Thursday, April 18, 2019

Yo soy Caribe



Estaba fregando con el jabón que quedaba, poco importaba que se hubiese acabado, era nuestro último día en la casa. Y, en todo caso, podíamos fregar los platos en el mar, usando la arena como esponja, una cosa maravillosa que arrastra la grasa y me asombró como niña cuando lo hice. Pacha estaba a mi izquierda, es difícil no advertir su presencia, habla bastante y pisa de una manera muy particular:
-Ella es otra hermanita, te la presento -dijo Pacha sonriente.
La otra hermanita era yo, los otros “hermanitos”, a los cuales era introducida, eran una pareja de jóvenes que recién llegaba a la casa. En la casa de Pacha todos somos hermanos.
Escuché sobre Pacha durante las tres horas que separan La Sabana -un pueblo de pescadores en el estado Vargas- de Caracas. Al bajar del carro, me puse a observar la fachada particular de la casa y su hermosa vista al mar. Un acento sureño matizado me hizo sonreír. Mucho gusto, dije. Extendí mi mano para presentarme y recibí un apretón fuerte con un beso en la mejilla, así como una sonrisa cálida. A Braulio le dicen Pacha quién sabe desde cuándo, pero Pacha es más escuchado dentro de la casa. Al otro lado de la fachada, se escuchan llamados a lo largo del día:
-¡BRAULIO!                                        
-¡BRAULIO!                        
-¡BRAULIO!           
-¿Está Braulio? -dice bajito un niño que apenas llega a la ventana-
De día, de noche, incluso de madrugada, lo llaman. Y de respuesta, se escucha un sereno “Voy” que precede a un afectuoso saludo. Así como se escucha un sereno “¿Quién vive?” cuando abres la puerta las pocas veces que está cerrada, porque la mayor parte del tiempo está abierta de par en par.
La casa de Pacha está ubicada en la calle Vista al mar, bajando por La Filita, al lado de la antena, tiene tres niveles. Se entra por el segundo nivel, donde te reciben sus obras realizadas en cortes de madera que obtiene de las construcciones del lugar. El estilo de las obras tiene tintes psicodélicos y nacionalistas. Pacha también hace letreros, por lo que es común ver un par de encargo secándose o los fijos de Zona protegida, porque parte de su labor en La Sabana es proteger a las tortugas. En este nivel hay tres cuartos y un corredor vestido con una enredadera verde que es libre, tan libre que entra a la casa. En el nivel de arriba, la terraza, hay lugar para colgar hamacas y hay quien acampa en este espacio cuando no gusta descansar en los cuartos, donde hay "boxes" y colchonetas desnudas, así como alguna mesita. Si hay algo que define a este espacio es el libre albedrío. Depende de la cantidad de gente, Pacha nos llama a la comprensión y la buena actitud: “Ahí nos acomodamos”, remata. En el nivel inferior, está la cocina abierta, un lugar que raras veces está solo. Hay dos camas, un jardín a sus anchas en el que encuentras orégano orejón, sábila, un arbusto de Jazmín que perfuma toda la casa cuando está en flor, y otras plantas. Pacha gusta de las infusiones, por lo que mis amigos le llevaron Malojillo en cantidad y quedó agradado. Lo que hay sobre la mesa es para todos, es la filosofía del lugar. Se maneja un sistema propio de separación de desechos: si es orgánico, sirve de abono a las plantas, ya sea del jardín interno o para las plantas de un terreno baldío al lado de la casa. Ergo, me divertí lanzando cáscaras y restos de vegetales hacia las matas de plátano vecinas. Si el desecho es inorgánico, se clasifica. Lo ideal es que cada quien se lleve de vuelta la basura inorgánica que produjo. En un pasillo externo, hay una cantidad de recipientes plásticos y empaques de gente que ha dejado su basura, porque nunca falta un desconsiderado. Frente a la mesa hay una biblioteca, hay de todo tipo de libros y revistas. Al lado de la biblioteca, los restos de un tinajero.

Se observa que varios visitantes dejan cosas, como en todo hostal. Mi agarradero de ollas improvisado era un delantal que dice St. Tropez. No hay filtro de agua, por lo que hay que llevar el agua necesaria para tomar y cocinar. A la casa llega agua corriente, pero como todo el país, también hay racionamiento, así que puede sorprenderlos un día sin agua del grifo y tener que ir hasta el río para quitarse la sal del mar. En el pueblo, hay un puñado de lugares donde comprar chucherías y una que otra bebida, pero dadas las condiciones actuales de electricidad y disponibilidad de puntos de venta, lo mejor es llevar todo lo que se va a consumir en la estadía, agua y comida. Así como efectivo en cantidad, porque casi todo se maneja de esta forma, el pescado en la playa y los tradicionales helados de teta que venden en las casas del pueblo. La casa lleva tiempo en reparaciones, no es fácil cuando se depende de otros para los recursos y mano de obra, pero el espíritu es esperar lo mejor, y resolver mientras se soluciona. En este momento, hay una ducha operativa y un baño para otras necesidades, y “ahí nos acomodamos”. Caribe.
La Sabana es un pueblo pequeño, más o menos, una cuadrícula de 5 calles. El contraste en la arquitectura es bastante particular. Hay casas en ruinas, abandonadas, casas de tabla y zinc, casas

