrás”.
Así, por esto y otras cosas que guardo, me hace sonreír que la NASA le rinda honores desde que lo decidieron así a la señora Katherine. Adoro que se haya hecho viral el retorna de una astronauta y la reacción de su perro. Adoro que haya mujeres dejando huella en organizaciones importantes. Porque ser mujer es duro, pero vale el esfuerzo diario, y si alguien lo reconoce, es una victoria de una niña que nunca se rindió.

No comments:

Post a Comment