Tenía días sin reír, llorando, cuando mi mamá se acercó a
mí, me haló por el brazo y me sonrió diciendo:
-“Vamos, vi un dulce de chocolate que te va a gustar en la panadería.
Nos tomamos un café, y hablamos pendejadas sentadas en las mesitas”.
Y fuimos. Y así era como mi madre me quitaba de sopetón el
despecho por un amor no correspondido. Y
lo hizo varias veces, porque el rechazo ya tiene décadas. Hace siete años ella
ya no está para tomarme del brazo en la tristeza, pero a veces me parece sí lo
hace.
Tengo días llorando. Nuevo nombre, mismo sentimiento…porque
soy terca, porque quiero creer que sí hay alguien por allí al cual darle
almohadazos y hacerle reír con mis payasadas. Soy terca. Hoy tomé mi café del
trabajo muy dulce, como si la tristeza muriera de diabetes cuando es el cuerpo
el que se agrede a sí mismo. Y estaba organizando mis ideas cuando me ponen un
platito con arepa de chicharrón rellena de queso blanco, acompañado de una mirada de abuela. Sonreí y agradecí.
Terminé llorando porque las mujeres con las que trabajo me han estado
consintiendo. Y como un matriarcado que somos, entre nosotras nos sanamos, nos
consolamos, nos aconsejamos y nos damos espacio para sanar. Nunca he creído que
somos el sexo débil, las mujeres hemos soportado por milenios no solo los
embates del ambiente y la vida misma, sino todas las tormentas que tienen lugar
en nuestro interior. Y unidas sanamos, siempre. Es ese poder trasmutador y la
sabiduría femenina lo que mantiene al mundo. Con calorcito en la panza, estoy convencida.
Y no, las penas no se resuelven comiendo. Para mí son los
antojos; para otra, música; para otra, un paisaje. Cada mujer es un minicosmos
con su botiquín de primeros auxilios. Gracias al universo por eso.
Una arepa de chicharrón con queso a veces es mucho más que eso. A veces, es el mensaje de que todo pasa, y vamos a estar bien.
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