bonitas de pueblo, casas muy modernas y un container que sirve de casa. Lo particular es que La Sabana ha sido cuna de jugadores de béisbol de grandes ligas, que luego han invertido en su pueblo y generan un paisaje pintoresco que incluye una casa con ascensor al lado de una micro capilla de la virgen del Valle, así como una discoteca, el Esco Bar. En mi estadía, vi un grupo de niños jugar béisbol cada día a orillas de la playa, y unos chiquiticos jugando frente a sus casas, con un bate de plástico más grande que su humanidad. De noche, la cancha del pueblo hervía de entusiasmo y energía. Se observa un espíritu deportivo muy vivo o quizás la ilusión de salir de La Sabana por ese medio. Las mujeres del pueblo trabajan, ya sea en los locales como la bodega o haciendo helados y dulces que venden en sus casas, mientras cuidan los niños. Los hombres se ocupan de construir, trabajar la madera y pescar. Si debo guardar solo un momento de la gente de La Sabana será una abuela, en bata, con su nieto de meses en brazos, recibiendo a un bote. La señora se acercó al bote que descargaba en el puerto, el bebé permanecía sereno, observando todo lo que sucedía a su alrededor: un grupo de unos diez hombres usando sus recursos a mano para atracar el bote, y miembros de su familia recibiéndolos para ayudar a vender la pesca del día, y unos turistas, como yo, a la espera de poder comprar pescado. La abuela agarró un pescado pequeño, brillante y rosado, se lo acercaba al pequeño que miraba atentamente. Le decía unas palabras, como siempre hacen las abuelas. Yo no las escuché, pero la comunión entre ambos hablaba de algo ancestral, ese contacto con el pescado fresco, el grupo de hombres poniéndose de acuerdo, entre ellos y las olas, para llevar más adentro el bote, ese orgullo se lo que se Es. En toda la escena, me llamó la atención un niño de unos nueve años que limpiaba una parte del bote recién llegado con mucha energía, me pregunté si en su mente está el afán de ganarse el respeto, sonreí. Así como fui testigo de esta fiesta, horas antes presencié la llegada de un bote que no tuvo suerte en la faena, llegando con las cubetas vacías.

Esto me hizo reflexionar en el manejo del fracaso, y en la resiliencia propia del ser humano. Luego de un buen descanso, ya saldrán al mar por otra oportunidad. La playa más cercana al puerto es La Sabana, luego sigue playa La Canal -mi favorita estos días-, donde hay un acercamiento al río y, por último, playa La Boca, también con acceso al río. En La Canal y La Boca no hay sombra, por lo que conviene llevarse un toldo, y todo el tiempo, buen protector solar. A las playas de La Sabana llegan tortugas a desovar, pero lamentablemente, son víctimas de muchos predadores, comenzando por el hombre. Un huevo de tortuga es una exquisitez y se cotiza en dólares, lo que hace cuesta arriba su resguardo. Hay un grupo de sabaneros a favor de las tortugas, un nidario donde se trasladan los huevos que son encontrados en los nidos de la playa, y que luego son liberados al completar su maduración. Durante la temporada de desove, Pacha hace recorridos por la playa entrada la noche, en busca de nidos. No es poco frecuente encontrar que ya fueron saqueados, es una lucha contra los perros y los vecinos del pueblo. A pesar de ciertas frustraciones, Pacha continúa su labor de concienciación sobre la conservación del medio ambiente, y en el caso que le ocupa en este momento: las tortugas. Le brillan los ojos cuando habla de esos anfibios enormes que han estado sobre la tierra antes que nosotros, y todo lo que podemos aprender de ellos.


