Un amanecer hace varios años, desperté al lado de una
cáscara. Al principio, era un príncipe azul, luego pasó a sapo encantador y se
desmejoró con la estupidez hasta llegar a un simple caparazón. Lo miré largo
rato, cosa que le molestaba, pero dormía. Tuve un momento de claridad mental en
esa habitación que ni calidez tenía, en una penumbra incómoda, tuve la certeza
de que no podría despertar así por mucho tiempo. La relación terminó. La vida
siguió su paso verdugo y volví a tener la misma certeza hace unos días, pero en
soledad, mirando el techo y media cama vacía. Ahora, en mi habitación, cálida,
tan mía: No puedo despertar así mucho tiempo más. Sin embargo, no veo un cambio
en el horizonte.
He decidido llamar a esto mi crisis de los 35. Estoy en ese
punto de mi vida en el que nada de lo que planeé se materializó. Lejos de la
casa, los niños y el perrito, aspiré compañía. A veces, juego a decir que seré
una viste-santos sexy. A veces, no juego al respecto. Habitar un país que se
dirige a un desfiladero económico no es el mejor panorama para una soltera de
35 con un trabajo promedio. Abundan los Peter Pan en el mercado de solteros,
abunda la superficialidad y el oportunismo. Entonces, las mujeres en mi
condición, hablamos de hombres, de dietas y del país. Una desesperanza
colectiva que carcome las ganas. Y llega la noche, y me hago un chocolate
caliente porque me obstiné de tomar Lexotanil. La mujer se sienta en el mueble
a la luz de una lámpara de pie y un libro. Silencio. Aceptación. A veces,
llanto. Quizás, en el edificio vecino una mujer está deseando volver a sus
veinte sin hijos ni esposo. Quizás, en el otro edificio una mujer llora por un
golpe que acaba de recibir, físico o psicológico, la diferencia no es tal.
Quizás es mejor estar sola. Pero jode tanto silencio en las noches, en
domingos, en el alma.
Recuerdo con cariño el “domestícame” del zorro de El
Principito. Siento ese desarraigo, esa necesidad de pertenecer. Un alma
realenga pesa mucho para llevarla toda la vida. Pero también sé que son escasos
los hombros para un alma intensa.
Por ahora, me refugio en libros, en la música a todo
volumen, en sabores. Llueven consejos que no sirven de mucho en un país que se
cae a pedazos. Respiro profundo y trato de convertir el buen futuro de otros en
combustible. Lo intento, eso debe tener algún mérito.
¿Crisis de los 35? Yo la tengo como desde los 25. Y sigue.
ReplyDeleteEl problema con los solteros solitarios y sensibles es que idealizamos el matrimonio, los hijos, la compañía. Tú lo has dicho muy buen: sentimos nostalgia por el "domestícame". Nos hace falta más Sartre, más Heidegger, más Nietszche.
Muy buen post. Reflexiones sencillas, honestas y estimulantes saludos.