Thursday, August 3, 2017

Una arepa de chicharrón con queso

Tenía días sin reír, llorando, cuando mi mamá se acercó a mí, me haló por el brazo y me sonrió diciendo:
-“Vamos, vi un dulce de chocolate que te va a gustar en la panadería. Nos tomamos un café, y hablamos pendejadas sentadas en las mesitas”.
Y fuimos. Y así era como mi madre me quitaba de sopetón el despecho por un amor no correspondido.  Y lo hizo varias veces, porque el rechazo ya tiene décadas. Hace siete años ella ya no está para tomarme del brazo en la tristeza, pero a veces me parece sí lo hace.
Tengo días llorando. Nuevo nombre, mismo sentimiento…porque soy terca, porque quiero creer que sí hay alguien por allí al cual darle almohadazos y hacerle reír con mis payasadas. Soy terca. Hoy tomé mi café del trabajo muy dulce, como si la tristeza muriera de diabetes cuando es el cuerpo el que se agrede a sí mismo. Y estaba organizando mis ideas cuando me ponen un platito con arepa de chicharrón rellena de queso blanco, acompañado de una mirada de abuela. Sonreí y agradecí. Terminé llorando porque las mujeres con las que trabajo me han estado consintiendo. Y como un matriarcado que somos, entre nosotras nos sanamos, nos consolamos, nos aconsejamos y nos damos espacio para sanar. Nunca he creído que somos el sexo débil, las mujeres hemos soportado por milenios no solo los embates del ambiente y la vida misma, sino todas las tormentas que tienen lugar en nuestro interior. Y unidas sanamos, siempre. Es ese poder trasmutador y la sabiduría femenina lo que mantiene al mundo.  Con calorcito en la panza, estoy convencida.

Y no, las penas no se resuelven comiendo. Para mí son los antojos; para otra, música; para otra, un paisaje. Cada mujer es un minicosmos con su botiquín de primeros auxilios. Gracias al universo por eso. 

Una arepa de chicharrón con queso a veces es mucho más que eso. A veces, es el mensaje de que todo pasa, y vamos a estar bien. 

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