Pacha es hippie, defiende su posición ante el sistema con fuerza. Tiene dreadlocks hasta la cadera, ojos aceitunados detrás de unos lentes aéreos, bigote y barba a desparpajo. Siempre anda en shorts, sin camisa, y descalzo. Le pregunté cuándo asumió este estilo de vida, simplemente me dijo que empezó a salir de su casa, en Uruguay, yendo cada vez más lejos, hasta que no regresó. Una expresión que me llama la atención el primer día es “Caribe”, palabra que en su acento toma un ritmo gracioso, y me recuerda al “Suaaaave” de la tortuga de Buscando a Nemo. Pacha define esa actitud tropical como el soltar ciertas cosas y vivir improvisadamente, confiando en que se resolverán las situaciones durante el camino. Caribe es el “como vaya viniendo vamos viendo” de Eudomar Santos, o si quieren verlo de otra forma, un Hakuna Matata endógeno. “Somos Caribe” afirma con decisión y nos cuenta que esa actitud desenfadada es lo que lo ha mantenido tanto tiempo por estos lados. Pues Pacha ha viajado por buena parte del mundo, conociendo todo tipo de gente y resolviendo en cada lugar. Está consciente que un día partirá de La Sabana, su hogar es el mundo entero, pues también piensa, como soñador, que las fronteras no tienen sentido. Pacha forma parte del grupo que lleva las actividades comunitarias en La Sabana, como idealista por el bien común del pueblo, está involucrado en todo lo que sea el bienestar de la comunidad, da clases de pintura y otras actividades culturales para los niños de La Sabana, por eso siempre le saludan. En su cabeza ronda en estos momentos, una forma de llevar pescado a precios accesibles a cierta comunidad de Caracas -porque también está involucrado en actividades de la capital-, esto hablando con los pescadores y reuniendo esfuerzos para el traslado. Debido a este tipo de negociaciones, Pacha se pone una camisa manga larga y una gorra distintiva de su apoyo a la revolución (la gorra verde de corte militar con la bandera de Cuba y la estrella roja) y lo acompañamos en su movilización hacia Chuspa -el destino de la mayoría del pescado que se obtiene en estas costas- en horas de la noche, para hablar con los pescadores. Braulio es coherente con sus ideas y su discurso, y eso requiere coraje. Se lo digo, y su respuesta es bastante humilde: Se trata de reconocer su lugar en la lucha por el bien común, y hacerlo lo mejor posible. Con sus altibajos, se lo “vacila mientras dure”. Ríe. A pesar de ser un hombre ya en edad madura, tiene un espíritu muy joven, divertido. Le pregunté si no le dolían los pies, de andar siempre descalzo, sobre todo en pavimento. Rió, reímos. Me explicó que hay una manera de caminar particular para ello, y me hizo una mímica jocosa del caminar que me recordó al de los pingüinos. Otra de las luchas de Pacha es la legalización de la siembra de la marihuana. Aclara que una cosa es “la fumada” y otra abogar por la siembra. Explica que la legalización de la marihuana atentaría contra el mercado textilero mundial (la marihuana es un cáñamo), así como el farmacéutico, debido a sus propiedades medicinales. Le atribuye a esta hierba, la cura de su asma infantil, debido a los efectos broncodilatadores. Y tiene esperanza en que un día se pueda ganar esta lucha para que mucha gente tenga acceso a una medicina natural que le brinde salud a bajo costo. Por supuesto, el espacio de Pacha es “420 friendly”, pero muy respetuoso con los no fumadores. Respeto y tolerancia es la bandera de su espacio.
Aprovechando el viaje a Chuspa, Pacha nos quiso presentar a un amigo. A unos minutos de La Sabana, en dirección a Caruao, a orillas del camino hay un arco. Llegamos a la casa de Raúl, quien nos recibió con mucha alegría y disposición. Raúl construyó él toda su casa. Nos cuenta orgulloso que todos los elementos que la componen fueron tomados de la naturaleza o de la calle, material de “deshecho”, que él moldeó y convirtió en objetos utilitarios con una belleza sencilla que cautiva. Así, con madera que desechó la iglesia, hizo unas sillas bastante cómodas donde su señora madre ve la telenovela. Nos muestra la mesa de madera maciza que quizás proviene de una puerta antigua. Hacia un lado, un fogón de piedra. Aún cuando tiene una cocina aparte, el fogón le imprime un sabor característico a los dulces que realiza, nos explica. Me llaman la atención las lámparas, hechas con rejillas y retazos de plástico. Hay camas colgantes de caña. También son de caña brava las paredes y el techo. La cocina está bien equipada, es un ambiente amplio, pues Raúl disfruta mucho cocinar, fue su trabajo durante años, y ahora vende dulces criollos como conserva de coco con piña y torta de pueblo, pues a pesar del estilo austero, también necesita dinero en efectivo, como todos. También siembra y procesa su propio cacao, que vende en bolitas para hacer chocolate caliente o en crema, con leche, que él llama “estilo Nutella”. Raúl vende sus productos en Caruao, y siempre tiene un remanente para la gente que pasa por ahí. Nos contó que la gente del otro lado de la montaña, hacia los lados de Guatire, quiso ver lo que había de ese lado de la montaña, precisamente, y fue como nació La Virginia. Haciendo referencia a “Los Amos del Valle”, libro de Francisco Herrera Luque, nos cuenta cómo entre terratenientes y los intereses del comercio las tierras de la costa fueron vendidas y abandonadas hasta hoy en día, cuando “son los que están”.

