Saturday, May 18, 2013

Yo vivo en un pobre país petrolero


Vivo en un país petrolero con déficit de papel higiénico. Los habitantes de esta tierra explotada estamos con nuestros instintos más básicos despiertos. A veces, siento que mi cerebro reptil me domina. No vivimos, sobrevivimos. Cazamos alimentos corriendo de local en local, y hemos llegado a las imágenes más vergonzosas por un pollo o un kg de harina de maíz precocida. Los venezolanos nos estamos volviendo más básicos, burdos y violentos cada día.
En esta tierra no basta luchar con el mal humor por los propios problemas de cada quien.  Ya no basta la carga emocional de la soledad, las ausencias, las carencias, ya no. Ahora, hasta algo tan básico como descargar los intestinos con dignidad se hace cuesta arriba.  Ultimamente, mis partes se han resentido con la aspereza de una servilleta. 
Más allá de la situación jocosa con el papel sanitario, el país se está paralizando poco a poco. Cada semana, la inflación nos golpea, se expropia, se van las empresas y se es un poco más pobre, aún más.  Y uno piensa que hemos tocado fondo, que no se puede llegar más allá, y es entonces cuando veo a una persona profesional expresar por las redes sociales su apoyo a toda esta debacle político-económica en manos de incompetentes con labia, y allí es cuando me doy cuenta que el problema somos nosotros.  Nosotros como sociedad, esa sociedad ahuecada que se cocinó a fuego lento, con madres solteras que tuvieron que salir a trabajar y dejar a sus pequeños solos. Esos pequeños se formaron con lo que pudieron, comieron lo que encontraron y terminaron siendo lo básico, sin ver más allá de sus narices. Unos huérfanos morales que se multiplicaron con las crisis propias de los tiempos modernos y terminaron siendo la gran masa de pendejos que caminan como borregos hacia el precipicio.
Vivo en un país petrolero, desgraciadamente. Dónde los huérfanos morales no desarrollaron la autoestima suficiente para creer que podían alcanzar algo por ellos.  Los veo cada día en largas colas para comprar alimentos, recibir pensiones y hasta acceder a línea blanca, que luego venderán por el doble, y gastar ese dinero en un teléfono inteligente que les da status, un pantalla plana, o un aire acondicionado. Un país donde cuesta mirar el futuro, porque no tienes asegurado el presente. Un “como vaya viniendo” en el que llevamos 14 años y sin ánimos de cambio. Un juego de resistencia con diversos obstáculos que me hacen pensar en 30 millones de Sísifos cargando con nuestros errores colectivos.
Vivo en un país petrolero, y mientras haya petróleo, habrá dinero. Y mientras haya dinero, el precipicio puede crecer. 

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