Sobre la mesa, unas auyamas inmensas, unas piñas que huelen diferente a las piñas que puedo encontrar en la frutería de mi cuadra. Raúl nos explica que esas piñas se dan en la montaña, una extensión del patio de su casa. Admiramos maravillados su obra, mi amiga fotógrafa pide hacerle un retrato y él accede un poco tímido pero gustoso, posa en su mesa con frutas. Su cuarto parece una composición fotográfica, una colección de gorras enmarca su lecho. Su desorden tiene una armonía traviesa, y lo muestra sonriente. Raúl tiene un amigo que le provee medicinas para su madre, y las que él no necesita, llegan a las manos de quien lo requiera a manera de donación, pues su objetivo es ayudar a otros, así como otros lo ayudan a él. En medio de la conversa se emociona y se levanta de la mesa, busca una olla y con una cuchara de madera, raspando el fondo, nos da a probar un nuevo dulce que está perfeccionando, nos pregunta qué es y se divierte como niño pícaro. Nosotros perdimos, ninguno supo descifrar la composición del melao, que está delicioso. Con aires de ganador nos confiesa: confitura de mandarina. Una maravilla, con un toque amargo muy sutil que acompañaría bien un buen queso para un canapé. En los alrededores del patio hay un chivo, y un pato que me mira desconfiado, no logro ver más en la espesura de la noche. Nos acompañan en el espacio interior un par de perritos que defienden su territorio, pero son muy cariñosos cuando se dan cuenta que solo llegas a visitar. Además de educado, atento y vivaracho, Raúl nos regala a las damas, a manera de despedida, unas flores: bastones de Emperador, que en este momento me acompañan mientras escribo. Agradecida con el gesto y las atenciones, Raúl me deja reflexionando. Después de todo, Robinson Crusoe no ha pasado de moda.
Luego de un día largo, regresamos a la casa. Siempre con el sonido del mar como fondo, me duermo pensando en el encanto de la vida sencilla, pero que requiere una valentía enorme y mucha creatividad para enfrentar el día a día.
Al momento de marcharnos, le extiendo la mano nuevamente a Pacha, le agradezco su hospitalidad y le prometo enviarle el link a mi publicación sobre estos días en su compañía. Me da un abrazo sonriente, aún sabiendo que no comparto algunas de sus ideas, pero de eso se trata lo que profesa: respeto y tolerancia hacia la diversidad. Y se lo agradezco. Fue toda una experiencia conocerte, Braulio, y espero que te guste este texto.
NOTA: La casa y la causa de Pacha está abierta a todo el que desee ayudar sinceramente, con actividades para La Sabana, esfuerzos para las tortugas y todo lo relacionado con la lucha por el bien común. Pacha desea exponer su obra, así que también es bien recibido toda ayuda o compra en este sentido.
Ningún cangrejo sufrió daños durante las visitas a las playas para la realización de esta crónica.






Thursday, April 4, 2019

Las 4 palabras.


A Saktii, el monje que me regaló esta llave.


“Lo estás haciendo bien” -me dijo, mirándome a los ojos.

Y mi mente hizo cortocircuito. Unas cuantas preguntas me asaltaron la mente:

¿Lo dice para hacerme sentir bien?

¿Lo dice para seguir con el taller?

¿Cómo sabe que sí lo estoy haciendo bien?

¿Y si es una ilusión?

(Y sí, todo es una ilusión, pero eso es otro post).

Ahí estaba yo, unos cuantos años atrás, en un curso de meditación basado en la respiración. Recuerdo esos ojos profundos y redondos, ese rostro con sonrisa serena que me repitió varias veces: “Lo estás haciendo bien”. Y no le creí hasta un buen rato después. No es fácil masticar la información metafísica que no está atada a ninguna religión. Solo fue una mera afirmación filosófica que me sentó de culo. Y me ajustó la vida.

Es una afirmación, no es una teoría, Es. Porque si lo estás haciendo, es porque corresponde. Creo firmemente que nuestra alma programó todo para nuestra evolución. Puedes visualizarnos como fantasmitas mirando hacia la tierra, nuestro patio de juegos, y seleccionando cual introducción de videojuego cuáles serán nuestros padres, nuestro ambiente, nuestra vida, hasta encajar todas las piezas para nuestro gran trayecto: La vida. Luego, me gusta imaginarnos en un corredor donde nos lanzan como paracaidistas y ¡Plof! Olvidamos todo. Porque, ciertamente, no tendría mucho chiste saber cómo va a transcurrir el viaje. Y aquí llegamos, para ir completando cada parche en el uniforme. Los que completan su misión, se van, y puedo decir que hay muertes totalmente estúpidas y en las que dudas por un momento de todo. Pero, ¿qué otra opción le queda a Mario Bros cuando ya tomó todas las monedas y hongos del nivel? Subir. Por eso morimos, ya no hay nada aquí para nosotros, sólo apegos propios de la vida que construimos. Dicho todo esto, créelo, lo estás haciendo bien…porque no tienes otra opción. Aún si piensas que estás en el camino incorrecto, lo estás haciendo bien, porque ya estaba previsto que así fuera. Karma.

Una vez que procesas esta información, puedes ir a la siguiente pregunta:

¿Qué debo aprender de esto?

Y aquí viene el siguiente asunto complejo: Algunas veces, te darás cuenta, y otras no, puede que nunca lo averigües. Simplemente, camina. Lo estás haciendo bien, entonces, avanza. Ama, respira, trabaja, experimenta, juega, prueba, intenta…avanza. Porque tienes un camino que recorrer. Doy fe que adoptando esta filosofía, siempre se tendrá lo que se necesite. Lo que no quiere decir que sea lo que desees, lo que te provoque. Todo irá de acuerdo al plan, y quizás el plan no te guste…volvemos a la palabra: Karma.

Me gusta pertenecer al grupo de gente que suma en vez de restar, y una forma de aportar es tranquilizar al prójimo en situaciones de angustia. La realidad fácilmente te envuelve y te aleja de ti, por lo que es bueno que alguien te recuerde que lo estás haciendo bien. En medio de la angustia, de este mundo miserablemente jodido, lo estás haciendo bien.

Ya lo dije, tu trabajo interno es creértelo. 
(Y si no te crees lo suficiente bueno para estar haciéndolo bien, tu trabajo es doble).



Thursday, March 21, 2019

Una historia de amor




“Vane, tú tienes Whatsapp?
Con ese mensaje comenzó una tormenta.
No podía retomar mi blog sin dedicarle un espacio a estos meses que han cambiado mi vida. A mediados del 2018 tuve una crisis existencial, atrapada en un empleo que ya no me hacía feliz, sintiéndome asfixiada y totalmente frustrada. No sé en qué momento los libros fueron perdiendo su brillo y lo que tanto disfruté se convirtió en una obligación. Me quemé, el burn out que conocí en otra época de mi vida. Cuando no tomas las decisiones a tiempo y no te das tu valía en el campo profesional, suele suceder.
Una noche, leí un mensaje en FB…era una persona del mundo de la literatura venezolana que me preguntaba si tenía Whatsapp. Él, escritor viviendo en Buenos Aires, parte de la diáspora producto de las pésimas condiciones de vida a las que se ha sometido a la población de Venezuela por el gobierno títere de los Castro. Contacto por años en redes, que gozaba de mi estima.  Saltando varias conversaciones, una noche me propuso intentar una vida juntos. De la nada, en medio de mi crisis, un hombre me propone salir de la Venezuela 2018, caótica y convertida en un campo de concentración, para ser su compañera de vida en una ciudad de las artes. Por supuesto, acepté. El combo incluía adoptar un gatito, ¿podría yo resistirme?. Así pues, comencé a tramitar todos mis papeles para sumarme a la diáspora, un camino legal lleno de salas de espera, horas bajo el sol, coimas a gestores y mucha paciencia. Renuncié a mi empleo, vendí mi línea blanca y preparé todo para dejar Venezuela. Sin exageraciones, quedé con una maleta, frente a mi ventanal, esperando un pasaje que nunca llegó, a pesar de que yo hice lo posible porque así fuera, tocando puertas de amigos por dólares, aventones y pernocta en la frontera con Brasil. Sentía paz en mi interior, sin sospechar que la paz no era por él, sino por el rumbo correcto que estaba transitando. Dante pasó por el infierno antes de encontrar a Beatriz. El escritor le puso punto final al cuento fantástico con la frase: “somos adultos, maduros y realistas”. Tan maduros y realistas que poco tiempo luego de decirme eso festejaba su más reciente paternidad. Y les juro que hoy le deseo mucha felicidad, porque me hizo el favor de mi vida.
Con una maleta en la puerta, sin electrodomésticos, ahorros ni empleo, me tocó decidir entre levantarme o quedarme en el foso. Mi gratitud eterna la tienen mis amigos que me acompañaron en el proceso de levantarme, sacudirme la cola y seguir adelante. Nunca podré pagarles toda su atención, apoyo y generosidad. Tengo una barra maravillosa que fue hombro y palmada, alimento y refugio. Soy afortunada. Ustedes saben quiénes son, los amo.
Han sido meses de probar otro empleo, entrevistas, retomar rutinas de casa perdidas, aprendizajes y adaptación a vivir sin ciertos equipos a los que estaba acostumbrada. Han sido meses de introspección, procesando sentimientos de culpa y desmenuzando episodios de mi pasado, esto para entender porqué cree esa realidad que casi me lleva a la indigencia, cuando casi entrego la vivienda que ocupo. Enfrentarte a ti misma, sin culpar al otro, porque culpar y dejar clara la responsabilidad son cosas diferentes. Su responsabilidad fue jugar con sentimientos nobles, mi responsabilidad fue no protegerme y dejarme llevar. Mi nueva responsabilidad es aprender y no dejar que suceda de nuevo.
Es muy fácil ser víctima en una situación como esta, pero decidí simplemente dejarme llevar por el río, y cuando no vi ninguna luz fue cuando apareció un ángel. Una persona que me tomó delicadamente y me ordenó descansar, organizar mis ideas y volver a sonreír. Porque si algo aprendí del último semestre de mi vida es que por muy fuerte que sea la tormenta, a veces es lo que necesitas para estar más cerca de quién eres cuando has perdido el norte.
El último semestre de mi vida fue una historia de amor, con un final feliz. Es la historia de cómo me estoy enamorando de mí. Y mi ángel sonríe por eso. Eso sí es amor.


Wednesday, March 21, 2018

Desde la nada, relatos que dicen todo.


Desde la nada de Heberto José Borjas, editado por FB libros: Diez relatos con impacto elegantemente dosificado.
Debo decir que no tenía grandes expectativas ante este libro, pero la escritura impecable de Heberto José Borjas me impresionó gratamente. Amén del buen oficio del corrector, Borjas nos presenta una estructura sólida con buen ritmo e imágenes bien construidas. Mi énfasis en la estructura que logra Borjas resulta de su honestidad al decir que es un escritor empírico, cosa que agradezco. El libro abre sumergiéndonos en la psiquis de una joven venezolana que nos retrata el hambre y la pérdida de rumbo, sigue un fantasma que no logra asustar a un pequeño, y luego vamos a las penurias de la reclusión con unos muchachos que nos hacen reflexionar sobre la ley del más fuerte. El cuento que da nombre al libro tiene significancia en tiempos políticos revueltos como los que vivimos; se cuela una referencia obligatoria a Fahrenheit  451 y otras historias distópicas como 1984. Borjas tiene la peculiaridad en cada cuento de pelar como una cebolla a sus personajes, dejándonos un sabor con cada capa que descubre, al ritmo adecuado. El autor va de lo general a lo íntimo, de lo poco importante al remolino de emociones que padece  cada protagonista.  La nada, la muerte psíquica y la muerte espiritual están presentes en cada relato, y brindan una moraleja para el lector más filosófico.
Si bien las referencias a la idiosincrasia venezolana son fuertes, las historias pueden ser disfrutadas por un latinoamericano sin problemas. Un aspecto que siempre tomo en cuenta a la hora de recomendar un libro, es la escritura universal del autor, y Borjas lo cumple. Las “malas” palabras tienen su uso justificado, y no se abusa de modismos ni lugares comunes. Las historias denotan un mundo cultural rico en el escritor, con trazas incluso científicas. El libro termina con la historia de un investigador que descubre la fórmula de la invisibilidad, y se aprovecha de ello para saciar sus peculiares fetiches, con un final bastante irónico y jocoso.
Gratamente sorprendida con Desde la nada de Heberto José Borjas, lo recomiendo como lectura fresca sin llegar a ser superficial. Le seguiré la pista a Borjas...

Sunday, March 4, 2018

Se termina conmigo: El coraje de Natasha Prosperi.


La primera mirada lasciva que conocí en mi vida fue en mi niñez, vino de parte de un vecino de mi abuela. No recuerdo para ver qué cosa mis tíos me dijeron que fuera al cuarto del señor,  que en ese momento era como un padrino para mí. Recuerdo que pensaba cómo correr hasta la sala, donde estaban mis tíos. Si bien este señor no era un hombre corpulento, para ese momento era más grande que yo. No recuerdo qué le dije, me sonrió y se hizo a un lado. Y nunca volví a ese apartamento. Recuerdo que le conté a mi madre, y obtuve la típica respuesta de un madre sumisa: “No vuelvas a decir eso. Carlitos te quiere como un tío”. Ese episodio estaba “enterrado” en mi memoria hasta que leí Se termina conmigo, de Natasha Prosperi.  Creo que el abuso, de cualquier naturaleza, está bien arraigado en nuestra cultura latina. El machismo que se trasmite de generación en generación va creando “callo” en nuestro femenino, y de repente nos vemos aceptando y justificando conductas de nuestros hombres que no son sanas. No es hasta que por cosas de la vida te enfrentas a una terapia y comienzas a tomar conciencia de lo que pasaste o estás pasando.
Por lo que cuento y por otros episodios de mi vida, siempre me ha interesado el tema del abuso, tanto físico como psicológico. De padre autoritario y madre sumisa, siempre ocurre una fractura, siempre toca armarse y moldearse en resiliencia, mucho más en una sociedad latina donde la familia oculta sus trapos sucios por vergüenza. Tomé Se termina conmigo con la mente abierta y sin expectativas. Debo decir que el testimonio de Natasha Prosperi me ha hecho llorar, sentirme vulnerable y entender por qué se paralizó ante el abuso en un primer momento. Si bien ando revuelta estos días con la lectura de este testimonio, agradezco profundamente que Natasha se haya atrevido a publicar su caso. El libro está escrito de manera muy sencilla, ¿Qué retórica tiene cabida en una historia que te destroza la paz? A ratos, nos habla la Natasha niña; a ratos, la Natasha adulta y la sanadora herida que puede ayudar a otros. El libro cuenta con cartas enviadas a distintos familiares y al terapeuta de Natasha, Rob, el pivote de la sanación. En ningún momento se percibe amarillismo o lenguaje fuerte más allá del necesario. Se termina conmigo puede ser considerado un libro esencial para padres que proporciona datos a la hora de reconocer a un depredador sexual y a un abusado. Considero que puede llamar a la introspección del lector, y se agradecen los trazos de lenguaje con amor que le dan equilibrio al texto. No fue culpa de Natasha. No es culpa de la abusada. No fue, es, ni será nuestra culpa siendo protagonistas de un abuso. Es un tema muy delicado, pero Natasha Prosperi lo maneja con soltura y elegancia.  
Recomiendo la lectura de Se termina conmigo. Agradezco el coraje de Natasha Prosperi, y de todas las mujeres que levantan su voz contra el abuso.  Debe existir un ¡Basta!
Mientras, en mi celular tengo varias llamadas perdidas de mi padre. Y me tomo el tiempo para preguntarle a mi niña si desea hablar con él de nuevo, luego de tantos gritos y maltrato psicológico.  Quizás yo también diga: ¡Se termina conmigo!

Thursday, December 14, 2017

Hambre.

“Bisteck, arroz y ensalada. Pollo arroz y ensalada. Pescado, arroz y ensalada. Estoy cansada.”

No recuerdo qué edad tenía cuando le hice este reclamo a mamá, pero sí recuerdo su expresión.  Debía aprender a ser agradecida con los alimentos. De eso se encargó la vida. Ahora, a mis 37 bendigo y agradezco cada cosa que me llevo a la boca. Vivo en Venezuela, un país donde –según estadísticas- el 58% de las familias ya no pone la mesa. Para mí no es necesario ver buitres o gente desfalleciendo en las calles para decir que estamos en el camino de una hambruna. Es cierto que podemos ver los restaurantes colmados y gente haciendo mercados totalmente ilógicos en la situación tan precaria que vivimos. Pero sucede que mi país está totalmente fracturado, y con abismos por los cuatro costados: Gente que se gasta tres sueldos en un cubierto y gente que no puede desayunar un pedazo de pan (porque también, cada vez es más difícil acceder al pan). Gente que tiene acceso a dólares preferenciales y para la cual la vida en Venezuela es una ganga, y gente que depende de un sueldo que se hace agua para alimentarse. La estructura de costos es cada vez más absurda y terrorífica, si dejas una compra para la próxima semana te das cuenta del remarcaje y la locura que nos están llevando a una inflación proyectada de 1033%. Muchas empresas del sector alimentación han sido expropiadas en manos de un estado que se hace llamar socialista cuando es un vulgar comunismo oxidado, esto no hace más que empeorar la situación. Desde hace un tiempo, se ven miles de personas registrando las bolsas de basura en zonas residenciales buscando ya no ropa o enseres sino comida. Cada vez los venezolanos somos más delgados, más fatigados, más tristes. En estos días hablaba con un amigo: No se le puede pedir filosofía al desnudo. Y hoy escuché en radio a una experta en nutrición: son tres generaciones perdidas por desnutrición, un niño desnutrido no se puede desarrollar apropiadamente, tendrá un trabajo de sueldo bajo y será padre/madre de familia pobre que votará por el que le ofrezca una caja CLAP (Una caja con ciertos productos alimenticios que reparte el gobierno por asociaciones comunales) y allí se cierra el ciclo del populismo. La experta utilizó la palabra perversidad.  He pasado por varios estados del pensamiento en estos 18 años de mal llamada Revolución y en estos momentos creo firmemente que toda esta destrucción viene de la maldad, un resentimiento y una ignorancia con la constancia necesaria para destruir un país que pudo ser desarrollado hoy en día. Si bien es cierto que el chavismo se gestó desde antes de 1999 también es cierto que varias personas alertaron del fenómeno social y no les creímos, no nos importaron los pobres, los desasistidos de los cuales dependemos hoy en día para ganar una elección y poder ver una luz en este túnel tan largo.
El hambre es una palabra muy incómoda. La gente no quiere hablar del hambre. Hasta que lo toca. El acceso a la proteína, sea animal o vegetal se está poniendo cuesta arriba. Si tomo el lado metafísico del asunto, queriendo ser comeflor, espero que estemos tomando consciencia de la gratitud, de lo más simple y de la austeridad en el buen sentido para la vida. Lamentablemente, es muy doloroso el aprendizaje. Crecí en un país que botaba enseres cada diciembre, aún casi nuevos. No llego a los 40 años y ahora somos un país donde la basura de unos pocos es el alimento de muchos. He aprendido a ser vegana a la fuerza, a hacer postres con sólo tres ingredientes no convencionales y no me va mal. Por supuesto, debo confesar que tengo amigos muy generosos y también golpes de suerte cada tanto, que me refrescan el camino. La pregunta que me invade en los momentos de reflexión es: ¿hasta cuándo podremos seguir así? Hasta cuándo podremos ingeniárnosla con lo poco que llega…no tengo respuesta, y no he visto al primero que se acerque a una atinada, la verdad. Me siento perdida y no creo ser la única. Mi empleo no me permite tener un vida tranquila, aún sencilla. Todo en Venezuela es un sufrimiento, incluso comer. Sobre todo porque no siempre comer es nutrirse, y nadie mal nutrido puede estar tranquilo.

El hambre es un tema muy complejo, tiene demasiadas aristas y toca susceptibilidades. Sólo quiero dejar testimonio que mi esperanza no se amilana, que seguiré inventando con lo que pueda conseguir, pero también quiero dejar plasmado en este espacio virtual que mi hambre se acrecienta cada día. Tengo mucha hambre, cada vez más, y no es tanto un hambre biológica. Tengo hambre de justicia, hambre de paz, hambre de estabilidad. Los régimenes totalitarios desnutren el alma, y ese vacío lo llena la dignidad que nos es arrebatada en cada vejamen que sufrimos. Lo que vivimos los venezolanos que quedamos en Venezuela es muy fuerte y desolador. No me cabe duda que jamás seremos los mismos.

Thursday, August 3, 2017

Una arepa de chicharrón con queso

Tenía días sin reír, llorando, cuando mi mamá se acercó a mí, me haló por el brazo y me sonrió diciendo:
-“Vamos, vi un dulce de chocolate que te va a gustar en la panadería. Nos tomamos un café, y hablamos pendejadas sentadas en las mesitas”.
Y fuimos. Y así era como mi madre me quitaba de sopetón el despecho por un amor no correspondido.  Y lo hizo varias veces, porque el rechazo ya tiene décadas. Hace siete años ella ya no está para tomarme del brazo en la tristeza, pero a veces me parece sí lo hace.
Tengo días llorando. Nuevo nombre, mismo sentimiento…porque soy terca, porque quiero creer que sí hay alguien por allí al cual darle almohadazos y hacerle reír con mis payasadas. Soy terca. Hoy tomé mi café del trabajo muy dulce, como si la tristeza muriera de diabetes cuando es el cuerpo el que se agrede a sí mismo. Y estaba organizando mis ideas cuando me ponen un platito con arepa de chicharrón rellena de queso blanco, acompañado de una mirada de abuela. Sonreí y agradecí. Terminé llorando porque las mujeres con las que trabajo me han estado consintiendo. Y como un matriarcado que somos, entre nosotras nos sanamos, nos consolamos, nos aconsejamos y nos damos espacio para sanar. Nunca he creído que somos el sexo débil, las mujeres hemos soportado por milenios no solo los embates del ambiente y la vida misma, sino todas las tormentas que tienen lugar en nuestro interior. Y unidas sanamos, siempre. Es ese poder trasmutador y la sabiduría femenina lo que mantiene al mundo.  Con calorcito en la panza, estoy convencida.

Y no, las penas no se resuelven comiendo. Para mí son los antojos; para otra, música; para otra, un paisaje. Cada mujer es un minicosmos con su botiquín de primeros auxilios. Gracias al universo por eso. 

Una arepa de chicharrón con queso a veces es mucho más que eso. A veces, es el mensaje de que todo pasa, y vamos a estar bien.